Lecciones de Vietnam, cuarenta años más tarde
Para Estados Unidos, la Guerra de Vietnam fue un hecho traumático de la segunda mitad del siglo pasado. Nuestra acción, iniciada con una confianza avasalladora después de una década y media de política exterior creativa y exitosa, terminó con Estados Unidos dividido como no lo había estado desde la Guerra Civil. A raíz de esto, el Congreso recortó la ayuda a Vietnam dos años después de haber retirado las tropas, y los últimos estadounidenses abandonaron Saigón (actualmente Ho Chi Minh) en helicóptero desde el techo de nuestra embajada. Todavía no ha aparecido ningún relato de esa época adecuado a la emoción y el drama del momento.
Los pocos testigos de la época siguen estando traumatizados por sus pasiones y divididos por sus propios pasados. Para los líderes más jóvenes, la comprensión de las controversias de sus padres se ha mostrado esquiva, obligándolos a caer en los mismos dilemas en sus políticas contemporáneas. El libro Lessons in Disaster: McGeorge Bundy and the Path to War in Vietnam, del investigador Gordon Goldstein, no llena ese vacío. Pero sí arroja luz en cambio sobre los cinco años (1961-1966) en que se americanizó la defensa de Vietnam del Sur.
Rastreando los esfuerzos de uno de los funcionarios públicos más destacados de la época, intenta llegar a entender cómo fue la entrada de Estados Unidos en su tragedia. McGeorge Budny era decano cuando yo estaba en Harvard. Para toda una generación de egresados de Harvard, Bundy era el ideal del académico/activista cuya agudeza intelectual era equiparable a su entrega al servicio público. Brillante y ferozmente coherente, era un ser humano cálido y reflexivo detrás de la corteza de la elite de Boston. Había desarrollado una carrera académica espectacular.
Elegido para la Harvard Society of Fellows, a los 34 años ya era Decano de la Facultad. En Harvard, era generalizada la convicción de que el siguiente cambio de administración (ya fuera Republicana o Demócrata) encontraría a Bundy (Republicano) en un puesto alto. Muchos de sus contemporáneos veían en él a un futuro Secretario de Estado. En 1961, John Kennedy nombró a Bundy Asesor en Seguridad Nacional.
En ese momento, ese cargo se consideraba esencialmente un puesto administrativo. Bundy creó la cartera moderna de Asesor en Seguridad Nacional. Como el flujo de informes de los distintos departamentos vinculados a la seguridad nacional se había vuelto demasiado grande, la oficina de Bundy se transformó en una cámara compensadora. Desde entonces, el Consejo Nacional de Seguridad ha preparado – o al menos está en mejores condiciones de preparar – la gama de opciones entre las cuales elige el Presidente.
Si esa tarea se descuida, el Presidente vuela a ciegas, llevado de una crisis a otra, sin la guía de la estrategia. Durante cinco años, Bundy llevó a cabo sus obligaciones con la misma coherencia y habilidad con las que había manejado al cuerpo de profesores de Harvard. Entre otras cosas, habían incluido la crisis de Berlín, el período de los misiles cubanos y el acuerdo de prohibición de ensayos nucleares. Luego su poder cedió con el deterioro de la suerte de la Guerra de Vietnam, de la cual había pasado a ser defensor público y hasta cierto punto, encargado. Se retiró en 1966 y nunca más volvió a ocupar un puesto público. Estando todavía en funciones, Bundy se convirtió en blanco de The Best and the Brightest de David Halberstam, quien lo usó para ilustrar la tesis de que la crema del establishment había llevado a Estados Unidos a la deriva en Vietnam.
El investigador de Bundy, Gordon Golstein, arroja ahora nueva luz sobre una época seminal. También aporta más pruebas sobre la incapacidad de Estados Unidos para superar los debates que lo desgarraron una generación atrás. Bundy, nos enseña, manejó muy bien el legado de la política de posguerra estadounidense en Europa y hacia la Unión Soviética. En lo que se equivocó fue en extender al Sudeste de Asia las políticas que reconstruyeron Europa y finalmente ganaron la Guerra Fría.
La dificultad fue que el Sudeste de Asia presentaba un problema estratégico distinto. En Europa, las instituciones gubernamentales habían sobrevivido a los desastres de la Segunda Guerra Mundial. Lo que les sucedía era que enfrentaban amenazas a sus expectativas económicas – complicadas por las tropas soviéticas a lo largo de sus fronteras. El Plan Marshall tuvo en cuenta la primera amenaza; la OTAN se ocupó de la segunda.
Ninguna de estas condiciones existía en Vietnam del Sur. La línea divisoria era técnicamente una zona desmilitarizada nunca aceptada como frontera internacional por Hanoi, que intentaba debilitar las instituciones gubernamentales por medio de una guerra de guerrillas. En esa guerra sin frentes, la "contención" militar adquiría un significado distinto.
En Europa, había Estados establecidos, con gobiernos cuya legitimidad estaba firmemente establecida; en Vietnam del Sur, no existía el legado de un Estado. Las instituciones gubernamentales debían ser creadas estando bajo ataque militar permanente. En Europa, el desafío básico era la integridad territorial; en el Sudeste de Asia, era la legitimidad gubernamental. La administración Kennedy se mostró de acuerdo con esta distinción, pero nunca resolvió cómo actuar al respecto.
Cuando Estados Unidos va a la guerra, tiene que estar en condiciones de plantearse a sí mismo cómo define la victoria y cómo se propone alcanzarla. O en todo caso, cómo propone poner fin a la acción militar y mediante qué diplomacia. En ese sentido, Bundy fue víctima tanto como causa de las fuerzas desatadas cuando Estados Unidos se vio obligado a adaptar su historia a un mundo en cambio.
Traducción de Cristina Sardoy
- 31 de octubre, 2006
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