Tres días después de que Hamás disparó cohetes y morteros hacia el sur de Israel desde Gaza, las fuerzas militares israelíes lanzaron la Operación Plomo Fundido con el objetivo declarado de defender al país contra el fuego de los cohetes de Hamás. Con el argumento de siempre, Israel afirmó su derecho de autodefensa para justificar la operación militar. Pero el verdadero problema no es si Israel tiene derecho a defenderse—de manear inequívoca lo tiene. En cambio, la cuestión es si la utilización de la fuerza militar dará lugar el estado final deseado. Y la respuesta es “no,” un hecho que merece una seria consideración de parte de la nueva administración Obama.
El saldo del conflicto es de 13 israelíes muertos (incluidos 3 civiles) y más de 1.200 palestinos fallecidos (incluidos más de 400 mujeres y niños). Una escuela de las Naciones Unidas y las oficinas centrales de la ONU en Gaza se encontraron entre los objetivos impactados por el fuego israelí. Este es exactamente la clase de respuesta militar desproporcionada que los terroristas procuran provocar. Cada civil muerto es la madre o padre, hermana o hermano de alguien. Un millar de muertes solamente dará lugar a miles más que buscarán vengar a sus seres queridos.
Lo que resulta especialmente trágico es que este ciclo de violencia es un fenómeno conocido y predecible. Por ejemplo, la atacante suicida responsable de matar a 19 israelíes en Haifa en octubre de 2003 era una abogada principiante de 29 años, Hanadi Jaradat. Jaradat era una mujer educada con un empleo bien pago que comúnmente no encajaría en un perfil terrorista, pero tenía motivos: una medida de fuerza israelí que causó la muerte a balazos de su hermano y su primo. El periódico jordano al-Arab al-Yum informó que Jaradat juró venganza parada sobre la tumba de su hermano: “Tu sangre no habrá sido derramada en vano. . . . El asesino pagará el precio, y no seremos los únicos que estarán llorando”. Y tras el ataque con bombas en Haifa, miembros de la familia afirmaron, “Llevó a cabo el ataque en venganza por la muerte de su hermano y su primo por parte de las fuerzas de seguridad israelíes”.
El Primer Ministro israelí Ehud Olmert sostuvo que el propósito de la campaña militar en Gaza era destruir por completo la capacidad de Hamas de disparar cohetes hacia Israel. Veinte y dos días después de iniciado el conflicto, Israel declaró un cese unilateral del fuego y Olmert afirmó que la ofensiva alcanzó sus objetivos. Sin embargo, la realidad es que la única forma de que Israel elimine la capacidad de Hamás de disparar cohetes hacia Israel es lidiar con los orígenes de las humillaciones palestinas. En otras palabras, hasta que el tema de la estadidad palestina sea resuelto siempre habrá un motivo por el cual los palestinos estarán motivados a atacar a Israel. En caso contrario, el único resultado de la acción militar será la matanza de gente y la perpetuación del ciclo de violencia. Y la única forma auténtica de romper el ciclo es a través de la resolución política, tal como lo fue el hecho de terminar con largas décadas de violencia entre protestantes y católicos en Irlanda del Norte.
Al confrontar al terrorismo, debemos ver más allá de la retórica del “nos odian” para comprender las raíces históricas y políticas de este odio. Necesitamos reconocer que la amenaza terrorista a los Estados Unidos se encuentra en gran medida motivada por la política exterior estadounidense—en particular, la intervención militar (incluso la denominada intervención humanitaria) y la ocupación en el exterior—antes que por un prejuicio o aborrecimiento innato.
La política para Irak del Presidente Obama sugiere que comprende los efectos perjudiciales de los conflictos como el de Gaza. Sin embargo, su plan de desplegar hasta 30.000 soldados estadounidenses más en a Afganistán el próximo verano (boreal), es preocupante. En definitiva, la acción militar es un medio para alcanzar un fin, no un fin en sí mismo. La aplicación de la fuerza militar—al menos la fuerza militar a gran escala—no es la respuesta apropiada al terrorismo. El desafío para Obama es si esta es una lección correctamente aprendida o una lección perdida.
