Humorismo vs intolerancia
Desde su etimología el concepto “humor” viene definido, entre otras cosas, como genio, índole, condición, jovialidad, agudeza. Con esta palabra se relacionan otras: humorada, humorismo, humorista, humorístico. De la primera puede inferirse que tiene que ver con un dicho o hecho festivo, al igual que puede traducirse en una composición literaria que encierra una advertencia moral o un pensamiento filosófico en la forma propia del humorismo, el cual constituye una forma de enjuiciar, afrontar y comentar las situaciones con cierto distanciamiento ingenioso. El humorista es aquella persona que en la vida corriente se expresa o manifiesta con humor y, muy específicamente, quien se dedica profesionalmente al humorismo, manejando para tal fin un lenguaje humorístico.
Los humoristas y el humorismo a lo largo de la historia si bien en ocasiones han sido aceptados y soportados por gobiernos y sociedades democráticas, se han convertido en blanco de ataque por parte de regímenes políticamente intolerantes. Venezuela no ha escapado a tales situaciones. Ya en el siglo XIX, durante el cual se registra la aparición de periódicos y hojas volantes en los que se combinaba la denuncia política con el humor, la reacción de sectores gubernamentales llegó a tal extremo que se propuso reformar el articulado constitucional a fin de impedir, con sanciones penales, lo que se consideraba “abusos a la libertad de imprenta”. Sin embargo, ni Páez, ni los Monagas, ni Soublette, ni Guzmán Blanco, entre otros tantos jefes de Estado y sus colaboradores se salvaron del humorismo impreso y se vieron representados en sátiras teatrales y callejeras.
Durante el siglo XX el panorama cambió dramáticamente para el humorismo criollo. Las primeras demostraciones represivas surgieron del seno del gobierno de Cipriano Castro, llamado popularmente “el Cabito”, cosa que desagradaba mucho a sus aplaudidores que lo exaltaban como una reencarnación de Bolívar, tema que se prestó para motivar la jocosidad popular; luego, se gestó un período sombrío para el humorismo venezolano, durante la larga dictadura de Juan Vicente Gómez, exaltado como “el Benemérito” por sus cortesanos y bautizado “el Bagre” por el humor político de figuras como las de Job Pim y Leoncio Martínez, quienes entre otros hombres verdaderamente valientes, mantuvieron abierta una válvula de escape contra la tiranía con la edición del periódico Fantoches, muy mal visto por el militarismo de la época y por los políticos que aupaban al régimen gomecista. Gómez murió, pero sus sucesores castrenses Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, no quedaron indemnes de chistes y caricaturas de publicaciones como El Morrocoy Azul.
El trienio de efervescencia política comprendido entre 1945 a 1948 le dio amplia cabida al humorismo político que se convirtió en parte del discurso y el debate político de esos tiempos primigenios de la democracia venezolana; sin embargo, el zarpazo militar contra el gobierno de don Rómulo Gallegos, cortó el florecimiento del humorismo y hasta 1958, se buscó erradicar todo chiste que sugiriese alusiones al dictador Pérez Jiménez. Los cuarenta años que siguieron hasta 1998 fueron testigos del desarrollo y consolidación del humorismo que, si bien en ocasiones causó escozores, nunca llegó a provocar altas dosis de intolerancia e histeria como en los actuales en los que todo mensaje de humorismo político, transmitido por cualquier medio, que no encaje en los límites del malhumor oficial, es interpretado por adulantes y serviles burócratas que buscan obtener favores del jefe, como un llamado a la subversión y al golpismo, convirtiendo al humorista en “objetivo de guerra”. Concluyamos con unas palabras de Simón Bolívar: “La lisonja es un veneno mortal para las almas bajas. El poder sin la virtud es un abuso y no una facultad legítima…”
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