Cómo rescatar a General Motors
Siglo XXI
Con la veloz caída de las reservas en efectivo, quizás General Motors (GM) pronto no pueda pagar sus cuentas. He aquí el dilema. GM y otros fabricantes de automotores norteamericanos deben ser rescatados para minimizar los daños a la economía; pero el rescate debe requerir condiciones severas que ni el Congreso demócrata ni el gobierno entrante de Obama aún apoyan.
En una economía en auge, una quiebra de GM podría ser tolerable y útil. Recordaría a todos los costos sociales de una administración mediocre y de una mano de obra sindicalizada excesivamente remunerada. Pero lejos de estar en auge, la economía está declinando a un ritmo acelerado.
Nadie sabe qué caos adicional podría provocar la quiebra de GM. Se estima una pérdida inicial de puestos de trabajo de 2.5 millones. La lógica: muchos de sus proveedores harán otro tanto; dado que comparte proveedores con otros fabricantes, Estados Unidos sufriría escasez de piezas. La producción prácticamente se detendría hasta llegar a nuevos arreglos con los proveedores.
Quizás eso sea demasiado pesimista. En una quiebra, GM se “reorganizaría”. Suspendería muchos pagos de deudas existentes y continuaría operaciones normales. Quizás. El problema es que incluso en una “reorganización”, GM requeriría nuevos préstamos que podrían no estar disponibles.
¿Por qué correr estos riesgos cuando la tasa del 6.5% de desempleo parece dirigirse a un 8%? ¿Sólo por justificar un ideal purista de “libre mercado”? No tiene ningún sentido. Pero tampoco tiene sentido echar el dinero de los contribuyentes a los fabricantes de automóviles. El objetivo no es rescatar las compañías ni a los obreros; es fortalecer la economía y mejorar la competitividad de la industria norteamericana. El rescate no tendrá éxito a menos que se den también otras cosas.
Primero, los acreedores de las empresas automotrices necesitan reducir sus deudas. GM necesitará un préstamo gubernamental de $25 mil millones para poder pasar la recesión y cubrir los costos de cierre. Pero ya tiene una deuda de $48 mil millones. A menos que la vieja deuda se reduzca agudamente, GM se verá abrumada en exceso y su cita con la bancarrota sólo será retrasada.
Segundo, deben reducirse los costos de mano de obra. La remuneración por hora de GM sumaba $71 en 2007, comparada con $47 de las plantas de Toyota en Estados Unidos. Los beneficios de salud para los jubilados son costosos. Pero el sindicato United Auto Workers se opone a esas concesiones.
Finalmente, estos fabricantes necesitan una política energética coherente. El Congreso exige que las empresas produzcan más vehículos eficientes, pero los políticos también quieren precios de gasolina bajos. Estos objetivos son contradictorios. Para alentar la compra de vehículos eficientes, el Congreso debe ordenar precios más elevados de gasolina. Los impuestos a la gasolina pueden elevarse. Los bruscos vaivenes entre precios altos y bajos del combustible han dañado la industria al modificar erráticamente las preferencias del comprador, a favor y en contra de las camionetas deportivas.
Estamos viendo ahora la secuela del rescate abierto de $700 mil millones de las instituciones financieras. Es necesario establecer límites. ¿Quién merece apoyo y por qué? Imponer duras condiciones sobre la industria automotriz no sólo mejora las probabilidades de éxito sino que establece un proceso desagradable como para disuadir la estampida de otras industrias que busquen regalos. En 1979, cuando el gobierno de Carter rescató a Chrysler de la quiebra, el precio fue concesiones de la patronal, de los inversores y de los sindicatos. Deberíamos hacer otro tanto.
(c) 2008, Washington Post Writers Group
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