La verdad sobre el SueciaCare
Como sueco que vive actualmente en Estados Unidos, con experiencia
real del SueciaCare, debo replicar a las mentiras propagadas por el
profesor Robert H. Frank en su artículo en el New York Times del 15 de junio titulado “What Sweden Can Teach Us About Obamacare”.
Es
sorprendente leer algo tan alejado de la teoría económica básica por
parte de un profesor de economía. Pero dejando aparte la teoría, hubiera
bastado con que el profesor Frank hubiera acudido a la sala de
emergencias pública más próxima para ver sus ilusiones irreparablemente
hechas pedazos. La realidad es que el sistema sanitario sueco es el
ejemplo perfecto de la tragedia de la planificación centralizada. Es
caro y (aún peor) mata a gente inocente.
La atención sanitaria
universal llegó en la década de 1950 como parte de un proceso
socialdemócrata para crear el “hogar del pueblo” (Folkhemmet).
Este gran esfuerzo también incluía la educación gratuita a todos los
niveles, viviendas modernas para los pobres, planes públicos de
pensiones obligatorios y más cosas. Concedamos el beneficio de la duda y
supongamos que sus defensores tenían buenas intenciones; como es
habitual, estas intenciones empedraron el camino a un destino infernal.
Ha tomado un tiempo, pero ahora se está haciendo evidente incluso para el hombre de la calle que todo
aspecto de este proyecto ha sido un desastre. Puede que no sea capaz de
unir los puntos, pero puede ver que el sistema definitivamente no
funciona como se anunciaba y se está deteriorando rápidamente.
Antes
de que el proyecto utópico estuviera en marcha, Suecia había tenido
algunos de los impuestos más bajos en el mundo civilizado y, no
sorprendentemente, estaba en lo más alto en términos de nivel de vida.
El proyecto cambió a Suecia a un país con el segundo nivel de fiscalidad
del mundo (el de Dinamarca es más alto), periodos de inflación
desbocada y una economía en constante deterioro.
No hay nada
económicamente misterioso en la atención sanitaria, es solo otro
servicio. Como cualquier otro, puede proporcionarse con abundancia en un
mercado libre con precios asequibles y mejorando constantemente la
calidad. Pro como todo lo demás, cae por tierra cuando los
planificadores centrales ponen sus manos sobre él, que es lo que hacen
ahora. Afirmar que los problemas se deben a un “fallo del mercado” en la
atención sanitaria es como decir que hubo un fallo del mercado en la
fabricación soviética del pan.
Veamos lo que ocurrió cuando la
atención sanitaria fue proporcionada gratuitamente por el gobierno sueco
(es decir, por los contribuyentes). Advirtamos que los mismos
principios económicos son aplicables a cualquier servicio que el
gobierno decida nacionalizar y proporcionar gratuitamente. Los mismos
principios se aplicarían al Obamacare, con algunas ligeras variaciones.
Primero
se dio a entender en Suecia que la atención sanitaria gratuita era solo
para los pobres. No afectaría a los que estuvieran contentos con su
actual proveedor. Pero cuando el gobierno ofrece de repente una
alternativa gratuita, muchos abandonan a su médico privado optando por
los bienes gratuitos. El sistema público tendrá que expandirse, mientras
que los doctores privados perderán pacientes. Los doctores privados
están entonces obligados o a aceptar empleos dentro del sistema público o
a abandonar la profesión. El resultado es un solo monolito de atención
sanitaria pública. ¿Puede uno encontrar economías de escala dentro de su
funcionamiento, como afirma el profesor Frank? Tal vez. Pero si
existen, se verán empequeñecidas por los costes e ineficiencias de la
burocracia que crece inevitablemente para dirigir el sistema.
Los
resultados son claramente visibles en Suecia. Quedan muy pocos médicos
privados. De los pocos que quedan, la mayoría es parte de sistema
asegurador nacional. Se ha creado una enorme burocracia para realizar
toda la planificación centralizada necesaria de la sanidad pública y
pseudo-privada.
Cuando Suecia tiene elecciones, cada cuatro años, vota tres niveles de gobierno: nacional, landsting y kommun. Un landsting es un tipo de gobierno regional a nivel medio y hay 20. Los landstings
están casi completamente dedicados a gestionar la atención sanitaria
pública. Siempre están cortos de fondos y habitualmente tienen pérdidas.
La
ventaja de un sistema de libre mercado, como estoy seguro de que sabe
el venerable profesor Frank, es que se juntan oferta y demanda para
fijar precios. Estos precios son señales a los médicos y les dicen lo
que necesitan y valoran más sus pacientes. Si hubiera un repentino
aumento en la demanda de cirugía de corazón, el precio de ese servicio,
en igualdad de condiciones, subiría. Los médicos se verían
motivados por el aumento de los precios a pasar a campos en los que
puedan conseguir mayores beneficios. Más doctores se dedicarían a la
cirugía del corazón, aumentaría la capacidad para la cirugía del
corazón, la demanda aumentada se satisfaría y el precio volvería a
bajar. Alguna gente protesta y piensa que es inmoral que los médicos
maximicen el beneficio y vivan de los problemas médicos de otra gente.
