El agobiante legado de Bush: dos guerras y una crisis histórica
WASHINGTON.- Reprobar a George Walker Bush resulta, hoy, una tarea sencilla.
Basta con citar algunos de sus "logros": Guantánamo, Irak, Abu Ghraib, Katrina, vuelos clandestinos, pantano afgano, desempleo, torturas, escuchas telefónicas, cárceles secretas, desigualdad y pobreza, muro fronterizo, crisis hipotecaria, derrumbe financiero, recesión y ¿depresión?
También se puede evaluar a Bush por la ausencia de verdaderos logros: ni "armas de destrucción masiva", ni Osama ben Laden "vivo o muerto", ni "misión cumplida", ni "flor de trabajo" en Nueva Orleans, ni paz o democracia extendiéndose en Medio Oriente, ni "Estados Unidos es hoy más seguro". Tampoco "conservadurismo compasivo". Apenas neoconservadurismo acérrimo.
Por si hiciera falta, la demolición de su legado también debe incluir su "eje del mal", su doctrina de los "ataques preventivos", el armado de la "coalición de la voluntad" para invadir Irak, su repudio al protocolo ambiental de Kyoto y al tratado antimisiles con Rusia, o el arribo de Corea del Norte, Paquistán y, en cualquier momento, Irán al club de las potencias nucleares. También, por la influencia casi sin límites de su vicepresidente, Dick Cheney, y el impulso de un nuevo "paradigma legal" que significó un avance sin precedente del Poder Ejecutivo sobre la Constitución.
Y, sin embargo, hay algo que no cierra: el 24% de los estadounidenses aprobó su labor, frente al 66% que no, según el Pew Center, mientras que Gallup elevó el registro positivo hasta el 34% y ubicó el negativo en el 61%. Esas cifras son las más bajas para un presidente desde que se evalúan sus gestiones. Pero aun así implica que entre un cuarto y un tercio de los norteamericanos lo defienden.
¿Cómo es posible, cuando la imagen de Bush -y por extensión la de Estados Unidos- se encuentra en mínimos históricos alrededor del mundo? Porque para muchísimos norteamericanos obtuvo el logro más relevante de todos: tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, no sufrieron otro atentado.
Ese hecho es el que remarcan sus defensores, como el conocido historiador conservador británico, Andrew Roberts: "Al momento de analizar el 11 de Septiembre, que será correctamente considerado el momento definitorio de su presidencia, la historia buscará en vano alguien que predijera que los estadounidenses asesinados ese día serían los últimos en morir a manos de terroristas islámicos fundamentalistas en Estados Unidos hasta hoy".
¿Hasta qué punto las acciones de Bush evitaron un nuevo atentado? ¿Qué ocurrirá si atacan dentro de un mes? ¿Será responsabilidad de Barack Obama? ¿Y si es dentro de seis meses?
Bush se enfrascó en ese debate al pedirles a los norteamericanos en su discurso de despedida que recordaran el contexto en que debió moverse, cuando Estados Unidos no superaba aún el primer golpe y los sobres con ántrax renovaban el pánico: "Puede que no estén de acuerdo con algunas difíciles decisiones que tomé, pero espero que estén de acuerdo en que estuve dispuesto a tomar las decisiones más duras", planteó el jueves por la noche.
Una de esas decisiones fue ordenar una escalada militar en Irak cuando la mayoría reclamaba la retirada. Hoy, ese país se encuentra mejor que hace dos años, y sin Saddam Hussein. Pero esa escalada se dio, como si hiciera falta recordarlo, en una guerra que nunca debió haber comenzado.
Un debate similar rodea los recortes impositivos. Estimularon la economía cuando la recesión amenazaba el inicio de su primer mandato, pero hicieron que se esfumara el superávit fiscal de US$ 200.000 millones que recibió al asumir. Bush se despide ahora con un rojo de US$ 1,2 billones, mientras que más de un millón de nuevas familias cayeron en la pobreza y se expandió la ya notable desigualdad entre la clase alta, media y baja.
Tres medidas positivas
Bush se marcha de la Casa Blanca, sin embargo, con tres logros que sí se puede atribuir sin controversias. El primero fue la puesta en marcha de la reforma educativa "Ningún chico es dejado atrás". El segundo, el ascenso de negros y latinos a puestos destacados, como Colin Powell y Condoleezza Rice (los primeros secretarios de Estado de color) y Alberto Gonzales (primer hispano secretario de Justicia).
Su tercera y más duradera herencia es la reconfiguración de la Corte Suprema. Le imprimió un sello más conservador con el arribo de John Roberts y Samuel Alito tras el retiro de Sandra Day O´Connor y la muerte de su presidente, William Rehnquist. Su mayoría es hoy más restrictiva en asuntos como el aborto y otros temas sensibles al ideario republicano, aun cuando el tribunal reafirmó su independencia al analizar las detenciones en Guantánamo o las escuchas telefónicas ilegales.
Así, con Bush a punto de subirse al avión que lo dejará en Texas, sus defensores lo equiparan con Harry Truman o incluso con Winston Churchill, líderes en tiempos de guerra, repudiados por sus contemporáneos, pero reivindicados por sus hijos y nietos. Pero los historiadores le quitan lustre a esa comparación. Coinciden en un cuadro menos halagador. "Desde la perspectiva presente -estimó el laureado profesor de Stanford, David Kennedy-, es difícil considerarla otra cosa que una presidencia fallida."
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