El desafío de Gaddafi a Occidente
Lo que empezó como un entusiasta respaldo retórico a las fuerzas rebeldes que parecían estar en condiciones de barrer del camino a Muammar Gaddafi en cuestión de pocos días en Libia se ha convertido en una pesadilla. Gaddafi ha llevado a cabo un contragolpe eficaz que abre la perspectiva o bien de una prolongada guerra civil o tal vez de una victoria oficialista, con todo lo que ello conlleva tratándose de un país estratégicamente importante para el suministro y, por tanto, los precios del petróleo. Para no hablar de lo que esto significaría para los países del Medio Oriente y el norte de Africa donde lo ocurrido en Egipto y Túnez había abierto las compuertas que sujetaban unas ansias rebosantes de cambio y democracia.
Un rápido vistazo a la situación militar indica que hay dos fuerzas atrincheradas en posiciones bastante protegidas, por ahora. Gaddafi controla Trípoli, en el este, no lejos de Túnez, con mano firme; la oposición, agrupada en un Consejo Nacional Libio, tiene su bastión en el oeste, en la localidad de Bengasi, la segunda en importancia del país. A mitad de camino está la ciudad natal de Gaddafi, Sirte, que el dictador también controla y que es clave para cualquiera de los dos si la pretensión es amenazar el flanco opuesto. Los rebeldes habían logrado tomar localidades significativas en el oeste, especialmente Zawiya, muy cerca de Trípoli, y Misurata, situada entre Trípoli y Sirte. Ambas posiciones ofrecían la posibilidad, en cualquier momento, de atenazar a Trípoli en un movimiento de pinza, además de cortar la comunicación entre Trípoli y la ciudad natal de Gaddafi. Pero las dos brigadas leales al dictador -equipadas con armamento ruso- han demostrado ser mucho más organizadas de lo que se creía. Tanto en Misurata, donde han rodeado a los rebeldes y los están matando de hambre, como en Zawiya, donde han podido recapturar parte de la ciudad, han mostrado su eficacia. La aviación está haciendo el resto, bombardeando terminales petroleros por donde se exporta el crudo, especialmente Ras Lanuf, el segundo del país. También hay un asedio por tierra contra Es Sider, el principal terminal portuario. Hay informaciones contradictorias sobre lo que sucede en Es Sider, pero es improbable, según Washington, que Gaddafi lo haya retomado, mientras que Ras Lanuf prácticamente fue recuperada por fuerzas del régimen.
Dada esta compleja situación, el suministro de crudo se ha detenido en gran parte, afectando a Italia y Francia, particularmente. Los ejecutivos y empleados de compañías extranjeras han abandonado el país y las compañías locales enfrentan varios problemas. Por lo pronto, su propia división: la segunda en importancia, Agoco, está con los rebeldes, mientras que Gaddafi, al parecer, se ha hecho fuerte en la principal. Los bancos extranjeros no autorizan pagos por temor a violar las sanciones actuales o futuras. Los "traders" no están seguros de poder garantizar el suministro a sus clientes y, por tanto, no se atreven a hacer compromisos. El millón y medio de barriles que Libia producía y vendía a diario ha caído a menos de la tercera parte, en el mejor de los casos.
Sólo sigue operativo un terminal portuario por donde se exporta crudo, Tobruk, controlado por los rebeldes que dominan Bengasi, pero la mayor parte de los yacimientos que ellos manejan están vinculados por oleoductos a puertos inoperantes por la guerra. En otras palabras, cobra fuerza con los días la perspectiva de que el precio del crudo Brent continúe su ascenso pronunciado, una mala noticia para Estados Unidos y Europa, que luchan por la recuperación económica tras la recesión de los últimos años. El terremoto de Japón, país importador de petróleo donde se prevé una caída de la demanda a raíz de la catástrofe, dio un respiro a los precios, pero a corto plazo se espera que la situación de Libia vuelva a reflejarse.
Frente a todo esto, los países occidentales están desconcertados, divididos e indecisos. El jueves pasado, James Clapper, director nacional de Inteligencia, testificó ante el Congreso norteamericano -y armó con ello un mayúsculo escándalo político- que Gaddafi "vencería" a los rebeldes a menos que haya alguna forma de intervención o factores que cambiaran radicalmente la composición de fuerzas. Dijo que las dos brigadas cercanas al dictador son "muy, muy leales" y tienen "un armamento muy robusto". La Casa Blanca -en lo que refleja un debate interno de grueso calibre- desautorizó al hombre que está a la cabeza de las 16 agencias de espionaje por boca del jefe del Consejo de Seguridad Nacional, Thomas Donilon, para quien el análisis de su colega es "estático" y no toma en cuenta la dinámica creada por las sanciones, el aislamiento internacional de Gadafi y el hecho de que los rebeldes controlen a "la mitad de la población".
El verdadero debate interno se ha dado a alturas aun más elevadas. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, tomó en un primer momento el liderazgo, apoyando la declaración de una zona de exclusion aérea para impedir que Gaddafi siga bombardeando a la población de las localides que no le son leales. Pero Robert Gates, el secretario de Defensa, haciéndose eco de los altos mandos militares, se opuso abiertamente. Con los días, este último ha ganado el pulso y Hillary Clinton ha entendido que carecía de apoyo suficiente al interior de la Administración, igual que en el plano internacional, donde dos países con veto en el Consejo de Seguridad -Rusia y China- se niegan a legitimar una intervención y varios europeos, entre ellos Alemania, son sumamente reticentes.
