Siria: malos contra malos
El
atentado que mató a más de 55 personas e hirió a unas 200 en Damasco ilustra a
la perfección el gran dilema que enfrentan las democracias occidentales en
Siria. Ese atentado lleva toda la marca de los yihadistas que combaten a Bashar
Assad entremezclados con los Hermanos Musulmanes y sectores más bien liberales,
y que son los únicos bien armados y bien organizados. Por lo tanto, son útiles
para el objetivo de asediar a Assad, pero escalofriantemente peligrosos para el
objetivo de reemplazar al tirano con algo mejor.
Assad
está armado por Rusia e Irán, y políticamente protegido, en el Consejo de
Seguridad, por Moscú y Beijing, que han bloqueado todas las resoluciones que
pretendían cercar internacionalmente a Damasco. La oposición razonable es
víctima de un embargo de armas que Europa acaba de ratificar, a pesar de los
intentos de Londres por levantarlo. En cambio, la oposición de los radicales
está bien provista de ayuda, en sus dos vertientes: la de los Hermanos Musulmanes
y la de los yihadistas (no son lo mismo, aunque la prensa internacional a veces
los confunda). Los islamistas cercanos a los Hermanos Musulmanes reciben ayuda
saudita y qatarí, y los yihadistas agrupados en Jabhat Al Nusra, organización
que apenas tiene un año de formada y es la más eficaz de todas, cuentan con
abundante material y dinero procedentes de las redes acostumbradas.
Puede
decirse, pues, que el comprensible temor de Estados Unidos y Europa a armar a
una oposición siria que luego podría acabar controlada por fanáticos
terroristas está basado en una correcta lectura de la fuerza creciente que han
asumido los malos. Pero, si su lectura es correcta, sus tiempos están
equivocados. Ha dejado de ser académica la posibilidad de que el yihadismo se
haga fuerte en medio de la guerra siria. Ya lo es. Ahora, las democracias
occidentales enfrentan una de dos opciones: o permitir que los sectores de la
oposición más razonables, unificados en el Consejo Nacional formado el año
pasado, reciban armas con la esperanza de que acaben con el empate maldito
entre Assad y la resistencia, y marginen gradualmente a los yihadistas; o
cruzarse de brazos mientras Siria se convierte en un laberinto de señores de la
guerra que controlan cada uno una parcela. Esto último convendría mucho al
yihadismo, como lo muestra la experiencia de Afganistán tras la salida de las
tropas soviéticas. Como se recuerda, al batirse en retirada las tropas
invasoras, se produjo la desintegración del país y distintos señores de la
guerra se apoderaron de diversas áreas. Eso creó el escenario para el triunfo,
pocos años después, de los talibanes, el grupo mejor organizado.
La
unificación opositora siria en el Consejo Nacional fue promovida por Washington
y Europa. La idea no era sólo agrupar a las fuerzas políticas, que estaban
divididas, sino también a políticos y militares, que se entendían muy mal, cosa
que se logró relativamente. Pero la ausencia de armas para quienes no están ni
con los Hermanos Musulmanes ni con el yihadismo ha reducido a letra muerta ese
importante espacio común, debilitando a los que, se supone, Washington y Europa
quieren fortalecer. En el norte de Siria, la fuerza de Al Nusra es ya enorme;
su actividad humanitaria en Alepo, localidad clave desde muchos puntos de
vista, le está dando allí un prestigio creciente. Muchos sirios de esa
localidad reciben ayuda alimenticia y médica de parte de los fanáticos.
Alentar
a la resistencia contra Assad, pero dejar inermes a los mejores, no es una
manera inteligente de lograr el objetivo de las democracias occidentales en
Siria.
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