Haiti está una vez más en llamas y la presión crece para que los Estados Unidos “hagan algo.” La tentación es la de ir y componer a nuestro vecino del sur de una vez por todas. Pero el problema real es que el gobierno estadounidense, durante casi un siglo, ha hecho demasiado—no demasiado poco—en Haití.
Durante el siglo 20, los Estados Unidos repetidamente han estado involucrados a fondo en los asuntos de Haití. Por ejemplo, en 1915 y 1916, para mantener fuera a los alemanes y ayudar a cumplir su promesa de enseñar a los países latinoamericanos “a elegir buenos hombres,” Woodrow Wilson ordenó la ocupación de Haití. Los Estados Unidos gobernaron el país durante 19 años pero no fueron un buen profesor. Una protesta nacionalista contra la ocupación de los EE.UU. y la masacre de dichos manifestantes por parte de los Infantes de Marina estadounidenses condujeron eventualmente a que los EE.UU. se retirasen en 1934 (algún control financiero estadounidense permaneció hasta 1947). Tras la retirada, una serie de presidentes corruptos y autoritarios gobernaron el país. En 1957, el aún más opresivo Francois “Papa Doc” Duvalier llegó al poder y empleó a su policía secreta para aterrorizar al país hasta 1971, cuando murió. Su despótico hijo, Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier gobernó hasta 1986.
En 1994, un aluvión de pobres refugiados haitianos comenzó a llegar a las costas de los Estados Unidos en improvisados botes. El entonces Presidente Clinton se percató de que esta corriente no sería popular en la Florida. Bajo la justificación de restaurar al derrocado Jean-Bertrand Aristide, quien fuera elegido democráticamente, articuló entonces una fuerza militar estadounidense cercana a la costa, la que amenazó con invadir Haití si el régimen dictatorial de Raúl Cedras no abandonaba el poder. La retórica fue hipócrita porque los Estados Unidos habían previamente minado a la naciente democracia de Haití tras la elección de 1990 y luego restaurado a Aristide en 1994 solamente después de que éste acordara adoptar las políticas del candidato respaldado por los EE.UU. en las elecciones de 1990, quien había obtenido solamente el 14 por ciento de los votos.
Por supuesto, los acaudalados Estados Unidos podrían haber asimilado a esos refugiados sin amenazar con una potencial invasión de Haití, pero esa era una solución políticamente inaceptable. La amenaza funcionó y el régimen de Cedras partió sin necesidad de un ataque estadounidense. Una gran victoria fue declarada para los derechos humanos y la democracia. No obstante, después de que las fuerzas de los EE.UU. eventualmente abandonaron Haití, ese país permaneció corrupto, violento y como una de las naciones más pobres de la tierra. El episodio de 1994 fue tan sólo la última de las muchas intervenciones militares estadounidenses en Haití desde comienzos del siglo pasado, pero el país no parece mejorar nunca.
Aún a pesar de que Aristide había sido originalmente elegido de manera genuina, celebró una elección injusta en 2000 y empleó a pandillas armadas par reprimir al pueblo haitiano. Recientemente, en la estela de la oposición al represivo mandato de Aristide, la política de la administración Bush ha estado enrevesada. Primero, la administración hizo conocer su deseo de que Aristide debería dimitir, apoyando implícitamente a una oposición respaldada por las oscuras fuerzas del pasado autoritario de Haití. Luego, el gobierno de los EE.UU. revirtió el rumbo y decidió que Aristide debería cumplir su mandato en el cargo, el cual finaliza en 2006, pero permitirle a la oposición integrar su gabinete. La oposición ha declinado actualmente esa “invitación” y puede estar en su camino de tomar el control del país.
