El caso de los bomberos de New Haven: La Corte Suprema vota en contra de la discriminación
Los incendios no discriminan, pero claramente sí lo hacen los departamentos de bomberos. En un esfuerzo por evitar demandas judiciales, el departamento de incendios de New Haven trató de garantizar la proporción “correcta” de piel clara y oscura entre sus bomberos, independientemente del mérito. Pero esta semana, la Corte Suprema de los Estados Unidos puso fin a esta práctica, declarando que el temor a un litigio no era una razón convincente para violar los derechos constitucionales de quienes buscaron justicia en los estrados judiciales.
La mayoría de 5 a 4 revocó el fallo de un tribunal inferior a cargo de la magistrada Sonia Sotomayor, a quien el presidente Obama escogió para ser miembro de la Corte Suprema. Mientras los expertos seguramente cuestionarán sus calificaciones a medida que se acerque su confirmación, no podemos ignorar el panorama más amplio.
Después de que fueran descartados los resultados del examen profesional en virtud de que los blancos e hispanos obtuvieron calificaciones más altas que los negros, los candidatos a los que se le negó una promoción llevaron su caso hasta llegar a la Corte Suprema de los EE.UU. en los autos Ricci vs. DeStefano.
Al tiempo que los oficiales fueron el centro de este caso, los incentivos para calificar a los bomberos se encuentran atenuados, a menos que sean de piel oscura; e, incluso en ese caso, no precisan esforzarse tan duro como sus colegas blancos o hispanos debido a que New Haven claramente valora a la raza por encima de los demás factores.
Este caso pone de relieve todo aquello que está errado con la “acción afirmativa tal como la conocemos”: los empleadores realizan practicas raciales defensivas, no porque consideren que sirvan al bien del público, sino en virtud de que estiman que prevendrán demandas judiciales.
Esta caso tuvo una gran relevancia, muy similar al del trascendental fallo recaído en autos Ciudad de Richmond vs. J.A. Croson Co. en 1989. En la causa Croson, la Ciudad de Richmond, Virginia, le concedía una preferencia tan arrolladora a todas las minorías—¡incluidos los esquimales!—que la jueza de la Corte Suprema Sandra Day O’Connor redactó la opinión que estableció las reglas del “escrutinio estricto”: en una palabra, las distinciones raciales eran sospechosas y sujetas al escudriñamiento más estricto. Además, la raza no podría ser una calificación ocupacional de buena fe, tal como pareció serlo en el caso de New Haven.
Pensemos en un escenario probable: Si una ciudad decidiese desechar las evaluaciones profesionales para favorecer a los bomberos blancos, ¿qué harían los tribunales? Si la misma ciudad gastase los dólares de los impuestos para defender esta discriminación, ¿cómo reaccionarían los observadores y tribunales imparciales?
Cualquiera que esté familiarizado con la Ley de Derechos Civiles de 1964 sabe que protegía a las personas de todas las razas y religiones de ambos sexos—no tan solo a aquellos “preferidos” en la actualidad por alguna autoridad gubernamental. Los antecedentes legislativos no podían ser más claros: Hubert Humphrey, el cruzado liberal de Minnesota, rechazaba el “espantajos” de las cuotas y preferencias. La ley simplemente prohibía la discriminación de cualquier tipo y Humphrey esperaba que llevaría a los estadounidenses a respetarse mutuamente en base a sus méritos y no como representantes de una “raza”.
La mayoría de los espantajos no son reales—o al menos eso es lo que les decimos a nuestros hijos—pero ¿qué les enseñaremos respecto de éste? ¿Que la discriminación es correcta y que “en verdad no importa”? Excepto que sí les importa a sus víctimas y a la esencia de los Estados Unidos, tanto actualmente como cuando los negros, chinos, japoneses y otros eran discriminados meramente en base a la raza.
El fallo recaído en el caso Ricci da esperanzas a aquellos que buscan justicia en los tribunales y en los lugares de trabajo. Esperemos que el tribunal, y el pueblo estadounidense, vaya aún más lejos y redescubra la idea liberal clásica de que “nuestra Constitución no distingue los colores”—la filosofía que condujo a la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP es su sigla en inglés) a ganar un caso tras otro en las décadas de 1950 1960.
El lunes, “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” se tornaron un poco más reales para aquellos bomberos de New Haven. Recemos porque esta sea una tendencia.
Traducido por Gabriel Gasave
Jonathan J. Bean es Investigador Asociado en el Independent Institute, Profesor de Historia en la Southern Illinois University, y director del libro de próxima aparición, Race and Liberty in America: The Essential Reader.
- 31 de octubre, 2006
- 23 de enero, 2009
- 2 de octubre, 2024
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