La crisis de los misiles de Cuba cincuenta años después
CAMBRIDGE. – En este mes se cumple el cincuenta
aniversario de la crisis de los misiles de Cuba, aquellos trece días de octubre
de 1962 que probablemente fueran el momento en que el mundo estuvo más cerca de
una gran guerra nuclear. El Presidente John F. Kennedy había advertido
públicamente a la Unión Soviética que no introdujera misiles de ataque en Cuba,
pero el dirigente soviético Nikita Jrushchev decidió cruzar la línea roja de
Kennedy subrepticiamente y colocar a los americanos ante un fait accompli.
Cuando un avión americano de vigilancia descubrió los misiles, estalló la
crisis.
Algunos de los asesores de Kennedy lo instaron a
lanzar un ataque aéreo y una invasión para destruir los misiles. Kennedy
movilizó las tropas, pero también ganó tiempo anunciando un bloqueo naval de
Cuba. La crisis amainó cuando los barcos soviéticos que transportaban más
misiles regresaron a su punto de partida y Jrushchev accedió a retirar los
misiles que ya había en la isla. Como dijo el entonces Secretario de Estado,
Dean Rusk: “Estábamos mirándonos fijamente a los ojos y creo que el contrario
pestañeó”.
A primera vista, fue un resultado racional y
previsible. Los Estados Unidos tenían una ventaja de 17 a 1 en armamento
nuclear. Los soviéticos reconocieron, sencillamente, dicha ventaja.
Y, sin embargo, los EE.UU. no lanzaron un ataque
preventivo contra los emplazamientos de misiles soviéticos, que eran
relativamente vulnerables, porque el riesgo de que se dispararan uno o dos
misiles soviéticos contra una ciudad americana era suficiente para disuadir de
lanzar un primer ataque. Además, tanto Kennedy como Jrushchev temían que las
estrategias racionales y el cálculo cauto no bastaran para impedir una pérdida
del control. Jrushchev ofreció una metáfora vívida en una de sus cartas a
Kennedy: “Nosotros y ustedes no debemos tirar ahora de los extremos de la
cuerda en la que ustedes han hecho el nudo de la guerra”.
En 1987, yo formé parte de un grupo de expertos que se reunió en la Universidad
de Harvard con los asesores de Kennedy supervivientes para estudiar la crisis.
Robert McNamara, Secretario de Defensa de Kennedy, dijo que se volvió más cauto
a medida que se desarrolló la crisis. En aquel momento, pensó que la
probabilidad de que el resultado de la crisis fuera una guerra nuclear podría
haber sido de una entre cincuenta (aunque consideró el riesgo muy superior
después de enterarse en el decenio de 1990 de que los soviéticos ya habían
entregado armas nucleares a Cuba.)
Douglas Dillon, Secretario del Tesoro de Kennedy, dijo que pensaba que el
riesgo de guerra nuclear había sido prácticamente nulo. No veía cómo podría
haber alcanzado la situación el nivel de la guerra nuclear, por lo que había
estado dispuesto a apretar más a los soviéticos y correr más riesgos que
McNamara. El general Maxwell Taylor, Presidente del Estado Mayor Conjunto,
también creía que el riesgo de guerra nuclear era escaso y se quejó de que los
EE.UU. dejaran a la Unión Soviética salir bien librada con demasiada facilidad.
Consideraba que los americanos deberían haber acabado con el régimen de Castro.
Pero Kennedy sopesó profundamente los riesgos de
perder el control de la situación, razón por la cual adoptó una postura más
prudente de lo que habría gustado a algunos de sus asesores. La moraleja de la
historia es la de que un poco de disuasión nuclear puede dar buen resultado.
No obstante, sigue habiendo ambigüedades sobre la crisis de los misiles que
dificultan la posibilidad de atribuir el resultado enteramente al componente
nuclear. Hubo consenso público en el sentido de que los EE.UU. habían vencido,
pero resulta difícil determinar hasta qué punto y por qué.
Hay al menos dos posibles explicaciones del resultado,
además del reconocimiento soviético de la superioridad de la potencia nuclear
de los Estados Unidos. Una se centra en la importancia de lo que se jugaban
relativamente las dos superpotencias en la crisis: para los EE.UU. no sólo
había más en juego en la vecina Cuba que para los soviéticos, sino que, además,
podían presionar con las fuerzas militares tradicionales. El bloqueo naval y la
posibilidad de una invasión por parte de los EE.UU. reforzó el crédito de la
disuasión americana, con lo que la carga psicológica recaía sobre los
soviéticos.
La otra explicación impugna la premisa misma de que la
crisis de los misiles de Cuba fuera una clara victoria de los EE.UU. Los
americanos tenían tres opciones: emprenderla a tiros (bombardear los emplazamientos
de los misiles); apretar las tuercas (bloquear a Cuba a fin de convencer a los
soviéticos para que retiraran los misiles); y hacer concesiones (conceder a los
soviéticos algo que desearan).
Durante mucho tiempo, los participantes hablaron poco de las concesiones que
entrañó la solución, pero la documentación posterior indica que una silenciosa
promesa por parte de los EE.UU. de retirar sus misiles obsoletos de Turquía e
Italia probablemente fuera más importante de lo que se pensó en aquel momento
(además, los EE.UU. aseguraron en público que no invadirían a Cuba).
Podemos concluir que la disuasión nuclear tuvo su
importancia en la crisis y que Kennedy tuvo en cuenta sin lugar a dudas la
dimensión nuclear, pero lo que revistió tanta importancia no fue la proporción
de armas nucleares de las dos potencias, sino el temor de que incluso unas
pocas armas nucleares causaran una devastación intolerable.
¿Hasta qué punto eran reales los riesgos? El 27 de octubre de 1962, justo
después de que las fuerzas soviéticas de Cuba derribaran un avión de vigilancia
de los EE.UU. (y matasen al piloto), un avión similar que estaba tomando las
habituales muestras aéreas cerca de Alaska violó inadvertidamente el espacio
aéreo soviético en Siberia. Afortunadamente, no fue derribado, pero más grave
fue que se hubiera ordenado a las fuerzas soviéticas en Cuba –sin que los
americanos lo supieran– repeler una invasión de los EE.UU, y se las había
autorizado a recurrir a sus armas nucleares tácticas para ello.
Resulta difícil imaginar que semejante ataque nuclear
hubiera seguido siendo simplemente táctico. Kenneth Waltz, experto americano,
publicó recientemente un artículo titulado “Razones por las que el Irán debe
obtener la bomba”. En un mundo racional y previsible, semejante resultado
podría producir estabilidad. En el mundo real, la crisis de los misiles de Cuba
indica que podría no ser así. Como dijo McNamara: “Tuvimos mucha suerte”.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Joseph Nye, profesor en Harvard, es autor de The Future of Power
(“El futuro del poder”).
Copyright: Project Syndicate, 2012.
www.project-syndicate.org
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