¿Pero por qué es más inmoral que el hecho de que los granjeros se
beneficien del hambre de la gente?
Así, los sistemas de libre
mercado asignan sistemáticamente capacidad (“oferta”) y la reasignan
rápidamente para satisfacer las necesidades de los pacientes
(“demanda”). Debido a la competencia, tiene la ventaja añadida de luchar
siempre por precios inferiores y calidad superior. Este principio es
tan cierto para los servicios médicos como lo es para los teléfonos
celulares o los servicios de jardinería.
La burocracia de un
sistema sanitario público no puede utilizar precios de mercado para
asignar recursos. Debe usar otros medios. Primero tratará de planificar
de acuerdo con la demanda estimada. Tratará de adivinar el número de
fracturas de huesos, operaciones de corazón y trasplantes de riñón en el
próximo año. Las estimaciones invariablemente serán erróneas, causando
escaseces en algunos lugares y excesos de capacidad en otros (al mismo
tiempo), lo que se traduce en sufrimiento humano y desperdicio
económico.
Sin la motivación del beneficio, no hay incentivo para
para adaptarse a la realidad, para utilizar equipos caros hasta el
máximo de capacidad, para mejorar el nivel de servicio o tratar a los
pacientes con dignidad. Todo cambio se echará abajo por los
planificadores superiores por decreto. Doctores y enfermeras se verán
frustrados porque no son libres de ejercer su profesión con sus mejores
habilidades y ayudar a la gente tanto como les gustaría. Muchos de los
mejores se irán a otros sectores.
Es imposible poner una cifra,
pero es evidente que el nivel de energía en la profesión médica en
Suecia es bajo comparado con Estados Unidos. Puede verse en varios
niveles, desde los doctores hasta incluso los estudiantes. Un estudiante
estadounidense de medicina y amigo estuvo un año en un hospital sueco.
Le sorprendió darse cuenta de que los estudiantes no dedicaban nada de
su tiempo libre al quirófano: no había nada que les impulsara a ser los
mejores. Por supuesto, hay entusiastas que aun así aman su trabajo y
hacen un trabajo formidable, pero el sistema no lleva a esta actitud.
La
planificación fracasa siempre. Los planificadores acaban dándose cuenta
de que el mercado es superior no retrocederán. Más bien tratarán de imitar
a un mercado, utilizando técnicas de moda, como la “Nueva Gestión
Pública”, sistemas de cheques o intercambios sanitarios. Las
consecuencias de estas soluciones son normalmente más desastrosas que la
abierta planificación. Para que funcionen, tendrán que reducir toda
condición médica a un código, todo paciente a un número de
identificación y todo procedimiento a cifras (arbitrarias) de costes e
ingresos.
Recientemente se reveló en uno de los principales
periódicos que se dijo a los doctores que priorizaran pacientes
basándose en su valor como futuros contribuyentes. Naturalmente, la
gente anciana tiene poco valor como futura contribuyente, así que
naturalmente se convierten en prioridad baja en la máquina y es menos
probable que reciban un tratamiento adecuado. En un sistema privado de
atención sanitaria puedes dar tus propias prioridades, por ejemplo
puedes vender tu casa y gastar lo ingresado es reponerte. En un sistema
socializado algún otro fija las prioridades.
Como sabemos, toda
acción inducida por un planificador da lugar a cinco reacciones iguales,
opuestas y no pretendidas, cada una de las cuales se atenderá con aun
más acciones inducida por planificadores. Todo acabará con un sistema
quebrado como el sueco, en el que el servicio es “gratuito”, pero
inaccesible.
Para casos de no emergencia en Suecia, debes acudir a
la “Central de atención sanitaria” pública. Es siempre el punto de
partida para lo quesea, desde gripe a tumores cerebrales. Debes ir a tu
Central asignada, según tu distrito sanitario. La admisión es solo por
cita. Normalmente tienen una ventana de 30 minutos cada mañana, cuando
llamas para pedir una de las horas previstas. Asegúrate de llamar pronto
o se acabarán. Difícilmente conseguirás una cita para el mismo día. Se
te asignará un médico general, probablemente uno que no hayas conocido
antes, probablemente uno que no hable un sueco fluido y muy
probablemente uno que odie su trabajo. Si tienes algo grave, empezarás a
un calvario de citas con especialistas. El proceso puede llevar meses.
Contrariamente a lo que cree el profesor Frank, esto no es una
“característica” del sistema para asegurar la utilización máximas de las
capacidades. Es una característica inevitable de la planificación
centralizada, análoga a las colas soviéticas del pan, a las que nadie se
refiere como una “característica”.
