Las peligrosas manipulaciones de Hugo Chávez
El Comercio, Lima
La historia detrás de la supuesta intención de Irán de crear un arma nuclear involucra a un gran número de protagonistas con intereses muy diferentes.
China y Rusia rechazan sanciones adicionales de la ONU contra Irán, y Rusia vende a Irán varios sistemas de armas; las potencias de Europa occidental —Francia, Gran Bretaña y Alemania— desean negociaciones adicionales sobre el programa iraní de enriquecimiento de uranio, a sabiendas de que lo más probable es que tales discusiones sean en vano; la administración del presidente estadounidense Barack Obama, para diferenciarse del equipo del ex presidente George W. Bush, trata de establecer el diálogo con el gobierno del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad en Teherán, pero también sabe que incluso conversaciones cara a cara entre Washington y Teherán casi no llevarán a ninguna parte; e Israel permanece a la expectativa, esperando la oportunidad de postergar, destruir o desmantelar el programa nuclear iraní con el apoyo de Estados Unidos y las naciones europeas, pero a solas si no lo tiene.
Y luego hay otro protagonista, improbable y aparentemente marginal: Venezuela, cuyo presidente, Hugo Chávez, terminó una gira de 11 días y nueve naciones en África del Norte, Oriente Medio y Europa, que incluyó a Rusia e Irán. ¿Qué podría tener que ver Chávez con la creciente crisis nuclear iraní?
Chávez ha viajado a Irán en innumerables ocasiones desde que asumió la presidencia en 1999; líderes iraníes lo han visitado en Caracas casi con la misma frecuencia. Los dos países han establecido un enlace aéreo entre sus dos capitales, y han jurado lealtad y solidaridad eterna el uno con el otro. Sus vínculos reforzados seguramente serán especialmente útiles en los meses venideros, al intensificarse un posible enfrentamiento entre Irán y Occidente.
Esos vínculos estuvieron en exhibición en los primeros días de setiembre durante la escala de Chávez en Teherán, donde comprometió a su compañía petrolera, PDVSA, a abastecer a Irán con un volumen pequeño pero significativo de productos de petróleo refinado (fundamentalmente gasolina) durante el año entrante.
La importancia de ese gesto es clara: Una de las nuevas y más severas sanciones que Washington y las potencias europeas están contemplando, si las próximas pláticas producen pocos resultados para finales de setiembre, es un embargo de exportaciones de gasolina y productos refinados a Irán. Como muchos otros países exportadores de petróleo, Irán es un importador de gasolina, y es relativamente fácil cortarle el abastecimiento del combustible. Si bien Chávez carece de los recursos petroleros suficientes para reemplazar todas las importaciones de gasolina de Irán, puede ayudar, tanto económica como psicológicamente, si se llegan a imponer dichas sanciones.
Pero la naciente alianza entre los manipuladores de elecciones en Teherán y Caracas va más allá de la gasolina, y se basa en más que una simple retórica y acción antiisraelí. Está profundamente arraigada en el antiamericanismo virulento de Chávez, que ahora sabemos no nació solo de su resentimiento contra la supuesta complicidad de Bush en el intento de golpe contra él en abril de 2002, sino que se extiende más allá, incluso hasta la administración estadounidense actual, la más progresista en la historia reciente. Chávez no pierde oportunidad de culpar a Obama por el golpe de Estado en Honduras, por las acciones israelíes en Gaza, la condena europea del fraude electoral en Irán y otras amenazas contra ese mismo país. El enemigo de su enemigo es su amigo, y Chávez tiene el propósito de ser un buen amigo.
Lo cual nos lleva a otros aspectos posibles de la alianza. Uno es financiero: Muchos observadores han sospechado que algunas de las sanciones financieras de la ONU contra Irán estaban siendo evadidas mediante la triangulación de fondos y créditos a través de Venezuela. Hoy, otros aseguran que algunas partes del programa nuclear de Irán, en particular aquellas que son más movibles e importantes para Teherán, quizá hayan sido duplicadas en Venezuela o que, en cualquier caso, ciertas compras que Irán ya no puede realizar por su cuenta están siendo llevadas a cabo por los subordinados de Chávez, y posteriormente enviadas al Golfo Pérsico.
Esto también podría explicar el misterio que rodea los recurrentes anuncios de Venezuela de grandes compras de armas en Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Tan solo la semana pasada, en Moscú, Chávez firmó acuerdos por US$2.200 millones para adquirir tanques, sistemas de cohetes antiaéreos y otros armamentos.
Esta no es la primera vez. Ha habido numerosos acuerdos similares antes, pero la mayoría nunca se han concretado. Algunos, sin embargo, como los 24 aviones de combate Sukhói que compró hace un par de años, sí se llegan a realizar. La fábrica Kalashnikov que supuestamente produciría más de un millón de rifles de asalto anualmente, en Maracay, sigue inexistente; y muchos de los otros planes grandiosos nunca logran despegar.
No es imposible que la razón real para todo el ruido que Chávez hace deliberadamente con sus declaraciones de carrera armamentista (que él bien sabe asustan e irritan a sus vecinos y a Washington) es disfrazar otra operación triangulada, en esta ocasión de Moscú a Caracas a Teherán, por aire o mar.
Esto tendría implicaciones extremadamente serias si incluyera los notorios misiles rusos del suelo al aire S-300. Se pensaba que un envío de estos misiles estaba destinado para Irán el mes pasado a bordo del supuestamente secuestrado barco Artic Sea; el navío fue interceptado por la Marina rusa con, se informó, la ayuda y colaboración de la inteligencia israelí. Al adquirir estos misiles, Irán complicaría mucho cualquier hipotético ataque aéreo israelí contra las instalaciones nucleares de Ahmadineyad.
Mientras la administración Obama y la mayoría de América Latina sigan volteando la otra mejilla ante las provocaciones constantes de Chávez, quizá sin saberlo están alimentando una alianza que tiene peligrosas repercusiones en el otro lado del mundo.
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