Argentina: El descontrol de los controladores
Desde 2011 hasta aquí el déficit fiscal, aun antes del pago de deuda, creció diez veces. Es decir mil por ciento.
Para aquellos que sostienen que los déficits públicos ayudan a reactivar la economía, la Argentina debería estar volando de crecimiento económico. Pero no es así. Y no es así por un pequeño detalle. Los déficits públicos ayudan en el corto plazo a reactivar una economía si se financian con crédito externo o desahorrando fondos acumulados en épocas de bonanza.
Pero sucede que la Argentina no tiene acceso al crédito externo, ni tiene fondos anticíclicos, sólo tiene al Banco Central. Entonces, el Gobierno usó las reservas para pagar deuda externa, y la maquinita de emitir pesos para financiar el déficit fiscal. En efecto, desde esa fecha se usaron más de US$ 30 mil millones para pagar deuda, y la emisión para financiar al Gobierno creció también unas diez veces. Antes de que algún ignorante argumente “el Banco Central de Estados Unidos también inundó de dólares su economía”, le recuerdo que la Reserva Federal no financia al Gobierno de manera directa, y lo que hace es emitir reservas bancarias que les vende a los bancos en operaciones de mercado, contra títulos públicos líquidos y otros activos.
El Banco Central de la Argentina le da los pesos directamente al Gobierno, contra un vale de caja intransferible a largo plazo.
Retomando, una economía con un gasto y un déficit fuera de control, y una emisión monetaria que nada tiene que ver con la demanda de pesos, sino con las necesidades de financiar, justamente, ese descontrol fiscal.
Semejante descontrol sólo puede tener como resultado lo que hoy estamos viviendo.
El gasto público financiado con emisión no reactiva porque sólo redistribuye entre receptores de gasto y pagadores de impuestos (incluida la inflación) –por eso el ajuste es sólo privado–, más el salario real de los empleados públicos y las jubilaciones.
Dicho sea de paso, el uso de las reservas para pagar deuda pública implica, obviamente, “pagar con el hambre de los argentinos”. En efecto, las reservas no se compraron con superávit fiscal (que no hay desde 2009), sino con emisión de moneda, es decir, con inflación. Inflación que es un impuesto que pagamos todos pero, proporcionalmente, pagan más los pobres.
Sin crédito externo, y sin ingreso de capitales por las políticas instrumentadas y con estancamiento o caída de exportaciones, también por políticas públicas que destruyeron mercados, más allá del “mundo”, las reservas caen y hay que racionarlas frenando importaciones. Racionar importaciones afecta el nivel de actividad, dado que las empresas necesitan insumos y productos para producir. Con esto se cierra el círculo.
Descontrol de gasto y emisión que terminaron generando falta de divisas. Falta que se “soluciona” obligando al ajuste al sector privado y al sector más vulnerable del sector público.
Obviamente, el ajuste privado redistribuye en contra de los que producen, reduciendo la recaudación impositiva y agravando el problema de déficit y emisión.
A estas alturas, queda claro que la “solución” de enero de devaluar sin programa fiscal y subir las tasas de interés fracasó. Y fracasó, precisamente, porque no era solución.
La devaluación se trasladó parcialmente a los precios. Y si bien es cierto que eso favorece la recaudación impositiva en términos nominales, no es menos cierto que impacta sobre el gasto público, dado que una parte importante, los subsidios económicos, están dolarizados (las importaciones de energía) o indexados (los mayores costos de operación local de las empresas de energía y transporte). Como el impacto sobre el gasto es mayor que sobre los ingresos, el déficit aumenta, aumenta la emisión para financiarlo y esos pesos “de más” finalmente terminan demandando dólares en el mercado informal, aumenta la brecha, la presión sobre los precios, etc, etc. Y volvemos al punto de partida.
La economía argentina, perdida en este laberinto, camina en círculos y, cada tanto se detiene y confirma “por aquí ya pasamos”.
A estas alturas, y sin acceso al crédito externo, y con más caída de exportaciones por el precio de la soja y Brasil, a este Gobierno, para salir del laberinto, sólo le quedan “parches para aguantar”.
Fiel a su estilo, sus parches más probables podrían ser desdoblamiento cambiario “oficial” y más chavización.
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