El número de víctimas de la violencia ha sido hasta ahora medianamente bajo, y el flujo de refugiados hacia los Estados Unidos aún no se ha producido. No obstante los dos senadores demócratas de la Florida, un estado clave en las elecciones de 2004 para ambos partidos, urgieron recientemente al Presidente Bush a que tome una rápida acción militar para estabilizar a Haití y prevenir cualquier éxodo de refugiados. No importa lo que ocurra en Haití, los demócratas pueden obtener ventaja política. Si el presidente invade Haití, los demócratas lo sugirieron primero; si no lo hace y el flujo de refugiados comienza, los demócratas de la Florida pueden arremeter contra la administración con esta cuestión en la campaña de las elecciones de este otoño.
Por lo tanto el Presidente Bush, proclive a encontrarse con otra elección cerrada este año para mantener su puesto, puede percibir algún incentivo a fin de emprender una acción militar. Conteniéndolo, sin embargo, debería estar su amarga experiencia—y potencial lastre del año electoral—de ocupar Irak y la probable crítica demócrata por sobreestirar a las fuerzas armadas estadounidenses.
Perdido en todo este electoralismo es que Haití no estará mejor bajo el probable gobierno rufián de la oposición de lo que ha estado bajo el democráticamente elegido autócrata de Aristide. Como en un episodio de la película “Ground Hog Day,” los Estados Unidos siguen cometiendo el mismo error una y otra vez al inmiscuirse de manera no exitosa en los asuntos de una nación vecina. Los esfuerzos de los EE.UU. para enseñarles a los haitianos a “elegir a los buenos hombres (o mujeres)” a punta de pistola son fútiles, y a menudo contraproducentes, debido a que los haitianos precisan cambiar su cultura política por sí mismos a fin de tener algún efecto duradero. Si, en el peor de los casos, una abierta guerra civil haitiana tiene lugar y los refugiados comienzan a fluir, los opulentos Estados Unidos debería simplemente recibirlos y hacer lo que puedan para evitar violar la soberanía de otro país y entonces minar su imagen como el “faro de la libertad”.
Traducido por Gabriel Gasave
Evitemos la tentación de inmiscuirnos en Haití
Haiti está una vez más en llamas y la presión crece para que los Estados Unidos “hagan algo.” La tentación es la de ir y componer a nuestro vecino del sur de una vez por todas. Pero el problema real es que el gobierno estadounidense, durante casi un siglo, ha hecho demasiado—no demasiado poco—en Haití.
Durante el siglo 20, los Estados Unidos repetidamente han estado involucrados a fondo en los asuntos de Haití. Por ejemplo, en 1915 y 1916, para mantener fuera a los alemanes y ayudar a cumplir su promesa de enseñar a los países latinoamericanos “a elegir buenos hombres,” Woodrow Wilson ordenó la ocupación de Haití. Los Estados Unidos gobernaron el país durante 19 años pero no fueron un buen profesor. Una protesta nacionalista contra la ocupación de los EE.UU. y la masacre de dichos manifestantes por parte de los Infantes de Marina estadounidenses condujeron eventualmente a que los EE.UU. se retirasen en 1934 (algún control financiero estadounidense permaneció hasta 1947). Tras la retirada, una serie de presidentes corruptos y autoritarios gobernaron el país. En 1957, el aún más opresivo Francois “Papa Doc” Duvalier llegó al poder y empleó a su policía secreta para aterrorizar al país hasta 1971, cuando murió. Su despótico hijo, Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier gobernó hasta 1986.
En 1994, un aluvión de pobres refugiados haitianos comenzó a llegar a las costas de los Estados Unidos en improvisados botes. El entonces Presidente Clinton se percató de que esta corriente no sería popular en la Florida. Bajo la justificación de restaurar al derrocado Jean-Bertrand Aristide, quien fuera elegido democráticamente, articuló entonces una fuerza militar estadounidense cercana a la costa, la que amenazó con invadir Haití si el régimen dictatorial de Raúl Cedras no abandonaba el poder. La retórica fue hipócrita porque los Estados Unidos habían previamente minado a la naciente democracia de Haití tras la elección de 1990 y luego restaurado a Aristide en 1994 solamente después de que éste acordara adoptar las políticas del candidato respaldado por los EE.UU. en las elecciones de 1990, quien había obtenido solamente el 14 por ciento de los votos.
