El discurso que me gustaría escuchar
1 de diciembre, 2008
1 de diciembre, 2008
El discurso que me gustaría escuchar
He dejado transcurrir cierto tiempo antes de ocuparme de los comicios presidenciales norteamericanos, y al hacerlo ahora no voy a referirme al resultado electoral, a la alta participación registrada, a su influencia en las relaciones con España, ni siquiera al liderazgo de Barack Obama. Sirvan a tales efectos las consideraciones de Eugenio Trías en su Tercera, «Donde arrecia el peligro».
En esos discursos sobresalen los perfiles de una exposición conceptualmente bien construida, argumentalmente impecable, de fuerte carga ideológica y emocional, incluso lírica, mediáticamente impactante, socialmente seductora y externamente no exenta de retórica y hasta de épica. Unos discursos aglutinadores de los correlativos deseos de informar, explicar, justificar, persuadir, impulsar y animar. Y dirigidos no sólo a los suyos, sino a todos, pues, finalizada la contienda electoral, ya no hay unos ni otros. Los enfrentamientos, disputas, partidismos, facciones y banderías quedan aparcados. La llamada es, a partir de este instante, a la unidad, al agrupamiento, a la conciliación y a la coparticipación en el proyecto colectivo de una esperanzada Nación.
Todos se sienten, y reclaman ser tratados, como americanos de idéntica condición y semejante consideración: «América no son ellos, somos nosotros». Unos discursos, tanto los del victory speech, como antes los del concesión speech, que rememoran, por su capacidad para galvanizar los ánimos, a los de Abraham Lincoln, Franklin D. Roosvelt, Harry Truman o John. F. Kennedy, y que se caracterizarían por los siguientes rasgos:
1) Honestos.
Los discursos expresan, sin tapujos ni ambages, lo que se espera en tan compleja situación económica, pero también política. Disfrutan de conciencia moral. Se señalan las líneas de actuación para construir el futuro común. No se distrae a la ciudadanía con espúreas actuaciones nacidas al hilo de reprobables esquizofrenias de una clase política endogámica. Como apuntaba Ignacio Camuñas en su Tercera, «De la crisis económica a la crisis política», las crisis económicas pueden comportar el dramatismo de las peores crisis políticas.
Así se entiende la admonición del nuevo presidente -«Los Estados Unidos deben curarse a sí mismos»- y el paralelo reconocimiento de su tarea: «Sabemos que los retos que nos traerá el día de mañana son los mayores de nuestras vidas: dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo». Un texto que recuerda el mítico mensaje de Winston Churchill: «Quiero decir a la Cámara, lo que he dicho a este Gobierno. No tengo nada que ofrecer sino sangre, sudor y lágrimas».
2) Realistas. .
Una cualidad siempre exigible. El éxito de las venideras políticas depende del acertado diagnóstico de los problemas. De no ser así, la mejor de ellas está avocada a una desesperante inutilidad o al frustrante fracaso. La Política, afirmaba ya el clásico, «es el arte de hacer posible lo necesario».
3) Animosos.
Pero, siendo realistas, rezuman, simultáneamente, en la tradición del Sueño Americano, una dosis de optimismo para afrontar las dificultades: «Si todavía queda alguien que aún duda de que EE.UU. es un lugar donde todo es posible, esta noche es la respuesta». En resumen, cambio y esperanza: Yes, we can. Como afirmaría antes De Gaulle, «debemos llevar a buen término, pese a las inmensas dificultades, una honda renovación que le dé a cada hombre y a cada mujer de nuestra patria mayor abundancia, mayor seguridad, mayor felicidad, y que nos haga más numerosos, más poderosos, más fraternales».
4) Aglutinadores.
En ellos no hallamos mezquinas etiquetas. Ni buenos, ni malos. Ni dividir, ni enfrentar. No hay diferencias entre unos y otros. «Los estadounidenses -resaltaba Obama- hemos enviado un mensaje al mundo de que no somos una colección de Estados rojos (republicanos), y azules (demócratas)». Es el reinventado lema nacional del E pluribus unum («De muchos, uno»), que adelantara Benjamín Franklin: «Soy alguien que une, no que divide». Un colectivo unido, pero plural, donde todos encuentran cabida: «Jóvenes y ancianos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros y blancos, hispanos, indígenas, homosexuales, heterosexuales, discapacitados y no discapacitados». No hay humillaciones hacia el perdedor. El rival político es un compatriota. Y una llamada al futuro, ojalá aplicable a estas tierras: «Resistamos la tentación de recaer en el partidismo y la mezquindad y la inmadurez que han intoxicado nuestra vida política».
Una magnética declaración de intenciones donde -adelantábamos- el candidato republicano no quedaba a la zaga: «Espero que Dios inspire a mi antiguo oponente y mi futuro presidente, porque, a pesar de que tengamos diferencias, somos conciudadanos norteamericanos… Sean las que sean nuestras diferencias, los dos somos estadounidenses. Y creedme por favor si os digo que ningún tipo de asociación significa para mí más que eso». ¿Recuerdan haber escuchado semejantes ideas por estos lares? Un discurso que transpira el Country first, esto es, el país lo primero: «Son tiempos difíciles para nuestro país y le he prometido al senador Obama esta noche que haré todo lo que esté en mi mano para ayudarle».
5) Comprometidos con los mejores valores cívicos.
El inquilino de la Casa Blanca lo refirió certeramente: «Nuestra fortaleza radica en el poder de nuestras ideas: democracia, libertad, oportunidad y esperanza». Es decir, los valores y principios conformadores de los Estados democráticos y de Derecho. «Una joven Nación concebida -señalaba Abraham Lincoln- sobre la base de la libertad y obediente al principio de que todos los hombres son iguales».
6) Épicos.
Para movilizar a la ciudadanía se requieren unas notas de épica. Una épica tan extraña, para nuestro infortunio, en la vieja Europa. Hoy es imposible escuchar por aquí, en estos descreídos pagos, expresiones como «Amanece América», «Estados Unidos es el país indispensable». Unas palabras que casan bien, desgranadas en el Parque Grant de Chicago, con las inolvidables consideraciones del que fuera general en tiempos de la Guerra de Secesión: «La Guerra ha terminado; los rebeldes vuelven a ser nuestros compañeros y la mejor expresión de regocijo después de la victoria será abstenerse de cualquier manifestación». O, de nuevo, también en el discurso del perdedor: «Los estadounidenses nunca nos retiramos. Nunca nos rendimos. Nunca nos escondemos de la historia. Hacemos historia».
Unos contenidos, y lo digo no sólo con pena, sino con abierta envidia, ausentes en esta España constitucional.
Al margen de la escasa formación oratoria de nuestra clase política, estamos demasiado sometidos al regate corto, plegados a la satisfacción de rácanas ventajas inmediatas, en la habitual ausencia de valientes compromisos, obsesionados, sin desmayo ni parada, con el fagocitador rédito electoral diario. Pero España, que es asimismo un país grande, se merece discursos semejantes. Yo, no pierdo la esperanza de escucharlos algún día. ¡Y qué les diría yo si el partido ganador fuese de incluir en su equipo a personas del partido rival! Lean, finalmente, parte del mensaje conjunto de ambos: «Creemos que los estadounidenses de todos los partidos quieren y necesitan que sus líderes se junten». De momento, un sueño.
El autor es Rector de la Universidad Rey Juan Carlos.
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