Estados Unidos y la base de Guantánamo en el corazón de Cuba
Puede verse también: La Guerra Hispano-Estadounidense: El salto hacia el imperio de ultramar por Joseph R. Stromberg
La isla de Cuba perteneció a la Corona española hasta 1898. Fue uno de los primeros lugares que pisó Cristóbal Colón, en 1492, cuando “descubrió” América. La bautizó con el nombre de Juana, en honor a la hija del rey Fernando II de Aragón e Isabel de Castilla, quien más tarde se convertiría en Juana “La loca”. Los taínos, los habitantes originarios de la isla, mayoritariamente agricultores, resistieron la ocupación. Pero se impuso la fuerza: los locales fueron sometidos, por los europeos.
Lo de “Juana” nunca prosperó, se impuso el nombre de origen taíno: Cuba, del que aun hoy se discute su significado.
Dos poetas y un grito de independencia
Cuba fue la última colonia española en América, junto con Puerto Rico. Recién en 1868, 64 años después de la declaración de independencia de su vecino Haití, el poeta Carlos Manuel de Céspedes lideró el primer movimiento revolucionario cubano. Llegó a reunir un ejército de 1500 hombres que paseaba temerariamente por las ciudades, buscando adeptos, procurando intimidar a los administradores de la colonia.
La guerra entre separatistas y españoles golpeó tan violentamente a la economía cubana que ambos bandos firmaron, en 1878, un pacto de cese al fuego. El débil acuerdo tuvo como único objetivo salvaguardar lo poco que quedaba en pie dentro de la isla.
La voluntad independentista volvió a cobrar fuerza en abril de 1895 cuando el poeta José Martí, que llevaba 24 años de exilio en los Estados Unidos, regresó a la isla. El contexto internacional era favorable a los revolucionarios: la Corona española había perdido prácticamente todas sus colonias en Sudamérica.
Martí murió en combate a las pocas semanas, pero sus guerreros continuaron luchando, arrasando por momentos a los españoles, durante los siguientes tres años.
El “accidente” que aceleró a la Historia
En 1898, luego de tres años de combate, el panorama en Cuba era desolador. La prensa del mundo posó sus ojos sobre la isla. Fue entonces cuando la Armada de los Estados Unidos resolvió enviar a uno de su buques a las costas de Cuba con la excusa de proteger a los ciudadanos estadounidenses que vivían allí.
Pero el 15 de febrero de 1898, el acorazado “USS Maine” sufrió una gran explosión en el puerto de La Habana: 266 marineros norteamericanos perdieron la vida.
Estados Unidos culpó a los españoles, que se defendieron alegando que había sido un accidente. Algunas voces dijeron, a lo largo de los años siguientes, e incluso hasta hoy, que la explosión fue el pretexto de los Estados Unidos para intervenir. Lo cierto es que, ni siquiera en 2023, se sabe la verdadera causa del estallido en el “Maine”.
Estados Unidos reaccionó. Desplegó sus fuerzas a lo largo de la isla, listas para tomar control de su territorio. Antes de dar el primer golpe, el gobierno del norteamericano William Mc Kinley propuso una solución pacífica del conflicto: le ofreció a la Corona española 300 millones de dólares por Cuba. Pero la respuesta de los europeos fue un rotundo rechazo. Entonces se desató la vía bélica.
El enfrentamiento entre Estados Unidos y España en Cuba duró poco más de un suspiro. Solo hubo una batalla, el 1 de julio de 1898, en la que los americanos acorralaron a los españoles, que quince días más tarde se rindieron.
Sin embargo, la independencia cubana sufrió una nueva postergación: los norteamericanos mantuvieron su presencia militar en la isla durante cuatro años más. Recién el 20 de mayo de 1902, se declaró oficialmente la independencia de la República de Cuba. Pero la emancipación no fue completa: los cubanos habían contraído una deuda con quienes los habían ayudado a conseguirla y debían saldarla.
La enmienda Platt
Un año antes de la declaración de Independencia Cubana, el congreso de los Estados Unidos votó la Ley de los Presupuestos del Ejército de los Estados Unidos. Dicha legislación tenía un añadido, la Enmienda Platt. Este texto, ideado por el senador estadounidense Orville H. Platt, fue agregado también en la Constitución de Cuba, escrita en 1901, y le otorgaba al país norteamericano el derecho de intervenir militarmente en Cuba siempre que lo creyera adecuado, lo que le otorgaba además una gran influencia en el día a día político de la isla.
Estados Unidos hizo foco en un pedazo de tierra particular: la bahía de Guantánamo, a 945 kilómetros de La Habana, casi en el extremo sudeste de la isla. Mc Kinley negoció con las autoridades cubanas y, poco después, firmaron un contrato de alquiler por el territorio: un total de 117 kilómetros cuadrados, entre tierra firme, mar y pantanos.
