Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel
El Nacional, Caracas
Pocas obras sobreviven el implacable filtro de la historia para mantenerse vigentes y convertirse en un clásico de su género. Este es el caso sin lugar a duda de la obra de análisis político de Carlos Rangel plasmada en sus tres libros: Del buen salvaje al buen revolucionario: Mitos y realidades de América Latina, El tercermundismo, y Marx y los socialismos reales y otros ensayos, publicados entre 1976 y 1988 en Caracas, Venezuela.
Sin intención de polemizar gratuitamente, como frecuentemente ocurre con textos intrascendentes, sino de aportar a la discusión democrática, Carlos Rangel publicó en 1976 su primer libro, el cual de inmediato lo convirtió de figura en los medios locales, conductor de un programa matutino de variedad y entrevistas, a figura clave en el desarrollo del pensamiento democrático liberal, no solo de Venezuela, sino del hemisferio y más allá. En un período escaso de tres años, Del buen salvaje al buen revolucionario fue publicado en cinco otros idiomas: francés, inglés, portugués, italiano y alemán, cruzando fronteras y culturas para convertirse en polémica referencia sobre la condición y conducción política en Latinoamérica.
Veinte años más tarde, en 1997, el filósofo liberal francés Jean-François Revel escribiría en sus memorias que Del buen salvaje al buen revolucionario es “la obra maestra sobre teoría política en Latinoamérica”. Carlos Alberto Montaner, en prólogo a la edición del 2005, recuerda con entusiasmo su lectura casi treinta años antes del texto “dirigido contra la tradición victimista latinoamericana” y con sus argumentos demoledores de la teoría de la dependencia. Autores y ensayistas contemporáneos sobre los sistemas políticos, la iglesia, y la democracia liberal en Latinoamérica usan este libro como referencia. Del buen salvaje al buen revolucionario, ese libro que fuese una vez vilipendiado y quemado en plaza pública, se ha convertido en un merecido clásico del pensamiento liberal latinoamericano, mientras que los que lo denunciaron y trataron de callarlo han sido descalificados o simplemente olvidados por la historia.
El libro es un diagnóstico despiadado que busca responder la pregunta fundamental que Rangel percibe en la motivación y frustración de las clases intelectuales, políticas y dirigentes de Latinoamérica: ¿cómo es posible que con más de cien años de ventaja durante los cuales surgieron en Latinoamérica bullentes metrópolis, universidades destacadas, arte y cultura brillantes, hayan sido los EE UU los que alcanzaron la cima del desarrollo económico mundial?
La respuesta compleja y contundente que argumenta Rangel es incómoda, puesto que no ofrece excusas externas de saqueos imperialistas o dependencia hegemónica —tan en boga en aquel momento como hoy en día por la racionalización que justifica fracasos propios—, sino que identifica las taras, vicios y mitos históricos, económicos, sociales y culturales que preceden incluso los primeros asentamientos anglosajones en el territorio que hoy abarca los Estados Unidos. Igualmente (en ese álgido momento de la Guerra Fría) denuncia a la ideología comunista que aprovecha esa racionalización, con la receta precisa del marxismo leninista, amplificando esas taras, vicios y mitos preexistentes para influenciar políticas tanto nacionales como regionales y sembrar semillas de aversión a los conceptos fundamentales de democracia liberal. Es de allí que surge la apropiación astuta por la hegemonía comunista del viejo mito del buen salvaje para transformarlo en uno nuevo e igualmente fatuo: el del buen revolucionario.
Aquellas semillas antiliberales cayeron en terreno aún más abonado del que Rangel anticipaba y la región ha retrocedido en su desarrollo político que, en aquel entonces, contaba con un número creciente de democracias, imperfectas como por definición es toda democracia, pero con mecanismos mal que bien funcionales de renovación. Hoy día en la región crece la modalidad de democracia autoritaria, con dirigismos económicos destinados a enriquecer y proteger élites aferradas al poder y que, con la excusa demagógica de “proteger al pueblo”, instauran políticas que inexorablemente destruyen la creatividad productiva y acrecientan la desigualdad económica. Por eso se dice de Rangel que fue un profeta predicando a oídos sordos.
Pero ese calificativo de profeta es equivocado; frecuentemente se utiliza como referencia al auge de sistemas izquierdistas en la región. Pero lo esencial del planteamiento de Rangel es que las causas del fracaso político y por ende económico de Latinoamérica anteceden tanto al comunismo como al imperialismo yanqui, ambos acusados alternativamente por los demagogos de turno de causar el “subdesarrollo” latinoamericano, según oscile el vaivén del péndulo. Las dictaduras de derecha y las de izquierda tienen origen común en nuestras culturas: un Fidel Castro, Daniel Ortega o Hugo Chávez no se diferencia mucho de un Fulgencio Batista, Anastasio Somoza o Marcos Pérez Jiménez, a fin de cuentas. Todos son o fueron caudillos concentrando mejor o peor su poder para proteger élites y objetivos mercantilistas. Cualquiera que anhela ese caudillismo, esa búsqueda del Gran Salvador político, nunca ha comprendido verdaderamente a Carlos Rangel y, posiblemente, menos a sí mismo.
Puede ser que Rangel no hubiese querido que su libro sobre Latinoamérica mantuviese esta vigencia actual como radiografía que diagnostica traumas en necesidad de tratamiento. Él nos lo dice en su introducción: “… desde Bolívar hasta Carlos Fuentes, todo latinoamericano profundo y sincero ha reconocido… el fracaso —hasta ahora— de la América Latina”. Ese “hasta ahora” es clave para entender el propósito de la obra de Carlos Rangel: fortalecer la democracia liberal y limitar la función del Estado para que florezca el desarrollo económico y social. Es decir, promover la libertad; esa condición que permite a cada ser humano desarrollar su potencial propio como tal. Si la democracia y la libertad imperasen hoy día en Latinoamérica, Del buen salvaje al buen revolucionario sería un cuento olvidado, no una denuncia permanente de nuestras fallas: mercantilismo, paternalismo, victimismo, narcisismo, clasismo, racismo, y de la hipocresía intelectual y ceguera cómplice ante estas fallas.
Recientemente alguien me preguntó en una interacción de redes sociales “¿qué se siente ser hijo de una figura como él?”. Ante una pregunta como esa mi primer instinto fue descalificarla como impertinente y digna de ser ignorada. Pero en segunda reflexión contesté: “Es una inspiración y un reto diario”. Pero la verdad es que esto no aplica solo a mi persona. Para todo venezolano, todo latinoamericano y, francamente, toda persona imbuida en los valores originados con la revolución liberal, el legado universal de Carlos Rangel debe ser inspiración y reto diario para usar nuestro pensamiento, voz y energía en el fortalecimiento y construcción en cualquier parte, por todo y cualquier medio, de paz y prosperidad en democracia y libertad.
Carlos J. Rangel es autor de La Venezuela imposible: Crónicas y reflexiones sobre democracia y libertad (Alexandria Publishing, 2017)
El Nacional y CEDICE Libertad han unido esfuerzos para publicar digitalmente una nueva edición de Del Buen salvaje al buen revolucionario. Esta edición incluye una introducción biográfica de Carlos Rangel para nuevos públicos y generaciones, con revisiones y notas inéditas en castellano que el autor hiciera para sus traducciones al francés y al inglés.
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