Colombia: El clientelismo se opone a la prosperidad
Él no reclamaba el monopolio de la virtud, como denunciaban los que lo aborrecían, ni Mockus lo está haciendo hoy. Ellos han sido los únicos políticos de figuración nacional que han estado dispuestos a darse la pela de querer desterrar el clientelismo de la vida política nacional (Mockus ya dio esa pelea en Bogotá). No es coincidencia que en estas elecciones se hayan usado las mismas caricaturas que se utilizaron contra Galán para demeritar ese esfuerzo y esas intenciones, acusando de moralistas y de hipócritas a quienes abogan por el cambio. Pretenden también demostrarles que su posición no es democrática porque hay millones que votan implícitamente a favor del clientelismo cuando votan por el candidato de ese sistema.
Un par de esos millones de votantes se benefician directamente o indirectamente de programas como Familias en Acción o del fraude al Sisbén que cohonestan los barones electorales en abierta complicidad con los que despluman al sistema de salud. Esa no es evidencia de que la democracia repudia a los que quieren extirpar la corrupción, sino de que esta última ha secuestrado a la democracia. Galán decía que el clientelismo convierte a la gente en siervos. Sería más preciso afirmar que los convierte en adictos y les roba la voluntad. Los programas que reparten plata entre los pobres, como el de Familias en Acción, se utilizan para mutarlos en rehenes de un sistema político al que le interesa que continúen actuando como zombis.
El clientelismo le va a cerrar el paso a la Prosperidad Democrática que anuncia Santos. Un Estado invadido por el clientelismo no tiene el vigor ni la capacidad de utilizar en forma eficiente los recursos que les extrae a los contribuyentes. Les quita recursos que podrían financiar inversión productiva, y los destina a sostener la corrupción que encarece los servicios públicos, como en el caso de la salud, a malos proyectos o los que ejecutan contratistas designados por los políticos, que no tienen la experiencia para ejecutarlos bien, ni la integridad moral para hacerlo sin embolsillarse la plata.
Un emblema de ese sistema son las obras inconclusas, avenidas barriales en los que ya se han enterrado miles de millones de pesos y tienen paralizadas a las ciudades, o carreteras ejecutadas a pedazos en los plazos concebidos para concluirlas. No contento con despilfarrar los recursos, el clientelismo deja las obras a medio hacer. El problema no es moral, es económico porque impide el progreso, y es social pues le impone un yugo político al pueblo con un costo fiscal demasiado alto.
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Me preguntan por qué la gente reacciona cuando los muertos son víctimas políticas y no lo hace con igual solidaridad e interés cuando lo son de la inseguridad en las condiciones laborales, como parece ser el caso de Amagá, o de la negligencia de empresarios y el Estado.
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