El “estímulo Económico” no será una panacea
Debemos resistir la tentación de considerar el próximo paquete de “estímulo económico” como una panacea. No lo será. El gobierno entrante de Obama se ha concentrado en la tarea inmediata de crear un programa de estímulo. Se ha explayado menos sobre la forma en que alentará el crecimiento económico independiente. Pero ese, a fin de cuentas, es el punto esencial. La eterna expansión del déficit presupuestario gubernamental —que sería un reflejo de los aumentos en los gastos y los recortes fiscales— sería, en última instancia, ineficaz y contraproducente.
El estímulo es un mal necesario, un paracaídas contra una caída libre de la economía. Convencion-almente, la economía se divide en 4 sectores: los gastos del consumidor, las inversiones en vivienda y empresas, las exportaciones netas, y los gastos del Gobierno. Los 3 primeros sectores se están debilitando.
La confianza del consumidor alcanzó su récord más bajo. Si el Gobierno no estimula la economía, ¿quién lo hará? El peligro es que el pesimismo y la reducción del consumo se alimenten mutuamente, reduciendo la producción y aumentando el desempleo. El objetivo de un paquete de estímulo es ganar tiempo, apuntalando la producción, el empleo y la confianza. Aun así, el desempleo crecerá, pero se evitaría una caída libre, y a medida que los norteamericanos acuciados de deudas, fueran pagándolas, reanudarían su consumo. Los abundantes inventarios de viviendas declinarían; la construcción de casas se reanudaría. Las inversiones de las empresas le seguirían.
Esa es la teoría.
Según todos los informes, el estímulo sería masivo, pero, bajo ciertas circunstancias, el estímulo po-dría ser contraproducente. Un posible obstáculo podría ser que inversores de bonos del Tesoro de Estados Unidos, extranjeros y nacionales, se mostraran reacios a comprar más títulos. Para con-vencerlos, las tasas de interés podrían subir, lo cual, perversamente, podría empeorar la crisis. Podría hasta producirse una fuga en pánico del dólar. Hasta el momento, lo opuesto ha tenido lugar. Los inversores temerosos se han apiñado en torno a bonos seguros del Tesoro, llevando sus tasas de in-terés a niveles asombrosamente bajos.
Incluso, si esta desagradable sorpresa y otras no se materializan, el estímulo sigue siendo una medida provisoria. La actual crisis representa una ruptura fundamental con el modelo reciente de crecimiento económico en Estados Unidos. Durante el pasado cuarto de siglo, la economía ha avanzado sobre una marea siempre ascendente de créditos personales, que respaldaban la expansión de compras y artícu-los de consumo y el auge de la vivienda. Pero las prácticas crediticias se volvieron irresponsables, y muchas familias obtuvieron excesivos préstamos. En su forma más simple, el “estímulo” reemplaza el damnificado crédito privado con el crédito superior del Gobierno Federal.
Pero esa situación no puede continuar indefinidamente. El rápido aumento de la deuda federal amenazaría con una mayor pérdida de la confianza, lo cual podría prolongar la crisis financiera actual o, algún día, generar una nueva. También complicaría el problema del pago de los asombrosos costos jubilatorios de la generación de posguerra. Por tanto: ni la creciente deuda de las familias ni la del Gobierno proporcionan una base plausible para el crecimiento económico futuro.
Lo que necesita Estados Unidos es crecer mediante las exportaciones. El problema es que muchos otros países desean lo mismo. El futuro de la economía norteamericana depende de encontrar nuevas fuentes de demanda productiva. En parte es un asunto interno, pero también requiere de que otras sociedades reduzcan su exceso de ahorros y su dependencia de las exportaciones. Es un pedido difícil. Nuestro destino no está enteramente en nuestras manos —ni en las de Barack Obama.
(c) 2008, Washington Post Writers Group
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