Interna en Palacio: Brasil ahora condena ataque a Libia
Marco Aurélio Garcia, el asesor de política internacional que Dilma Rousseff heredó de Luiz Inácio Lula da Silva, dejó caer ayer las primeras palabras verdaderamente condenatorias de la intervención militar internacional en Libia. Brasil completa así un giro político de importancia, dado que su postura había comenzado con una abstención cuando el Consejo de Seguridad de la ONU votó los ataques y con un apoyo posterior a la salida del poder del dictador Muamar Gadafi, impulsada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia.
«No, Brasil no ha incorporado este tema», dijo García al diario O Estado de Sao Paulo cuando éste le preguntó, según publicó en su edición de ayer, si Brasil respalda el pedido aliado de que Gadafi renuncie.
Primera curiosidad. El miércoles 23 de marzo, el canciller Antonio Patriota, quien fuera embajador de Lula da Silva en Estados Unidos, había abogado precisamente por esa posibilidad.
«Observamos la transición en Egipto y nos gustaría observar (lo mismo) en los otros países, inclusive en Libia», señaló durante una ponencia en la Universidad de San Pablo. Con ello salió en defensa de un modelo en el que el Ejército tomó las riendas del país, forzó la salida del dictador (Hosni Mubarak), prometió una salida democrática rápida y calmó las protestas y los disturbios.
Un factor a tener en cuenta es el carácter bifronte que la diplomacia brasileña adoptó desde la era Lula y que se mantiene con Rousseff. Esto es, un canciller de carrera, salido de la burocracia de Itamaraty (Celso Amorim entonces, Patriota ahora), limitado por Garcia, cuya esfera de actuación básica pero no única es América Latina y que tiene llegada directa a la Presidencia.
Corrimiento
¿Las declaraciones del asesor presidencial suponen un rebrote de esa interna de larga data? Probablemente, pero la profundidad de su crítica al manejo occidental del caso libio sugiere, además, un corrimiento de la postura de su Gobierno. Por algo la plantea ahora.
El día en que se adoptó la resolución 1.973, «dije que una votación de este tipo podía abrir una caja de Pandora en la región y que creaba un precedente gravísimo, autorizando, siempre que exista una guerra civil, que la ONU intervenga en provecho de una de las fuerzas. La OTAN intervino a favor de una de las partes», explicó a O Estado. El texto, recordemos, autoriza a los Estados miembros de las Naciones Unidas a valerse de «todas las medidas necesarias» para proteger a la población libia de los ataques de Gadafi, sin aludir, desde ya, a opciones mencionadas cada día como el derrocamiento, el exilio o hasta el asesinato.
«¿Irak no sirvió de ejemplo?», se preguntó, retórico, Garcia, no sin aclarar que Brasil «no tiene simpatía por Gadafi ni por ningún régimen autocrático de esa región», tras lo que no se privó de recordar que el tirano sí «estaba muy cerca de las potencias».
Y fue por más: ¿el centenar de muertos provocado por la represión en Bahréin ameritará también bombardeos en ese país?
Un cuestionamiento tan radical lleva a preguntarse por qué Brasil optó, como miembro rotativo del Consejo, por la abstención y no por el voto en contra de la intervención militar.
Por un lado, hay que decir que ese país actuó en consonancia con Alemania, China, Rusia e India, y que evitó quedar solo en una postura extrema justo cuando Rousseff abjura del acercamiento de Lula da Silva con Irán y coloca la cuestión de los derechos humanos en el centro de su política exterior.
Expectativa
Pero, por otro lado, hay que mirar el almanaque. La resolución 1.973 fue aprobada el 17 de marzo, dos días antes de la promocionada llegada de Barack Obama a Brasil.
La expectativa era entonces que el estadounidense avalara la pretensión brasileña de sumarse al Consejo de Seguridad como miembro pleno, algo que requeriría una reforma del cuerpo que sería tan histórica como es improbable en lo inmediato. Pero las esperanzas se justificaban por el apoyo equivalente dado un tiempo antes a la India.
Así, la abstención de Brasil en el caso libio fue un gesto calculado para mostrarse como un miembro confiable de la comunidad internacional, una potencia emergente capaz de actuar en consonancia con los BRIC pero sin caer en la irresponsabilidad de militar de manera quijotesca en una postura obstruccionista de la voluntad del club de los más poderosos. Un gesto que defendió Patriota y que, se ve ahora, Garcia no acompañó.
El propio canciller explicó su opción el 22 de marzo. «No hubo tanta divergencia (con Estados Unidos) en relación al establecimiento de una zona de exclusión aérea, solicitada por la Liga Árabe. Cuando discutíamos ese plan surgió la propuesta de algo más, en términos de intervención militar, y Brasil expresó dudas», indicó.
El problema es que Obama pagó mal esa delicadeza e ignoró olímpicamente los deseos brasileños. ¿Llegó el momento de devolver la estocada? Parece. Y el encargado es Garcia, quien se cobra ahora el triunfo en la disputa palaciega.
¿Y por casa cómo andamos? Afónicos al parecer, dada la timidez argentina sobre la cuestión libia.
Todo lo que se ha dicho se condensa en un par de twits del canciller Héctor Timerman (según los cuales «no se habían agotado los medios diplomáticos» antes de que se decidiera el ataque), en un puñado de comunicados de Cancillería sobre la labor (desde ya encomiable) de los Cascos Blancos en la frontera entre aquel país y Túnez y en una declaración elíptica de Cristina de Kirchner. La Presidenta cuestionó que «los presuntamente civilizados resuelven las cuestiones a bombazos», pero ni siquiera mencionó la palabra «Libia».
Puede entenderse que no haya querido ir más allá por estar acompañada en la ocasión por alguien como Hugo Chávez, quien, más allá de cuestiones de Derecho Internacional, reivindica en Gadafi a un aliado y a un amigo personal.
Por lo escuchado y leído, faltó hasta ahora énfasis para abordar el fondo de la cuestión, que radica en si es legítima una intervención a semejante escala en un país soberano, sobre todo cuando sobran las situaciones análogas que no reciben una respuesta de igual calibre.
Brasil ya giró y parece volver a las fuentes. Hay allí una posibilidad de actuar en base a un criterio común. ¿Se definirá también la Argentina, honrando toda una tradición diplomática que ha sabido defender el principio de no intervención, levantado por hombres de la talla de Luis María Drago y Carlos Saavedra Lamas?
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