Los agricultores de varios países europeos, incluyendo Francia, Alemania, Bélgica, España y Rumanía, están una vez más enfurecidos y protestando contra sus vecinos, la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá, Australia, China, Brasil y otros países no europeos. Están furiosos con el mundo.
¿Quién podría culparlos? Sería completamente insensible no sentir empatía por los agricultores europeos, quienes han enfrentado dificultades en los últimos años. No solo han tenido que lidiar con el COVID-19, la inflación y la guerra en Ucrania, el granero de Europa, sino que también han sido víctimas de muchas decisiones gubernamentales contradictorias y contraproducentes, algunas de las cuales ellos y sus aliados apoyaron anteriormente, y contra las que ahora se enfurecen.
Esto me recuerda una de las enseñanzas de Isaiah Berlin, el gran filósofo letón y británico, quien señaló en una ahora famosa conferencia de 1958 en la Universidad de Oxford, «Dos conceptos de libertad», que muchos de los valores, objetivos y causas que los seres humanos persiguen son incompatibles y contradictorios, y solo el pluralismo permite que coexistan sin causar demasiado daño. El lema francés «Libertad, Igualdad, Fraternidad», por ejemplo, introducido durante la Revolución Francesa, ilustra este conflicto, ya que, si se quiere incrementar la libertad, se debe disminuir la igualdad. Si se desea imponer la igualdad, se debe sacrificar la libertad.
Nada refleja mejor esta verdad que lo que está ocurriendo con las más de 9 millones de granjas en los 27 países miembros de la UE.
Tengan en cuenta estas obvias contradicciones:
Por un lado, los funcionarios europeos desean ayudar a los agricultores nacionales a ser más competitivos a escala internacional, lo cual exige aumentar la producción y reducir los precios. Por otro lado, esos mismos funcionarios quieren obligar a los ciudadanos, incluidos los productores agrícolas, a renunciar a los combustibles fósiles e iniciar una transición hacia una economía descarbonizada («emisiones netas cero», un objetivo de la UE para 2050), lo cual incrementa los costos de los agricultores y ata sus manos con regulaciones.
Mientras los funcionarios de la UE procuran incrementar la producción agrícola para que los agricultores puedan exportar más de lo que producen además de alimentar a Europa, también protegen a las explotaciones agrícolas pequeñas e ineficientes. Dos de cada tres explotaciones de la Unión Europea tienen menos de 5 hectáreas (unos 12,3 acres). En comparación, la granja promedio en Estados Unidos es 20 veces más grande y, como era de esperar, es mucho más productiva y competitiva. Tampoco debería sorprender que estas mismas políticas proteccionistas a veces generen corrupción, con grandes explotaciones agrícolas que dividen engañosamente su superficie en parcelas más pequeñas para poder calificar para la asistencia de la UE.
Otra contradicción: Los funcionarios de la UE han propuesto aumentar el enorme presupuesto de la Unión para poder enviar 50.000 millones de euros más (unos 53.600 millones de dólares) a Ucrania. Pero al mismo tiempo piden a los gobiernos miembros de la UE que reduzcan su déficit por debajo del 3% del producto bruto interno, como dictan las normas de la UE, un ejemplo clásico de un objetivo chocando con otro.
Muchos gobiernos europeos también se quejan de la competencia desleal de países no europeos. Por eso, recientemente, Francia impidió que se estableciera un acuerdo de libre comercio propuesto entre la UE y los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, el llamado Mercado Común del Sur). Mientras tanto, la UE gasta 60.000 millones de euros al año en proteger la agricultura a través de su política agrícola común (PAC), lo que otros países consideran injusto.
Aunque los agricultores europeos han estado recibiendo precios elevados por sus exportaciones últimamente, los márgenes de ganancia son casi inexistentes debido a los altos costos que tienen que soportar en virtud de las directivas, mandatos, regulaciones y requisitos gubernamentales asfixiantes. Es una comedia de errores dondequiera que se mire.
Lo ocurrido en Francia, el principal productor agrícola de la UE, es elocuente. La participación de Francia en el mercado agrícola mundial se ha reducido del 8% al 4% en las dos últimas décadas, lo que supone un descenso del 50%, y ha pasado de ser el segundo exportador agrícola de la UE al sexto. Mientras tanto, la proporción de alimentos importados consumidos en Francia se ha duplicado, pasando del 10% al 20%.
La lección, sin duda, es que los políticos y los burócratas no pueden aplicar políticas incompatibles, imponer mandatos y regulaciones contradictorias sobre sus economías y sus ciudadanos, y pretender que sus acciones no tengan costo alguno.
Como están descubriendo los agricultores y consumidores europeos, hay un precio terrible que pagar. Que esto sirva de advertencia a los estadounidenses.
