Arabia Saudí apuesta por el triplete transformador

8 de April, 2024

Recientemente, tuve la oportunidad de viajar por algunas zonas de Arabia Saudí, desde Riad, la capital, hasta Yeda, a orillas del Mar Rojo (la puerta de entrada a las ciudades santas del islam, La Meca y Medina), y luego por el desierto del noroeste hasta Hegra, un impresionante yacimiento arqueológico que se remonta más de 2.000 años hasta los antiguos nabateos. Mi viaje, que conste, no fue un viaje de relaciones públicas patrocinado por el gobierno.

Mohammed bin Salman, el príncipe heredero que asumió el control del reino hace casi ocho años, está decidido a desafiar la tradicional insularidad religiosa y llevar a cabo una modernización económica en Arabia Saudita. A pesar de su tamaño económico significativo, con ingresos anuales que superan el billón de dólares (trillón en inglés) y situándose como la vigésima economía más grande del mundo, el país sigue siendo relativamente subdesarrollado y dependiente en gran medida de los ingresos petroleros. Ha denominado a su plan de reforma como “Visión 2030”.

Teniendo en cuenta las diferencias obvias, el esfuerzo de modernización es equivalente en ambición a lo que el Emperador Meiji hizo en Japón en el siglo XIX y a lo que Kemal Ataturk y Deng Xiaoping hicieron en Turquía y China, respectivamente, en el siglo XX. La palabra importante es “ambición” porque aún no es una realidad.

La idea es abrir la economía y acabar con su dependencia del petróleo y el gas; modificar la tradición fundamentalista existente, que se remonta a la alianza entre las autoridades saudíes y el wahabismo en el siglo XVIII; y globalizar Arabia Saudí, situándola entre las potencias mundiales. El reto al que se enfrenta el príncipe heredero es lograr esta tripleta sin debilitar el poder abrumador de la monarquía.

La modernización es evidente en los cambios en la vestimenta, el lenguaje, las interacciones sociales y el entusiasmo por absorber lo que el mundo ofrece más allá de la península arábiga.

Sin embargo, varios factores continúan obstaculizando los cambios: (1) Las arraigadas tradiciones que han obligado al príncipe heredero a proceder con cautela para evitar que los fundamentalistas provoquen agitación entre aquellos que se aferran a las antiguas costumbres, (2) el capitalismo estatal, a pesar de importantes privatizaciones, que otorga al gobierno un control desproporcionado sobre la economía a través de su fondo soberano, y (3) la concentración del poder político en unas pocas manos, lo que ha llevado a muchos miembros de la antigua élite (algunos de los cuales fueron detenidos cuando el príncipe heredero ascendió al trono y se les obligó a devolver grandes sumas de dinero supuestamente obtenidas de forma corrupta) a sentirse marginados.

El gobierno es visto como popular, considerado como el liberador de un pueblo que antes estaba sometido a un sistema de castas privilegiado, corrupto e inmovilista.

Esto es especialmente cierto en el caso de las mujeres saudíes, que, a pesar de las viejas costumbres y las presiones familiares, ya no están obligadas a vestir ropas tradicionales ni a hacer la peregrinación Hajj a La Meca acompañadas por un tutor masculino. Ahora pueden conducir, asistir a reuniones públicas multitudinarias y tratar con instituciones financieras sin intermediarios.

La mayoría de las veces, la policía hace la vista gorda ante lo que visten los jóvenes saudíes o cómo se comportan en festivales de música y reuniones similares. Aunque la homosexualidad sigue siendo ilegal, las autoridades responsables de la moralidad ya no aplican la ley de forma tan agresiva como en el pasado. Uno intuye que incluso el alcohol, que sigue estando prohibido en gran medida, acabará estando ampliamente disponible en ciertas zonas, tal como ocurrió en los Emiratos Árabes Unidos.

Los jóvenes están ansiosos por alcanzar la prosperidad y, en general, están decididos a ponerse al día en todos los ámbitos, desde la tecnología hasta los deportes y las artes.

Riad también ha modificado su política exterior celebrando tratos con su enemigo en Yemen, buscando un acercamiento a Irán, comprometiéndose con Qatar y, antes de los atentados de Hamás, incluso discutiendo posibles acuerdos con Israel. Aunque ha recibido miles de millones en ayuda militar de los Estados Unidos, mantiene abiertas sus opciones y entabla también relaciones estrechas con China. Todo esto se hace con el único objetivo de evitar posibles fuentes de inestabilidad, conflictos o tensiones financieras que podrían obstaculizar la transformación en curso.

El príncipe heredero incluso ha asumido la responsabilidad de los abusos contra los derechos humanos cometidos en los últimos años por los servicios secretos, incluido el asesinato del periodista activista Jamal Khashoggi.

Pero es importante no malinterpretar la situación: lo que estamos presenciando no es el surgimiento de una democracia liberal, sino más bien una significativa actualización en todos los aspectos excepto en el ámbito político.

El idealista que hay en mí desea creer que el proyecto tendrá éxito y traerá, con los cambios de mentalidad y la apertura económica, más libertad política. El escéptico que hay en mí dice que todavía hay demasiada distancia entre la ambición y la realidad y que, si las reservas de petróleo empiezan a disminuir en un futuro no muy lejano, como prevén algunos observadores occidentales, y el país no consigue diversificarse a tiempo, la transformación fracasará.

Se percibe la tensión entre tradición y modernidad a todos los niveles. Por tanto, mucho dependerá de la popularidad que siga teniendo el príncipe heredero. Todavía cuenta con muchos enemigos potenciales dentro de la familia real, la comunidad empresarial, las fuerzas armadas y entre los fundamentalistas más duros. Sea como fuere, si los saudíes lo consiguen, quizá otros se animen a intentarlo también.

Traducido por Gabriel Gasave

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