Claves para recuperar la economía argentina
Luego de un mes de haber asumido sus cargos, Capitanich como jefe de Gabinete y Kicillof como ministro de Economía, no han tomado ninguna medida de fondo, más allá de los consabidos parches. Apretar un poco más el cepo cambiario y buscar la forma de disimular la caída de reservas pidiéndoles a las empresas que adelanten el ingreso de divisas.
No sorprende este comportamiento porque en rigor todos sabemos que la situación económica es lo suficientemente delicada. Mi impresión es que el mismo gobierno lo debe saber, aunque no lo reconozca. Y si no lo sabe, entonces sí que estamos en un problema más serio.
¿Es esta crisis igual a la de 2001/2002, puede esperarse una hiperinflación o se viene un Rodrigazo? Éstas son las típicas preguntas que me formulan. La gente tiende a visualizar la próxima crisis tomando como referencia las del pasado, que por cierto son bastantes.
Si bien todas las anteriores crisis tuvieron su origen en el desborde fiscal por fuerte aumento del gasto público y déficit fiscal, los escenarios son diferentes. Por ejemplo, en 2002 recurrieron a una licuación del gasto público vía una llamarada inflacionaria y devaluación, pero no tocaron las tarifas de los servicios públicos. Tema que se viene arrastrando desde entonces. Claro que la crisis de 2002 contaba con el stock de capital acumulado en inversiones en infraestructura, como el caso de energía. La elección fue consumirse ese stock de capital para financiar artificiales niveles de consumo y el costo actual es que la gente no tiene luz cuando hay dos días de calor seguido. Si 36 grados de temperatura justifican los cortes de energía, en algunas zonas de Brasil deberían vivir sin luz todo el tiempo.
Pero volviendo a los escenarios anteriores, no veo una hiperinflación por delante como en 1989. Sí me parece que el escenario que tenemos es más parecido al de 1975, cuando Celestino Rodrigo tuvo que destapar la olla del lío que había dejado José Ber Gelbard con la famosa inflación cero, que no fue otra cosa que un grosero congelamiento de precios y salarios en un contexto de déficit fiscal.
Mi impresión es que dado el nivel de distorsión de precios relativos, sobre todo en las tarifas de los servicios públicos y tipo de cambio, combinados con déficit fiscal, estamos en una situación similar, no igual, pero con un ingrediente más complicado que en 1975. En ese año, la pobreza era de 4,7%, y ahora, según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, es de 27 por ciento. El colchón social que tiene hoy la economía para corregir la distorsión de precios relativos es infinitamente menor que el de 1975.
Por el lado del tipo de cambio, mis cuentas dan que, a valores de noviembre de este año, el tipo de cambio real promedio de noviembre de este año está sólo 27 centavos por encima del promedio de enero de 1981 que fue el último mes de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz. En este punto hay que ser muy claro: se mejora el tipo de cambio real mediante un extraordinario incremento de la productividad de la economía, lo que exige girar 180 grados en la política actual, y además tener capacidad de generar confianza, o se termina devaluando el peso como ha sido lo tradicional en cada crisis de los últimos 40 años, con la conflictividad social que ello implica. Quien crea que todos estos problemas se solucionan con dos analgésicos miente. Lo que no significa que no pueda sacarse adelante el país.
¿Cómo salir de esta crisis que nos dejan diez años de despilfarro económico? La parte dolorosa, que es recomponer los precios relativos, hay que afrontarla inevitablemente. Pero además hay que volver a tener una moneda, y para eso hace falta disciplina monetaria, lo que exige disciplina fiscal. Pero la disciplina fiscal con impuestos que matan la actividad económica no sirve. No se conseguirán inversiones con estas tasas impositivas, en consecuencia el esfuerzo es mucho mayor. Hay que bajar impuestos y gasto público. En el tema gasto, la opción es de hierro: o se tiene muchos empleados mal pagos o menos bien pagos.
La segunda parte del plan requiere algo más que un buen equipo económico. Se equivocan aquellos políticos que sugieren a Fulano o Mengano como ministro de Economía. No hay economista que pueda solucionar este problema si detrás no tiene una dirigencia política que le dé el marco institucional necesario para atraer lo más rápido posible inversiones que muevan la economía. Si esto se combina con un buen nivel de exportaciones, la posibilidad de empezar una senda de crecimiento económico en forma más o menos rápida es posible.
Si algún dirigente político le dice que va a solucionar este problema sin bajar el gasto público, puede estar seguro que le está mintiendo; porque lo hará, pero de la peor manera: licuándolo con una llamarada inflacionaria, es decir, destrozará los salarios de los empleados estatales y jubilados, pero no resolverá el problema de fondo.
En síntesis, habrá que esperar para ver si alguien toma el toro por las astas, o volvemos a las típicas "soluciones" a la argentina: devaluar, llamarada inflacionaria y a aguantar hasta la próxima crisis.
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