¿El fin de las FARC?
En casi medio siglo de existencia, desde su fundación oficial en 1966, las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), han tenido dos jefes: Manuel Marulanda y Alfonso Cano. El primero, su fundador, murió de enfermedad en 2008, tras 42 años al frente del grupo guerrillero. El segundo fue abatido por el ejército colombiano este 4 de noviembre, apenas tres años después de haberse convertido en el nuevo líder de las Farc. Este solo hecho, en sí mismo, es quizás revelador de los cambios ocurridos en la evolución del conflicto armado colombiano durante la última década.
El Presidente Juan Manuel Santos tiene razón al señalar que la caída de Cano “es, sin ninguna duda, el golpe más importante que se haya dado en la historia de la lucha contra este grupo subversivo”. ¿Significa acaso el comienzo del fin para las Farc? ¿Qué efectos políticos y sociales tendrá este triunfo del Estado contra la cúpula guerrillera?
Si bien hasta ahora el “más importante”, el abatimiento de Cano es el más reciente de una serie de golpes exitoso contra las Farc en la última década. Varios miembros del Secretariado General, que congrega a los altos comandos de la organización guerrillera, han sido dados de baja en combate. Otros comandantes han sido asesinados por los propios miembros de las Farc (Iván Ríos), o capturados y extraditados a los Estados Unidos (Simón Trinidad), o han desertado de sus filas (Karina) – ver “Los golpes”, en www.semana.com.
Más allá de los comandantes, los números se multiplican. Tan sólo en el último año, según cifras oficiales, se han desmovilizado unos 1.300 guerrilleros, mientras otros 1.400 han sido capturados y 356 han muerto en combate. Adicionalmente, el estado ha tenido buenos éxitos en la liberación de secuestrados por parte de las Farc, incluída la de Ingrid Betancourt. Dos de los golpes más significativos contra las Farc han ocurrido en los últimos 14 meses: en septiembre del 2010 el ejército abatió al “Mono Jojoy”, su estratega militar, y ahora Alfonso Cano, su estratega político. La caída de Cano debe entenderse, pues, en este amplio contexto, donde el estado colombiano, con un ejercito fortalecido bajo las últimas administraciones, ha modificado sus políticas y estrategias frente a las Farc y el conflicto armado.
Pero el golpe contra Cano no es simplemente un golpe más. Aunque algunos analistas advierten que el Secretariado de las Farc lo componen siete personas, no un sólo jefe, se trata de una organización jerárquica que apenas llevaba tres años de recomposición tras la muerte del “líder legendario” que le dio buena parte de su fisonomía por más de cuatro décadas. Como resultado de los recientes golpes, las sucesivas rotaciones en la cúpula del Secretariado han debido tener un impacto en la falta de consolidación del comando de las Farc después de la muerte de Marulanda. Además, como ya se ha sugerido, la caída de Cano es profundamente simbólica. “Se acabó el mito”, observó José Antonio Sánchez, sub editor de El Tiempo, “de que el máximo comandante de las Farc era intocable”. Mito que viene asociado a la idea de que a las Farc no se les puede derrotar militarmente. Por supuesto que la muerte de Cano está lejos de representar la derrota militar de las Farc, pero es posible preveer su mayor debilitamiento: mayor desmoralización en sus filas y hasta en sus comandos, y el incremento de las deserciones. Otro impacto práctico de la caída de Cano podría ocurrir en el terreno de la inteligencia, ya que, como anota Juanita León en el portal lasillavacía.com, en la operación contra el jefe de las Farc se encontraron siete computadores y 33 memorias USB; y éstas tendrían información sobre las redes de la organización guerrillera.
El golpe contra Cano fortalece por supuesto la posición del presidente Juan Manuel Santos, quien llegó al poder en agosto de 2010. Paradójicamente, su política de seguridad había sido objeto, días atrás, de críticas por su antecesor, Alvaro Uribe Vélez, en cuyo gobierno Santos fuese Ministro de Defensa. Según Uribe, el ejército colombiano estaba desmoralizado. Sus críticas se han quedado ahora sin fundamento. Sin referirse a ellas directamente, el Presidente Santos aprovechó su intervención televisiva tras la caída de Cano para enfatizar que las fuerzas armadas colombianas “jamás han bajado la guardia”: siguen combatiendo “con vocación y valor para desterrar el terrorismo y la violencia”. Santos no se mostró triunfalista. Insistió en la continuidad de la política estatal de “restablecer la autoridad del estado” en todo el territorio nacional. Y les envió a las Farc un mensaje de desmovilización con “todas las garantías del Estado”.
“Es prematuro determinar” –observó un editorial de El País en Madrid, si Santos contempla “algún tipo de negociación”, o aspira “a la derrota pura y simple de los insurrectos”. Esta es una falsa dicotomía. Desde su inauguración como Presidente, Santos advirtió que las puertas de la paz estaban abiertas, siempre y cuando la guerrilla abandonara el terrorismo, su violencia y sus secuestros. La política de seguridad democrática de la anterior administración también contemplaba la posibilidad de una negociación, pero en los términos del estado, que excluían la posibilidad de regresar a los diálogos en las mismas condiciones de los previos procesos de paz. La muerte de Cano no significa el fin de las Farc. Sin embargo, es posible que su debilitamiento militar sostenido logre crear las condiciones propicias para la paz duradera, tan anhelada por los colombianos.
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