América Latina y el libre comercio
''Women, huanying, Bilu''. ''Nosotros, bienvenido, Perú''. Con este balbuceante pero esforzado mandarín, Alan García Pérez, anfitrión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, saludó la presencia en Lima de Hu Jintao, presidente de la República Popular China, al frente de una comitiva de más de cien altos funcionarios del dragón rampante. El discurso y dos históricos besos –uno para cada mejilla revolucionaria– denotaron el talante aperturista de la cita. El líder chino, poco afecto a gestos tan expansivos, no tuvo más remedio que sonreír, pudoroso, ante la demostración de ternura criolla que Alan, el encantador de serpientes, supo endilgarle para dar inicio por todo lo alto a la función.
Durante año y medio el gobierno aprista se preparó celosamente para recibir a la crema y nata del Pacífico. Prueba de ello –y de la importancia del APEC para la diplomacia peruana– es que Luis Giampietri Rojas, primer vicepresidente, fue elegido directamente por Alan García para dirigir la Comisión Extraordinaria de Alto Nivel encargada de preparar el evento. El vicealmirante Giampietri es uno de los más reconocidos especialistas en inteligencia naval de la marina de guerra del Perú y fue el gran artífice del despliegue de seguridad que ha permitido reunir en la ciudad de los reyes a un puñado de jerarcas globales. Al otro lado del orbe, Bombay se convierte, pese al militarismo indio, en la capital del terror. Lima, por su parte, superó mansamente las diversas amenazas que rondaron el evento.
El 23 de noviembre se ha convertido en una fecha aciaga para Hugo Chávez, merced a su derrota electoral. Sin embargo, los peruanos recordarán la misma efeméride como uno de los hitos en el desarrollo de su economía. Y, por ende, de su incipiente poder político en la región. Mientras Venezuela abandera una revolución bolivariana adicta a la estatolatría y se empantana neciamente en la unión estratégica con Rusia y otras potencias revanchistas, el Perú se afana en convertirse, con terquedad andina, en un socio comercial imprescindible para los mercados más boyantes del Pacífico. García ha buscado –y obtenido– un TLC con China. Para ello no dudó en profanar el antiquísimo mandarín del país de las colinas de arena, mascullando unas palabras ininteligibles y mimando a Hu Jintao hasta el hartazgo. También, para afirmar su devoción, apoyó la represión en el Tíbet –sin que nadie se lo pidiera– y se convirtió en el defensor fidei del principio de ''una sola China''. Insaciable, el gobierno aprista ha iniciado conversaciones para futuros acuerdos con Japón, Australia y Corea del Sur. Colombia, por su parte, decidió proseguir el derrotero trazado por su aliado en la Comunidad Andina y Uribe fue el único jefe de estado que tomó parte de la cumbre en calidad de invitado. En Lima, el paisa logró importantes apoyos para que su país pueda integrarse al Foro en 2010, cuando venza la moratoria impuesta que impide ampliar el número de miembros.
El ALBA se ha emborrachado de poder. Y el APEC del néctar del comercio. En general, el foro consolida la percepción de que sólo la apertura comercial y la reducción de las barreras arancelarias en el marco de la Ronda de Doha permitirán que Latinoamérica cabalgue sobre los efectos de la crisis y enrumbe a mejores puertos. Los socios del APEC agrupan a 2,600 millones de personas, representan el 60% del PIB mundial y el 47% del comercio global. La solución a la crisis, sin duda, se incubará en el Pacífico.
El mundo se enreda en discusiones bizantinas sobre la refundación del liberalismo y la bestia satánica del capital. Sin caer en los extremos pragmáticamente abyectos de García –los chinos, por mucho menos, desembarcan en la región– hemos de retomar el élan del aperturismo. El Almirante Chabanenko, buque insignia del expansionismo ruso, puede alcanzar una velocidad de 34 nudos y deslizarse presto por océanos ajenos, pero ni aún así logrará superar la poderosa locomotora de una economía abierta –cualquiera– que comercie con medio planeta. El APEC ha sido un éxito. Más, insondablemente más que las maniobras militares de un dictador tropical y una talasocracia en decadencia.
Latinoamérica, para soportar mejor los embates de la crisis e internarse en una nueva era de paz y prosperidad, tiene que comerciar, abrirse al mundo, vender sus productos con valor añadido. Negociar de tú a tú, consciente de sus ventajas comparativas. Sin payasadas demagógicas ni aspavientos rencorosos. Hacen falta Marco Polos, pioneros audaces que se internen en nuevos mercados sin miedos ni complejos. Sobran, por el contrario, los pequeños autócratas que emplean hasta el hartazgo viejos argumentos ad baculum para conducir a sus pueblos a la anomia institucional y al más espantoso desorden. Fortalecer la economía de las auténticas democracias latinoamericanas derrumbará a los tigres de papel bolivarianos. Es preciso que Obama y Hillary lo comprendan, porque de ello depende el futuro de toda una región.
El autor es Director del Center for Latin American Studies, Fundación Maiestas (España)
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