Les queda la economía…
Por German Yanke
ABC
Les queda la economía… Les queda, dicen, como tema de discusión entre el PSOE y el PP y parece que, más que una constatación, es un deseo. Un deseo en la izquierda socialista, que parece no querer otros debates salvo el inevitable de la economía y el de algunos fuegos de artificio, planteados más como «temas» que como leyes. Y un deseo también en una cierta derecha que entiende el debate económico como un subterfugio para no entrar en otras cuestiones, todas esas que se engloban en los vaporosos valores y principios.
La economía, sin embargo, no es una mera cuestión técnica. Sobrevuela sobre ella una cierta concepción tecnocrática, como si no cupieran, ante un problema concreto, propuestas dispares y, sobre todo, propuestas ideológicas. Lo factual, sin embargo, son los problemas, quizá hasta la misma «economía» entendida como el conglomerado de datos que establecen un diagnóstico, pero no la política económica, que es imposible de desligar de una concepción de la sociedad y de las relaciones entre el poder y los ciudadanos. Así que el debate sobre la economía no es una suerte de resto que les queda para la confrontación, después de haber pactado otras cuestiones y aparcado algunas, sino uno de los territorios intelectuales más interesantes para el debate y la presentación a los electores de propuestas y alternativas generales.
El debate, hasta ahora, ha estado viciado por una discusión absurda sobre los hechos. La resistencia del Gobierno a reconocer que estamos en un periodo de crisis, y de grave crisis, forma parte, seguramente, de una concepción de la política más cercana al marketing que a la búsqueda de respuestas y de soluciones a los problemas. Está en la misma línea de una campaña electoral en la que el candidato parecía más una marca -bien asentada, es cierto- que una personalidad política con una ideología, y se ha visto de modo paradigmático en la celebración un tanto ridícula de los primeros cien días del Gobierno: si hay problemas, no hablen de ellos, sólo más publicidad para acallarlos. Pero esta resistencia forzada, además de desconectar al PSOE de las percepciones generales, no tenía mucho recorrido. El montaje ha quedado hecho trizas no sólo por la insistencia del PP, sino por la realidad.
Si en el diagnóstico no hay duda de que la razón estaba del lado del PP, queda ahora la política económica, es decir, las propuestas basadas en doctrinas e ideas políticas. Bien es cierto que el Gobierno, todavía, se ve empujado a sostener un proyecto basado más en un espejismo que en una ideología: la supuesta «fortaleza» de nuestra economía para afrontar las dificultades, lo que, además de ser dudoso, implica no enfrentarse seriamente con nuestras indudables debilidades: se nos acaban las reservas de la caja y no hemos afrontado con seriedad ni el exceso de gasto público, ni nuestra dependencia energética, ni la grave tara comparativa de nuestra escasa competitividad.
Concepciones contradictorias
El PP tiene, por todo ello, la oportunidad de, precisamente en torno a la economía, formalizar una alternativa más general. En definitiva, y abandonado el optimismo antropológico como bandera, quedan dos concepciones contradictorias. La socialista tiene fe en el Estado y en los poderes públicos y, por ello, se resiste a reducir el aumento de gasto para 2009 en las cifras que reclama la derecha. El PP, por el contrario, confía en la iniciativa particular y no quiere dictarle comportamientos, sino establecer un marco en el que aquella se desarrolle y consiga sus objetivos. La mejora -o la modificación clara- de los criterios de regulación de los mercados y de los mismos organismos reguladores, la reducción de impuestos, la limitación del gasto público, etc. van en este sentido y deben ser explicados con la adecuada pedagogía. El Gobierno no tiene más remedio, en su planteamiento, que confiar en imponderables para que su arquitectura no se venga abajo: el fin de la crisis financiera, el descenso del precio del petróleo. El PP desconfía, como garantía, de todo lo que no sea la iniciativa de los ciudadanos.
Recordemos que Cristóbal Montoro, al frente ahora del equipo económico del PP, consiguió, con otros ciertamente, demostrar que una política económica liberal no sólo era eficiente, sino que aumentaba la recaudación y la posibilidad de llevar a cabo políticas sociales, al margen, claro está, de la principal: que haya trabajo y capacidad económica en las familias. Y, además, convenció a los ciudadanos de que era bueno el equilibrio financiero. No sé si eso es un «valor», pero sí, desde luego, una idea.
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