Teología y revolución

Qué hacer, dentro y fuera de un Estado donde los teólogos (chiíes) ejercen el poder absoluto para imponer sus criterios religiosos en terrenos tan diversos como unos resultados electorales, la vida sexual de los ciudadanos, el comercio mundial del petróleo o el uso militar de un parque de proyectiles nucleares…?

 

En el interior de Irán, los analistas más moderados, como Shirin Ebadi, premio Nobel 2003, temen el riesgo de una guerra civil, precedida o precipitada por un baño de sangre de imprevisibles proporciones. En el exterior, la moderación de Washington coincide con el apoyo diplomático de Moscú y Pekín, mientras la UE está demasiado ocupada en sus bizantinos procedimientos burocráticos como para articular algún sonido vagamente audible ante el ruido y la furia que es necesario estar muy sordo y ciego para no ver y oír.

 

Los optimistas piensan que asistimos a una feroz guerra de posiciones entre distintas facciones de un mismo poder religioso, disputándose los despojos de la herencia del ayatolá Jomeini, autoridad religiosa de carácter mesiánico. Entre los «reformadores» se encuentra el primer ministro iraní durante la guerra Irán-Irak, cuando Teherán enviaba al frente batallones de adolescentes prestos a morir para ganar el cielo islámico.

 

Los pesimistas -muy mayoritarios- temen que quizá sea «inevitable» un baño de sangre, que solo aplazaría la «solución» de una crisis cataclísmica.

 

Ante tal arco iris de alternativas, el autismo europeo («repliegue patológico de la personalidad sobre sí misma») tiene algo de genuflexión sonámbula: «¡Que sea lo que Alá quiera!». El idealismo escolar tiene tonos macabros: los primeros teóricos del diálogo de civilizaciones fueron los ayatolás iraníes, justamente. Mientras que la clamorosa moderación del presidente Obama quizá decepcione a quienes esperaban un liderazgo menos