Imaginario dictatorial
Estamos en tiempos en los cuales la sociedad venezolana ve con preocupación una -cada vez- más pronunciada tentación a que el país sea gobernado desde la perspectiva autoritaria. En esta última década los síntomas están a la vista. En ese sentido, han sido muchas las voces que dentro y fuera de nuestras fronteras, a partir de 1999 han advertido sobre la situación; por esa razón, cabe comentar el excelente libro de Ramón Guillermo Aveledo que lleva por título El Dictador, a través de cuyas páginas retrata en sus rasgos esenciales a dictadores como Mussolini, Stalin, Trujillo, Hitler, Franco, Mao y Fidel, mediante la activación de las interrogantes: ¿Qué es la dictadura? ¿En qué se parecen y en qué se diferencian los dictadores de izquierda y de derecha?
Dentro de ese contexto, la presentación de la obra señala: “Este es un libro sobre la dictadura, sobre la tiranía, sobre el despotismo, o como quiera que nos plazca denominar, con términos que el lenguaje común ha hecho sinónimos -aunque en sentido estricto, no lo sean- ese singular fenómeno político y social que es un hombre que se monta en el poder y lo ejerce sin más límites que los de su voluntad -pero jamás en un vacío de sociedad; parte de esta y, en ocasiones, casi toda ella, lo sostienen, por lo menos al inicio-, ni solamente sentado sobre bayonetas, aunque éstas se hagan -con el tiempo- indispensables para la pervivencia del régimen creado a su imagen y semejanza, y que posee una curiosa vocación de perennidad”. Y ciertamente, la mayoría de los dictadores y los aspirantes a serlo se asumen como entes que se proyectan en el tiempo y como seres predestinados por la providencia divina, unos, o por la historia, otros, o ¿por qué no? ambas cosas, juran que ellos y los sistemas que han instaurado y de los cuales son los ejes, durarán por los siglos de los siglos… Vana ilusión humana.
A las dictaduras contemporáneas se les califica como de derecha o de izquierda y como bien se expresa en este interesante libro: “Cada una posee rasgos específicos más o menos pronunciados, pero existe un hilo conductor que las atraviesa a todas: el terror y su derivación, el miedo. Sin terror no hay dictadura. O, para decirlo de otra manera, de la dictadura, que en su estricta acepción político-jurídica corresponde el establecimiento del estado de excepción y el otorgamiento institucional y constitucional de poderes especiales al mandatario, para hacer frente a una emergencia política, sólo se pasa a la tiranía y al despotismo, al poder absoluto, por el sangriento túnel del terror”. Es allí cuando gobernantes que aprovechándose incluso de la vía electoral que les brindó en un momento histórico la democracia, arropándose con su nombre, arriban al poder para convertirse en sus grandes acaparadores y llenos de soberbia llegan a exclamar: “Yo soy la ley, yo soy el orden, yo soy el poder, yo soy el líder, yo soy el único que piensa, opina y habla, yo soy el país , yo soy el pueblo, yo soy la Constitución, yo he mandado, yo he decidido, yo, yo, yo…”. Enfermos de prepotencia caen en verdaderos cuadros clínicos de megalomanía, creyéndose los indispensables. En el fondo, son unos infelices.
El tema de la adulación y el llamado culto a la personalidad se constituyen en elementos sintomáticos de cualquier tiranía, aunque, repetimos, ésta se proclame y se disfrace de “democracia popular” o de “revolución” o de “socialismo endógeno”o de cualquier otra cosa, por ello, en el libro que nos ocupa, muy acertadamente se observa: “Alrededor de los dictadores (o tiranos o déspotas o aspirantes a, que para todo efecto práctico, lo mismo da) se genera una espesa y viscosa atmósfera de adulancia. Adulantes hay por vocación, mas lo mayoría lo es por miedo, por instinto de supervivencia”. La historia patria registra situaciones de adulación extrema en los regímenes de Páez, Monagas, Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Gómez, Pérez Jiménez… y parece que la práctica continúa en estos tiempos “socialistas” en los que hay aduladores francamente repugnantes, son los socioslistos. Por ello, en esta obra se acota lo que sigue: “La dictadura segrega adulación de un modo tan natural como bilis al hígado. Propiciada o no por el dictador, opera en la práctica como resorte del poder. La adulación degrada a la persona, la quiebra moralmente, la hace “leal” mediante la abyección. Pero, en general, la adulancia, así sea light, es también un instrumento de poder cuando desborda el entorno del dictador y es transformada en adulancia de masas, en “culto” popular”. Por desgracia ese camino conduce a grados de fanatismo que convierten la política en una suerte de sincretismo en el que se manipulan hábilmente íconos y discursos de tipo religioso, para respaldar la imagen del líder, deificándola y divinizándola.
Aveledo estima que “la dictadura es una anormalidad, sin embargo, una anormalidad recurrente a través de la historia (…) De modo que además de anormal, la dictadura es mala. Sea un mal necesario, mientras las cosas alcanzan el nivel de paz, de justicia, de seguridad o de estabilidad deseado. O algo tan malo que a uno no le gusta ser calificado como dictador y, al contrario, acusa de eso a sus acusadores”.
El enfoque de cada uno de los tipos de dictadores que el autor desarrolla conlleva a la construcción de un imaginario y de una tipología digna de ser analizada y estudiada para evitar caer como sociedad y país en este tipo de sistema político. En ese sentido, al cerrar la obra, Aveledo manifiesta: “La tiranía es un extraño tipo de locura, pues es una enfermedad contagiosa. Contagiosa y recurrente (…) El dictador es una anomalía, “el hijo monstruoso de la emergencia”, en frase churchilliana (…) Hay dictadura cuando se encuentran un hombre, unas circunstancias y un pueblo. La dictadura es la obra de un ser humano con aptitudes y carencias, con cualidades y defectos. El fruto de unas circunstancias que coinciden en propiciarla. Pero también el producto de un pueblo que la desea, la busca, la procrea, la permite y la aguanta, hasta que se rompe el cántaro de su capacidad de aguantar”.
Recomendamos la lectura de este libro…Para no golpearnos con la misma piedra porque conocer es prevenir. No hay tarea tan urgente en una democracia como identificar a tiempo la amenaza de un caudillo…. Es lo que ni Sean Penn ni Joan Manuel Serrat, entre otros tantos y cuantos tontos útiles de todas las pintas y pelajes, parecen no haber caído en cuenta ¿Cuándo despertarán?
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