Traducido por Gabriel Gasave
La lección de Gaza
Tres días después de que Hamás disparó cohetes y morteros hacia el sur de Israel desde Gaza, las fuerzas militares israelíes lanzaron la Operación Plomo Fundido con el objetivo declarado de defender al país contra el fuego de los cohetes de Hamás. Con el argumento de siempre, Israel afirmó su derecho de autodefensa para justificar la operación militar. Pero el verdadero problema no es si Israel tiene derecho a defenderse—de manear inequívoca lo tiene. En cambio, la cuestión es si la utilización de la fuerza militar dará lugar el estado final deseado. Y la respuesta es “no,” un hecho que merece una seria consideración de parte de la nueva administración Obama.
El saldo del conflicto es de 13 israelíes muertos (incluidos 3 civiles) y más de 1.200 palestinos fallecidos (incluidos más de 400 mujeres y niños). Una escuela de las Naciones Unidas y las oficinas centrales de la ONU en Gaza se encontraron entre los objetivos impactados por el fuego israelí. Este es exactamente la clase de respuesta militar desproporcionada que los terroristas procuran provocar. Cada civil muerto es la madre o padre, hermana o hermano de alguien. Un millar de muertes solamente dará lugar a miles más que buscarán vengar a sus seres queridos.
Lo que resulta especialmente trágico es que este ciclo de violencia es un fenómeno conocido y predecible. Por ejemplo, la atacante suicida responsable de matar a 19 israelíes en Haifa en octubre de 2003 era una abogada principiante de 29 años, Hanadi Jaradat. Jaradat era una mujer educada con un empleo bien pago que comúnmente no encajaría en un perfil terrorista, pero tenía motivos: una medida de fuerza israelí que causó la muerte a balazos de su hermano y su primo. El periódico jordano al-Arab al-Yum informó que Jaradat juró venganza parada sobre la tumba de su hermano: “Tu sangre no habrá sido derramada en vano. . . . El asesino pagará el precio, y no seremos los únicos que estarán llorando”. Y tras el ataque con bombas en Haifa, miembros de la familia afirmaron, “Llevó a cabo el ataque en venganza por la muerte de su hermano y su primo por parte de las fuerzas de seguridad israelíes”.
El Primer Ministro israelí Ehud Olmert sostuvo que el propósito de la campaña militar en Gaza era destruir por completo la capacidad de Hamas de disparar cohetes hacia Israel. Veinte y dos días después de iniciado el conflicto, Israel declaró un cese unilateral del fuego y Olmert afirmó que la ofensiva alcanzó sus objetivos. Sin embargo, la realidad es que la única forma de que Israel elimine la capacidad de Hamás de disparar cohetes hacia Israel es lidiar con los orígenes de las humillaciones palestinas. En otras palabras, hasta que el tema de la estadidad palestina sea resuelto siempre habrá un motivo por el cual los palestinos estarán motivados a atacar a Israel. En caso contrario, el único resultado de la acción militar será la matanza de gente y la perpetuación del ciclo de violencia. Y la única forma auténtica de romper el ciclo es a través de la resolución política, tal como lo fue el hecho de terminar con largas décadas de violencia entre protestantes y católicos en Irlanda del Norte.
Al confrontar al terrorismo, debemos ver más allá de la retórica del “nos odian” para comprender las raíces históricas y políticas de este odio. Necesitamos reconocer que la amenaza terrorista a los Estados Unidos se encuentra en gran medida motivada por la política exterior estadounidense—en particular, la intervención militar (incluso la denominada intervención humanitaria) y la ocupación en el exterior—antes que por un prejuicio o aborrecimiento innato.
La política para Irak del Presidente Obama sugiere que comprende los efectos perjudiciales de los conflictos como el de Gaza. Sin embargo, su plan de desplegar hasta 30.000 soldados estadounidenses más en a Afganistán el próximo verano (boreal), es preocupante. En definitiva, la acción militar es un medio para alcanzar un fin, no un fin en sí mismo. La aplicación de la fuerza militar—al menos la fuerza militar a gran escala—no es la respuesta apropiada al terrorismo. El desafío para Obama es si esta es una lección correctamente aprendida o una lección perdida.
Traducido por Gabriel Gasave
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