Michael Jackson en Irán

El llanto universal por la muerte de Michael Jackson quizá sea mucho más audible que las honras fúnebres por las víctimas de la revuelta iraní, víctimas, así mismo, de la afonía europea y el liderazgo invisible del presidente Obama.

 

«¿Qué teléfono tiene Europa…?» se preguntaba Kissinger, para subrayar el enanismo diplomático de la difunta CEE. Varias décadas más tarde, las diez líneas cortas consagradas por el último Consejo europeo a la crisis iraní recuerdan el grado cero de la diplomacia común, cuando Teherán utiliza contra las capitales occidentales un expresivo lenguaje de gran potencia, indiferente a la gesticulación de un G8, donde la voz de Moscú -aliado de Teherán- es la única en verdad audible con diáfana claridad.

 

La mutua expulsión de diplomáticos, entre el Reino Unido e Irán, no suscita ninguna solidaridad global del resto de Europa. Los 120.000 iraníes refugiados en Alemania, los 60.000 refugiados en Francia, son oficiosamente invitados a la «discreción» por los gobiernos de Merkel y Sarkozy. En Bruselas y Washington, los analistas de la OTAN temen un «recrudecimiento selectivo» de las amenazas terroristas, en Afganistán, contra las posiciones de países que «alcen la voz» contra los ayatolás iraníes.

 

Teherán no desea que los talibanes vuelvan al poder en Kabul: pero si puede financiar y alentar una inestabilidad amenazante para los países que tienen tropas destacadas en los distintos frentes afganos, donde nadie cree en la victoria militar.

 

¿Y España, en ese arco iris de incertidumbres? En Teherán nadie olvida que la «Alianza de civilizaciones» fue un concepto acuñado por el venerable ayatolá Mohamed Jatamí, ex presidente de Irán, que recuerda lo esencial, desde la óptica iraní: la cultura también es una forma de guerra, por otros medios.