En esta “cola del pan”
sanitaria es donde muere la gente. Ocurre cada cierto tiempo que para
cuando un paciente llega a un especialista su condición se ha agravado
sin remedio. También ocurre frecuentemente que se pierden las
derivaciones. Las burocracias crean empleados apáticos, a los que no les
importa nada, que rechazan dar un paso más y que nunca son responsables
de los fallos.
Si tienes una urgencia irás a la sala de urgencias
en uno de los enormes hospitales de tamaño soviético. El profesor Frank
alaba las monstruosas instalaciones por proporcionar “economías de
escala”. Estocolmo tenía dos hospitales enormes. En 2004 se agruparon en uno
por una famosa empresa de consultoría. Por supuesto, la “fusión” fue un
fracaso, así que durante años ha habido discusiones sobre dividirlos de
nuevo.
La sala de urgencias es una experiencia completamente
diferente. Salvo que te estés ahogando o sangrando profusamente,
deberías esperar de 5 a 7 horas para ver a un doctor. Solo puedes
esperar este “alto” nivel de servicio si llegas en un día laboral y en
horario de oficina. Fuera de este o en fines de semana, es peor. Los
doctores están sobre todo ocupados rellenando formularios para las
autoridades sanitarias centrales, garabateando códigos en casillas para
informar de los servicios prestados, en lugar de atendiendo a los
pacientes. Ha habido casos reportados en que los pacientes han visto
inmediatamente a un doctor, pero son casos raros.
Es importante
planificar cualquier problema importante de salud que pretendas tener
fuera de junio, julio y agosto, porque durante los meses de verano los
hospitales están prácticamente cerrados por vacaciones.
Debido a
la falta de la motivación del lucro, los servicios gratuitos no solo se
hacen malos sino asimismo muy caros. Uno de los bancos principales (el
Swedbank) publicó recientemente un estudio que indicaba que el
asalariado medio paga en torno al 70% de su renta en impuestos al
gobierno, incluyendo el invisible gran bocado que se retiene en su
nómina. Como los sistemas gratuitos se hacen más caros con el tiempo y
es imposible compensarlos aumentando constantemente los impuestos, cada
año se clasifican más casos como no amenazantes para la vida y por tanto
ya no se atienden.
En la etapa final del fracaso de la
planificación centralizada, los planificadores sencillamente renuncias.
Quieren lavarse la manos respecto de todo y deciden “privatizar” los
servicios. En la práctica, esto significa que se deshacen de hospitales a
precio de ganga para “empresarios” bien relacionados. Los
planificadores se convierten en supervisores y garantes de calidad. Esto
crea un “mercado” altamente protegido en el que a los “empresarios”
solo se les obliga a prestar servicios de calidad pública a precios
determinados por lo que costaría al gobierno hacer lo mismo.
Evidentemente, esto crea permanentemente márgenes tan enormes que
podrías conducir una ambulancia a través de ellos y no hay competencia
para pararlo.
Este es un patrón general que se ve no solo en la
atención sanitaria sino también en todos los sectores
pseudo-privatizados y muy regulados, como educación, farmacias y
atención a mayores.
Cuando la gente descubre que los enormes
beneficios se trasladan a refugios fiscales reclama inmediatamente que
los beneficios en sanidad deberían estar prohibidos y que el gobierno
nacionalice el sector. Y así hemos cerrado el círculo.
Este
proceso es evidente en Suecia, donde hay ahora un amplio consenso en
todo el arco político y entre expertos de los medios de comunicación de
que los beneficios en sanidad, especialmente sobre fondos fiscales, son
inmorales y deberían prohibirse. Es probable que, en su momento, haya
legislación en este sentido.
El mercado de la atención sanitaria
privada es pequeño en Suecia. Poca gente puede pagarlo ya que ya han
pagado el impuesto del 70% por todas sus cosas “gratuitas”. Los
políticos tienen sin embargo atención sanitaria privada, naturalmente
pagada por los contribuyentes. Aparentemente son gente tan especial que
los sistemas sanitarios que han diseñado para otros no son
suficientemente buenos para ellos.
Cuando me mudé a EEUU, nuestro
seguro sanitario familiar tardó tres meses en ponerse en práctica. Uno
de mis parientes se rompió entonces una pierna. Encontramos una “clínica
de cinco minutos” a una hora y media, se le miró por rayos X, se redujo
y escayoló sin esperar tiempo, todo por 200$ en efectivo. Ese tipo de
servicio no existe en Suecia. Es un ejemplo de cómo un mercado aun no
totalmente destruido por el estado puede crear servicios asequibles y de
gran calidad.
La razón por la que la sanidad estadounidense
basada en seguros es tan cara es que está muy regulada y relacionada
legalmente con el igualmente regulado sector asegurador. Ambos están
muy protegidos por regulación frente a la competencia. El Obamacare los
hará aún más caros, burocráticos e inaccesibles. La manera de arreglar
la atención sanitaria de EEUU es extirpando de él a los planificadores y
reguladores centralizados, no implantando más manadas de estos.
He visto (y vivido) el futuro de la atención sanitaria estadounidense y no funciona.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe.
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