Traducido por Gabriel Gasave
Una comedia de errores tiene a los agricultores europeos encolerizados
conceptphoto.info / Flickr
Los agricultores de varios países europeos, incluyendo Francia, Alemania, Bélgica, España y Rumanía, están una vez más enfurecidos y protestando contra sus vecinos, la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá, Australia, China, Brasil y otros países no europeos. Están furiosos con el mundo.
¿Quién podría culparlos? Sería completamente insensible no sentir empatía por los agricultores europeos, quienes han enfrentado dificultades en los últimos años. No solo han tenido que lidiar con el COVID-19, la inflación y la guerra en Ucrania, el granero de Europa, sino que también han sido víctimas de muchas decisiones gubernamentales contradictorias y contraproducentes, algunas de las cuales ellos y sus aliados apoyaron anteriormente, y contra las que ahora se enfurecen.
Esto me recuerda una de las enseñanzas de Isaiah Berlin, el gran filósofo letón y británico, quien señaló en una ahora famosa conferencia de 1958 en la Universidad de Oxford, «Dos conceptos de libertad», que muchos de los valores, objetivos y causas que los seres humanos persiguen son incompatibles y contradictorios, y solo el pluralismo permite que coexistan sin causar demasiado daño. El lema francés «Libertad, Igualdad, Fraternidad», por ejemplo, introducido durante la Revolución Francesa, ilustra este conflicto, ya que, si se quiere incrementar la libertad, se debe disminuir la igualdad. Si se desea imponer la igualdad, se debe sacrificar la libertad.
Nada refleja mejor esta verdad que lo que está ocurriendo con las más de 9 millones de granjas en los 27 países miembros de la UE.
Tengan en cuenta estas obvias contradicciones:
Por un lado, los funcionarios europeos desean ayudar a los agricultores nacionales a ser más competitivos a escala internacional, lo cual exige aumentar la producción y reducir los precios. Por otro lado, esos mismos funcionarios quieren obligar a los ciudadanos, incluidos los productores agrícolas, a renunciar a los combustibles fósiles e iniciar una transición hacia una economía descarbonizada («emisiones netas cero», un objetivo de la UE para 2050), lo cual incrementa los costos de los agricultores y ata sus manos con regulaciones.
Mientras los funcionarios de la UE procuran incrementar la producción agrícola para que los agricultores puedan exportar más de lo que producen además de alimentar a Europa, también protegen a las explotaciones agrícolas pequeñas e ineficientes. Dos de cada tres explotaciones de la Unión Europea tienen menos de 5 hectáreas (unos 12,3 acres). En comparación, la granja promedio en Estados Unidos es 20 veces más grande y, como era de esperar, es mucho más productiva y competitiva. Tampoco debería sorprender que estas mismas políticas proteccionistas a veces generen corrupción, con grandes explotaciones agrícolas que dividen engañosamente su superficie en parcelas más pequeñas para poder calificar para la asistencia de la UE.
Otra contradicción: Los funcionarios de la UE han propuesto aumentar el enorme presupuesto de la Unión para poder enviar 50.000 millones de euros más (unos 53.600 millones de dólares) a Ucrania. Pero al mismo tiempo piden a los gobiernos miembros de la UE que reduzcan su déficit por debajo del 3% del producto bruto interno, como dictan las normas de la UE, un ejemplo clásico de un objetivo chocando con otro.
Muchos gobiernos europeos también se quejan de la competencia desleal de países no europeos. Por eso, recientemente, Francia impidió que se estableciera un acuerdo de libre comercio propuesto entre la UE y los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, el llamado Mercado Común del Sur). Mientras tanto, la UE gasta 60.000 millones de euros al año en proteger la agricultura a través de su política agrícola común (PAC), lo que otros países consideran injusto.
Aunque los agricultores europeos han estado recibiendo precios elevados por sus exportaciones últimamente, los márgenes de ganancia son casi inexistentes debido a los altos costos que tienen que soportar en virtud de las directivas, mandatos, regulaciones y requisitos gubernamentales asfixiantes. Es una comedia de errores dondequiera que se mire.
Lo ocurrido en Francia, el principal productor agrícola de la UE, es elocuente. La participación de Francia en el mercado agrícola mundial se ha reducido del 8% al 4% en las dos últimas décadas, lo que supone un descenso del 50%, y ha pasado de ser el segundo exportador agrícola de la UE al sexto. Mientras tanto, la proporción de alimentos importados consumidos en Francia se ha duplicado, pasando del 10% al 20%.
La lección, sin duda, es que los políticos y los burócratas no pueden aplicar políticas incompatibles, imponer mandatos y regulaciones contradictorias sobre sus economías y sus ciudadanos, y pretender que sus acciones no tengan costo alguno.
Como están descubriendo los agricultores y consumidores europeos, hay un precio terrible que pagar. Que esto sirva de advertencia a los estadounidenses.
Traducido por Gabriel Gasave
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