Por supuesto, los acaudalados Estados Unidos podrían haber asimilado a esos refugiados sin amenazar con una potencial invasión de Haití, pero esa era una solución políticamente inaceptable. La amenaza funcionó y el régimen de Cedras partió sin necesidad de un ataque estadounidense. Una gran victoria fue declarada para los derechos humanos y la democracia. No obstante, después de que las fuerzas de los EE.UU. eventualmente abandonaron Haití, ese país permaneció corrupto, violento y como una de las naciones más pobres de la tierra. El episodio de 1994 fue tan sólo la última de las muchas intervenciones militares estadounidenses en Haití desde comienzos del siglo pasado, pero el país no parece mejorar nunca.
Aún a pesar de que Aristide había sido originalmente elegido de manera genuina, celebró una elección injusta en 2000 y empleó a pandillas armadas par reprimir al pueblo haitiano. Recientemente, en la estela de la oposición al represivo mandato de Aristide, la política de la administración Bush ha estado enrevesada. Primero, la administración hizo conocer su deseo de que Aristide debería dimitir, apoyando implícitamente a una oposición respaldada por las oscuras fuerzas del pasado autoritario de Haití. Luego, el gobierno de los EE.UU. revirtió el rumbo y decidió que Aristide debería cumplir su mandato en el cargo, el cual finaliza en 2006, pero permitirle a la oposición integrar su gabinete. La oposición ha declinado actualmente esa “invitación” y puede estar en su camino de tomar el control del país.
El número de víctimas de la violencia ha sido hasta ahora medianamente bajo, y el flujo de refugiados hacia los Estados Unidos aún no se ha producido. No obstante los dos senadores demócratas de la Florida, un estado clave en las elecciones de 2004 para ambos partidos, urgieron recientemente al Presidente Bush a que tome una rápida acción militar para estabilizar a Haití y prevenir cualquier éxodo de refugiados. No importa lo que ocurra en Haití, los demócratas pueden obtener ventaja política. Si el presidente invade Haití, los demócratas lo sugirieron primero; si no lo hace y el flujo de refugiados comienza, los demócratas de la Florida pueden arremeter contra la administración con esta cuestión en la campaña de las elecciones de este otoño.
Por lo tanto el Presidente Bush, proclive a encontrarse con otra elección cerrada este año para mantener su puesto, puede percibir algún incentivo a fin de emprender una acción militar. Conteniéndolo, sin embargo, debería estar su amarga experiencia—y potencial lastre del año electoral—de ocupar Irak y la probable crítica demócrata por sobreestirar a las fuerzas armadas estadounidenses.
Perdido en todo este electoralismo es que Haití no estará mejor bajo el probable gobierno rufián de la oposición de lo que ha estado bajo el democráticamente elegido autócrata de Aristide. Como en un episodio de la película “Ground Hog Day,” los Estados Unidos siguen cometiendo el mismo error una y otra vez al inmiscuirse de manera no exitosa en los asuntos de una nación vecina. Los esfuerzos de los EE.UU. para enseñarles a los haitianos a “elegir a los buenos hombres (o mujeres)” a punta de pistola son fútiles, y a menudo contraproducentes, debido a que los haitianos precisan cambiar su cultura política por sí mismos a fin de tener algún efecto duradero. Si, en el peor de los casos, una abierta guerra civil haitiana tiene lugar y los refugiados comienzan a fluir, los opulentos Estados Unidos debería simplemente recibirlos y hacer lo que puedan para evitar violar la soberanía de otro país y entonces minar su imagen como el “faro de la libertad”.
Traducido por Gabriel Gasave
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