Las escuelas y la “competitividad”
Casi todos los que se preocupan por la “competitividad” de Estados Unidos en el mundo se lamentan del triste estado de la educación estatal norteamericana, de Jardín de Infantes al 12o. grado. Los chinos y otros países tienen mejores resultados. Necesitamos alcanzarlos. Desde el presidente Obama hasta los ejecutivos de las corporaciones, todos utilizan la frase “arreglar las escuelas”, casi como si se tratara de un problema de ingeniería. “La urgencia para una reforma nunca ha sido mayor”, escribió recientemente el secretario de Educación, Arne Duncan, en el Washington Post.
El diagnóstico se extiende en todo el espectro político. Pero, ¿y si no es cierto?
Hay base para la duda. Para comenzar, la competitividad económica depende de otros factores aparte de las buenas escuelas, que son importantes, pero no decisivas. Para tomar un ejemplo obvio: los resultados de los exámenes de los japoneses son altos, pero la economía de Japón languidece. Su crecimiento impulsado por las exportaciones se ha ido a pique. Además —e igualmente importante— las escuelas norteamericanas son mejores de lo que comúnmente se dice.
Ahora tenemos un estudio masivo sobre la capacidad de lectura de los alumnos de 15 años (en general en el 10° grado) en 65 sistemas de todo el mundo, que muestra que las escuelas norteamericanas salen bien paradas cuando se las compara con sus homólogas extranjeras.
La visión más pesimista del estudio es que, como promedio, las escuelas norteamericanas se desempeñan tan bien como las escuelas de otras naciones ricas. Estamos por debajo de algunas y por encima de otras.
La pérdida general de competitividad económica probablemente sea modesta y se vería abrumada por otros factores (políticas gubernamentales, la administración de las empresas, tasas de cambio, la disposición a tomar riesgos). Pero una evaluación más detallada del estudio —comparando estudiantes similares en diferentes países— sugiere que las escuelas de Estados Unidos aún ocupan una posición elevada en el mundo.
El estudio, llamado Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (Program for International Student Assessment-PISA) fue conducido por la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo, en París. Cubrió a las 34 naciones miembros, en su mayoría ricas, de la OCED (entre ellas, Estados Unidos, la mayoría de las naciones europeas y Japón) y otras 31 naciones. La prueba se calificó en una escala de 0 a 1,000 y los estudiantes de mejor desempeño fueron los de Shanghái, China (una zona incluida que no es un país), con un puntaje promedio de 556.
Le siguieron Corea del Sur (539) y Finlandia (536). Estados Unidos ocupó el 17° lugar (500), levemente superior al promedio (493) de los países avanzados de la OCED. Ese puntaje estuvo por debajo del de Japón (520) y Bélgica (506) y justo por encima del de Alemania (497), Francia (496) y Gran Bretaña (494). Bueno, quizás, pero no maravilloso.
Sin embargo, los puntajes generales no describen toda la situación. El Departamento de Educación de Estados Unidos examinó los resultados norteamericanos según la raza y la etnia. Ese informe (Destaques de PISA 2009) permite la comparación con países cuyas composiciones raciales y étnicas son más homogéneas que la nuestra. Por ejemplo, se pueden comparar los puntajes de los norteamericanos blancos no-hispanos con los puntajes de Canadá, un país que es casi un 85 por ciento blanco.
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