¿Democracia?
Hay una gran diferencia entre democracia y solo “formas democráticas”, que son las que predominan en una serie de países de la región. Ellas aparentan tener los atributos que distinguen una democracia, pero en realidad no califican para ser consideradas como tal.
La verdadera democracia se basa en elecciones libres, secretas, transparentes e informadas, donde todos los candidatos tienen los mismos derechos e iguales obligaciones, sean ellos de gobierno u oposición; solo así se garantiza la alternancia en el poder. Es un sistema que presupone la separación y el equilibrio entre los Poderes del Estado; una judicatura independiente y con imperio para hacer cumplir sus sentencias y, por sobre todo, el respeto a los derechos humanos y las libertades individuales. Es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, donde el Estado y sus autoridades están al servicio de la ciudadanía y responden periódicamente a su escrutinio.
Las “formas democráticas” son las que existen hoy, por ejemplo, en los países latinoamericanos del llamado Alba, con la excepción de Cuba que es abiertamente una dictadura totalitaria y que no guarda “forma” alguna. Allí, desde hace cincuenta y dos años, los sufridos cubanos solo gozan del derecho a recibir una cada vez más menguada dieta alimenticia y a obedecer ciegamente los dictados del régimen, so pena de tortura y cárcel, pues disentir es un crimen de “lesa patria”.
En Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, sus gobernantes fueron elegidos o re-elegidos en forma mas o menos democrática, producto de divisiones de los partidos políticos tradicionales o del hastío de la gente con ellos y sus lideres. Sin embargo, una vez en el poder, su único empeño consistía en perpetuarse en él, acomodando para este efecto el orden constitucional y legal a fin de controlar así la institucionalidad nacional.
Con algunos matices, en esos países es muy poco lo que aun queda de democracia. A diario las noticias provenientes de ellos nos informan de una nueva medida, administrativa o legal, atentatoria a la libertad, el derecho de propiedad, el emprendimiento o la libertad de movimiento o de asociación. Las acusaciones y demandas judiciales contra individuos de la oposición sobre supuestos delitos que son apañados por jueces prevaricadores y venales, pues aquellos honestos e íntegros no tienen cabida en este esquema, son el pan de cada día. Ese fue el caso de una jueza honorable en Venezuela que le concedió la libertad incondicional a alguien que había sido privado de ella sin merito suficiente. Este salió al exilio y la magistrada fue enviada a prisión por orden de Chávez, sobre la base de cargos absurdos, pero hace mas de un año que espera que la causa llegue a los tribunales. Contrariar al amo conlleva serios riesgos para la integridad física y/o patrimonial del atrevido.
Para los lideres del Alba la libertad de información y la tenencia privada de los medios de difusión es algo que les resulta intolerable. Para comprobarlo solo basta echar una mirada a la situación de la prensa en esos países. Chávez, por ejemplo, se ha apropiado prácticamente de casi todos los medios y en el caso de la televisión solo un canal sobrevive a su rapiña, quien sabe hasta cuando. Sus dueños debieron partir al exilio, sobre los que pesan -además de cargos descabellados- una orden internacional de arresto a través de Interpol y una solicitud de extradición ante Estados Unidos donde buscaron refugio. Algo similar sucede en Bolivia, Ecuador y Nicaragua, donde el jefe sandinista y candidato se acaba de adueñar de un canal de televisión opositor, que seguramente le incomodaba en vísperas de las elecciones.
Con las Fuerzas Armadas de esos países ocurre algo parecido. Sus oficiales superiores tienen dos alternativas: someterse o ser removidos de sus cargos como ha pasado con una infinidad de ellos especialmente en Venezuela, que además se han visto precisados de tener que abandonar el país para evitar la prisión. De esta forma, instituciones que están encargadas por mandato constitucional de defender la institucionalidad democrática y no deliberar, terminan siendo politizadas al punto que su lealtad no es con la nación sino con la persona del mandatario y su proyecto político.
¿Se puede concluir entonces que estamos en presencia de verdaderas democracias o de solo mascaradas que muestran “formas democráticas” y pretenden asemejarse a ellas? Nadie puede llamarse a engaño ante algo tan evidente.
El autor es profesor de la Universidad de Miami y ex Embajador de Chile en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la OEA.
- 23 de julio, 2015
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