Sobre Stiglitz y el «éxito» argentino: Hay vida después del default
César Milstein recibió el Premio Nobel de Medicina en 1984 por su trabajo acerca del sistema inmunológico y los anticuerpos monoclonales. Seguramente, si usted hubiera tenido un problema de corazón en 1985 y hubiera podido elegir a cualquier médico del planeta para consultar, no se hubiera dirigido al eminente Milstein, por más premio Nobel que fuera. Hubiera preferido, con razón, a un especialista del corazón.
Los premios Nobel de medicina se otorgan a individuos que se destacan, dentro de su especialidad, en algún tema en particular, aunque no en todos.
Lo mismo sucede con los premios Nobel de economía. Por lo tanto, haber recibido dicho reconocimiento, no habilita a su poseedor a pronunciarse sobre cualquier tema vinculado a la economía, invocando su calidad de “laureado”.
Joseph Stiglitz recibió el Premio Nobel de Economía en el año 2001 junto con otros dos economistas, Akerlof y Spence, por sus trabajos sobre mercados con asimetría de información.
Edmond Phelps, por su parte, recibió el Premio Nobel de Economía en 2006 por sus contribuciones al análisis de la política macroeconómica.
Por lo tanto, si usted tuviera un problema de política macroeconómica, ¿a quién consultaría entre los premios Nobel: a Joseph o a Edmond?
Pero claro, Stiglitz se ha encargado de tener “mejor prensa” y dice lo que muchos oídos “heterodoxos” quieren escuchar, por lo tanto, es consultado como si su Premio Nobel de Economía, le hubiera sido otorgado por otra cosa. Obviamente, no estoy diciendo que Stiglitz no sabe de macroeconomía, después de todo es un economista y de los bien formados, lo que digo es que no es un “Nobel” por ello. Toda esta introducción no tiene que ver con el despecho o con mis celos porque Cristina prefiera a Stiglitz y no a mí como economista de cabecera. O que Amado lea a mi amigo Ken (no el de las Barbies, sino Rogoff) en lugar de consultar esta columna todos los domingos. Tiene que ver con que, en la semana que pasó, se reunieron en una pintoresca ciudad del sur de Alemania (nunca en La Matanza) unos cuantos premios Nobel de economía para una conferencia sobre la crisis global.
Allí, el inefable Stiglitz ha insistido en recomendar para Grecia y otros países europeos la receta argentina. O mejor dicho, ha usado como ejemplo la extraordinaria recuperación argentina de estos años para demostrar que “hay vida después del default” y que no es gran problema dejar de pagar la deuda, reestructurarla, y seguir adelante, como lo prueba, claramente, nuestro caso.
Efectivamente, hay vida después del default. Pero lo que no dice el amigo Joseph es que lo que él recomienda es un feroz ajuste que, al final del día, si la suerte acompaña, se puede transformar en recuperación.
Tras el default y la crisis argentina, el salario real de 2002 cayó, en promedio, el 20% (fue mucho más “entre puntas”) y el desempleo fue récord.
La “vida” después del default vino luego de devaluar violentamente, ajustar hacia abajo el salario, las jubilaciones y el nivel de actividad a valores piso. En otras palabras, para “vivir” después del default, los ciudadanos griegos tendrían que estar dispuestos a soportar una caída feroz de sus ingresos y su calidad de vida para, desde ese piso, empezar a recuperarse, si además salen del euro y encuentran algo equivalente a la soja para comenzar a exportar y crecer. Lo que tampoco cuenta Stiglitz es que, obviamente, un default de la deuda griega implica una quiebra del sistema financiero, como pasó aquí (en el caso europeo sería mucho peor por el tamaño relativo del mercado de capitales y el contagio sobre otros países).
De esa quiebra no se vuelve fácilmente, dada la desconfianza que se genera en los ahorristas y, por lo tanto, se “condena” al país a carecer de un monto significativo de crédito, en especial a largo plazo, por mucho tiempo. En el caso argentino, por ejemplo, el crédito al sector privado que era del 22% del PBI en 2001 es hoy, diez años después, la mitad.
Claro que hay vida después del default, pero el “éxito argentino” tuvo como condición inicial una feroz caída del salario real y las jubilaciones, una gran devaluación, un cambio favorable de términos del intercambio y la previa revolución productiva de la soja. Y el “residuo” de la destrucción del sistema financiero local ha sido su limitado tamaño actual. ¿Será por eso que Cristina y Amado ahorran en dólares?
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