Los norteamericanos hicieron de aquél paraje, hasta entonces prácticamente desierto, una extensión de su territorio: construyeron una base naval y la rodearon con todo tipo de comercios. A lo largo de su historia, hubo locales McDonald’s, KFC, Starbucks, Pizza Hut y Taco Bell en Guantánamo. La presencia norteamericana, con todo su desarrollo, adquirió mayor contraste a partir del 1 de enero de 1959, cuando triunfó la revolución cubana.
Desde 1903, Estados Unidos pagó a Cuba una suma aproximada a los 2 mil dólares anuales por el arrendamiento de Guantánamo. En 1973, tras una suerte de revalúo interno, un ajuste del que no participaron autoridades cubanas, el valor del arrendamiento fue actualizado a 4085 dólares por año.
La Bahía se mantenía innegociable
En 1934, Estados Unidos y Cuba firmaron un tratado bilateral que le otorgaba completo control de su país a las autoridades cubanas. Ya no habría intervención norteamericana (por lo menos, no de forma directa). Pero había un punto en el que los Estados Unidos se mantuvo inflexible: la bahía de Guantánamo, que seguiría bajo su jurisdicción.
En términos geoestratégicos, ese territorio tuvo -y todavía tiene- un gran valor para los Estados Unidos. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, funcionó como un centro de tecnología antisubmarina. Más adelante, en la década de 1990, sirvió como un centro de estadía para miles de refugiados haitianos y cubanos que quisieron escapar de sus países. Hoy, algunos políticos y analistas observan que, en caso de una crisis migratoria en el Caribe, Guantánamo podría servir para fines semejantes. También se ha destacado la utilidad de las instalaciones militares como centro de operaciones antinarcóticos, para misiones de rescate o como una simple carta de negociación, entre otras variantes.
La Base Naval de Guantánamo alcanzó su grado máximo de controversia con la construcción de la cárcel, donde estuvieron detenidos algunos de los enemigos más temidos y buscados por los Estados Unidos. Al día de hoy permanece allí un reducido número de 30 presos, en su mayoría criminales presuntamente vinculados con grupos terroristas. Durante los últimos 20 años, 780 prisioneros desfilaron por los pasillos de la cárcel, muchos de ellos sin haber recibido condena alguna.
Agujero negro legal
En 1959, tras la revolución comunista, Fidel Castro dejó de cobrar los cheques a modo de protesta hacia la ocupación “ilegal” de la bahía. De hecho, su gobierno recibió el pago de 1959 “por error”. Así lo explicó Castro en uno de sus textos de reflexión en el diario Granma, en 2007. El dictador escribió que, a partir de 1960, todas las demás transferencias fueron rechazadas. Decía que no querían el dinero: querían que se les devolviera su territorio, el único pedazo de su isla sobre el que no pueden ejercer soberanía.
Pero en ningún momento llegó a estar cerca la posibilidad de que Estados Unidos les restituyera la jurisdicción de Guantánamo. Los sucesivos gobiernos americanos, fueran republicanos o demócratas, desoyeron las quejas internacionales, principalmente relacionadas con Derechos Humanos, en las que se señalaba que la cárcel de Guantánamo funcionaba como “un agujero negro legal”. Ya que, si bien la jurisdicción la ejercía Estados Unidos, el territorio seguía siendo cubano. Además se apuntaba que ninguno de los métodos de interrogación a criminales que habrían ocurrido allí, estaban en cumplimiento con las leyes de Cuba.
Cada año, Estados Unidos envía un cheque al gobierno de Cuba con el pago del alquiler por Guantánamo. Sin embargo, desde 1960 el dinero no entra en las arcas del gobierno cubano. Nadie sabe su destino. Según un artículo publicado por la BBC en 2016, “Cuba no los cobra, y los cheques se anulan si no se cobran en un año. Se cargan a la Marina estadounidense y se dirigen al Tesorero General de la República de Cuba, figura que desde hace años no forma parte de la estructura del gobierno de la isla”.
123 años después, la intervención es difícil de revertir. Es esencial, en primer lugar, cerrar la prisión, para luego diagramar qué hacer con las tierras arrendadas. Pero esto no ha sido fácil para los últimos presidentes estadounidenses, que son los que se vieron interpelados por el tema. Unos, como Barack Obama, no pudieron; y otros, como Bush y Donald Trump, no quisieron. El primer presidente afroamericano de los Estados Unidos firmó una orden ejecutiva en su primer mes de gobierno para cerrarla en el plazo de un año, pero sus intenciones no prosperaron. Sí consiguió reducir el número de prisioneros de 242 a 55.
Luego asumió Trump con otro mensaje: abogó por mantenerla abierta y “llenarla de malhechores”. Joe Biden, por su parte, dejó claro que tiene la intención de cerrarla, pero, al ritmo en el que se resuelven los destinos de los detenidos que permanecen allí -muchos de ellos aún sin condena-, el centro de detención deberá permanecer abierto.
De todas maneras, ese sería el primer paso. El segundo es resolver si Estados Unidos está dispuesto a entregar un punto tan importante para sus intereses estratégicos y geopolíticos.
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