La reunión de la OTAN a fines de esta semana en Bruselas no permitió llegar a ningún acuerdo por parte de la coalición. Turquía, que lleva a cabo una política crecientemente afirmativa en el mundo árabe, se opone, calculando que una intervención con su respaldo provocaría una repulsa árabe, lo que arruinaría el esfuerzo de los últimos años por ganar influencia en toda la zona. Los árabes todavía tienen el recuerdo del Imperio Otomano que controló a esos países desde Turquía durante siglos. Pero también algunos gobiernos europeos mostraron su rechazo, en especial Alemania, que sin embargo sigue condenando a Gaddafi. Lo único que se acordó fue fortalecer la presencia naval en las costas de Libia para eventuales operaciones de rescate, es decir, de índole exclusivamente humanitaria, y seguir vigilando que se cumplan las sanciones. Gates dijo con toda claridad que se sigue analizando "lo que supondría una eventual zona de exclusión aérea, pero por el momento no hay absolutamente nada más".
La OTAN es sumamente reticente a actuar sin lo que el secretario general, Anders Fogh Rasmussen, llama "una firme base legal", es decir un mandato de la ONU. Y el propio Gates explicó que los aliados ponen mucha atención a lo que sería una reacción de Medio Oriente y el Magreb: "Somos muy cuidadosos con respecto a la opinión de la región", afirmó, añadiendo que resulta indispensable que la Liga Arabe y la Unión Africana den su bendición a cualquier operación militar.
El resultado de todo esto es que Washington y sus aliados tienen las manos atadas. Y Gaddafi lo sabe bien. Por ello, ha medido con mucho sentido de la repercusión internacional sus bombardeos a poblaciones controladas por los rebeldes. Durante varios días bajó la intensidad de los ataques aéreos, con lo que fortaleció la postura de los gobiernos que se oponen a la intervención. En los últimos dos días, sin embargo, sintiéndose seguro, lanzó una serie de bombardeos feroces y suficientes para su objetivo inmediato, que es debilitar tanto a los rebeldes en el oeste que no puedan amenazar sus bastiones en el este. La dosificación de su estrategia militar en función tanto de su lectura de las sensibilidades políticas internacionales como de sus objetivos domésticos le ha funcionado bien hasta ahora.
En el plano exterior, también las reacciones tienen mucho que ver con la situación interna de los principales actores. Esto se ha visto en el caso de Nicolás Sarkozy, que había mostrado su rechazo frontal en un primer momento a la intervención militar. Ahora, impopular y altamente tocado por una sucesión de escándalos debidos a las vinculaciones entre dos ex ministros suyos y los regímenes derrocados de Túnez y Egipto, ha dado un giro de 180 grados. Esta semana se reunió con el Consejo Nacional Libio que agrupa a los rebeldes y anunció que enviaría representación diplomática a Bengasi, todo lo cual constituye un virtual reconocimiento de los rebeldes. La pirueta política de Sarkozy ha descolocado tanto al Reino Unido, donde David Cameron había inicialmente liderado una gran ofensiva contra Gaddafi, pero luego se tuvo que resignar ante la falta de apoyo europeo y norteamericano, y Washington, que ahora no sabe bien el grado de reconocimiento que debe darle al Consejo Nacional Libio, sobre el que tiene sentimientos encontrados.
Hillary Clinton anunció el jueves que se reunirá con ellos durante su viaje a Egipto y Túnez, pero fue cuidadosa con respecto al eventual reconocimiento formal: "Estamos trabajando duro para determinar quiénes son las figuras que dicen ser de la oposición, porque sabemos que hay algunos de los que queremos ser aliados y otros de los que no queremos serlo". Por lo pronto, se reunirá con los dos dirigentes a los que recibió Sarkozy en el Elíseo: Mahmoud jibril y Ali al-Essawi.
Barack Obama soporta también una fuerte presión de los republicanos. En los inicios de la ola revolucionaria árabe, cuando Obama se sumó abiertamente al empeño por derrocar a los dictadores, los republicanos lo acusaron de facilitar la posibilidad de que el terrorismo fundamentalista se apoderara de esos países. Ahora, cuando Obama mantiene una prudencia extrema ante el desconcierto de lo que sucede en Libia, sus opositores le exigen actuar. Varios líderes de la mayoría congresal piden una zona de exclusión aérea y armar a los rebeldes.
La Casa Blanca, que teme el riesgo de verse empantanado en un conflicto duradero y costoso si la zona de exclusion aérea no basta para que los rebeldes venzan a Gaddafi, está contra la pared. Además, existe el peligro de que los rebeldes no sean fuerzas democráticas como sucedió en Egipto, sino facciones totalitarias enfrentadas con Gaddafi o agentes del fundamentalismo. Es mucho más difícil juzgar esto en medio de una guerra, donde por definición son los que tienen capacidad militar quienes suelen tomar el liderazgo y donde, ante el peligro de ser derrotado por el enemigo, el bando rebelde puede aceptar la caución de fuerzas oscuras, o verse infiltrado por ellas.
Para Obama, que hizo de la oposición a la invasión de Irak uno de los ejes de su campaña electoral y que ahora está empantanado en Afganistán sin perspectivas de solución, una intervención militar en Libia ofrece demasiados riesgos a pocos meses del inicio de la búsqueda de su reelección. Lo que no significa que la inacción no los ofrezca también. Por lo pronto, la disparada del petróleo podría complicar extremadamente sus planes de usar la leve recuperación económica para derrotar a los republicanos en 2012.
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