Pese a que la administración Bush se ha distanciado formalmente de un informe dirigido a un panel consultivo del Pentágono por parte de un analista del Instituto RAND, el cual sostenía que Washington debería exigirle a Arabia Saudita que cese de apoyar al terrorismo o haga frente a la confiscación de sus yacimientos de petróleo y de sus activos financieros en los Estados Unidos, un número creciente de neoconservadore, dentro y fuera de la administración Bush, suscriben al parecer las opiniones expresadas en la presentación.
Los civiles senior del Pentágono y los miembros del staff del Vicepresidente Cheney, según se informa, ven a Arabia Saudita como un enemigo. De hecho, algunos neoconservadores consideran que una invasión estadounidense de Irak y la instalación de un gobierno iraquí democrático y pro-estadounidense, el cual se convertiría en un importante exportador de petróleo a Occidente, permitiría que los Estados Unidos solucionaran un problema aún mayor: el apoyo saudita a los terroristas islámicos radicales. La reducida dependencia de los EE.UU. con respecto al petróleo saudita como resultado de la conquista de Irak, permitiría que los Estados Unidos finalmente hagan frente a los sauditas sobre la cuestión del terrorismo, argumentan los neoconservadores.
No obstante, la posición oficial de la administración Bush se encuentra en el otro extremo del espectro: la misma es la de que el régimen saudita es un amigo. Según la portavoz del Pentágono Victoria Clarke, «Arabia Saudita es un amigo y un aliado de muchos años de los Estados Unidos. Los sauditas cooperan plenamente en la guerra global contra el terrorismo.» Pero esta posición se desvía de las declaraciones privadas de los funcionarios de la administración según las cuales, los esfuerzos del gobierno saudita contra el terrorismo han sido menos ambiciosos que los de otros países.
Tanto las posiciones oficiales como las neoconservadoras son simplistas y erróneas. El gobierno saudita miró para otro lado durante demasiado tiempo mientras organizaciones en Arabia Saudita financiaban y apoyaban a al Qaeda. Además, el gobierno saudita apoyó abiertamente al régimen del Talibán, el cual cobijó a al Qaeda, y a las escuelas islámicas fundamentalistas en Pakistán que resultaron ser terroristas. La administración Bush, en una equivocación garrafal respecto del modo en que funciona el mercado petrolero, está incurriendo en un error al mirar hacia otro lado acerca de tan cuestionables actividades sauditas y al mimar al régimen para asegurarse su petróleo.
La administración, la comunidad de la seguridad nacional de los EE.UU., los medios, y gran parte del público están fascinados con el mito de que el petróleo barato es de alguna manera vital para la economía estadounidense. El mercado del petróleo es global y ningún país–ni siquiera uno con grandes reservas petrolíferas, tal como Arabia Saudita–puede influir mucho sobre el precio en el largo plazo. Cuando más petróleo ingresa al mercado de cualquier fuente, el precio baja; cuando el petróleo es retirado del mercado–por ejemplo, debido a la inestabilidad o a una guerra en los países productores de petróleo–el precio se eleva.
Don Losman, un economista de la National Defense University, demuestra que el incremento de los precios del petróleo por si solo no perjudicará a una economía moderna. Observa que desde finales de 1998 hasta fines de 2000, Alemania experimentó un incremento del 211 por ciento en los precios del petróleo, pero el desarrollo económico–con una inflación y un desempleo descendentes–continuó. Además, desde la «crisis del petróleo» de los años 70, la economía de los Estados Unidos han reducido su gasto en petróleo del nueve al tres por ciento del PBI y se ha vuelto más flexibles a los cambios entre distintos tipos de fuentes de combustible.
El plan neoconservador de humillar a Irak para presionar a Arabia Saudita en materia de terrorismo presenta un problema importante. Cualquier invasión de Irak requeriría de la ayuda de las naciones vecinas. Los neoconservadores creen ingenuamente que el gobierno saudita, renuente a ayudar a los Estados Unidos a lanzar un ataque no provocado contra Irak–incluso antes de que el pensamiento neoconservador se hiciera público–proporcionaría ahora alegremente bases y apoyo logístico para que las fuerzas estadounidenses invadan Irak cuando incluso algunos miembros de la administración Bush quisieran llevar la guerra de los EE.UU. contra el terrorismo a los yacimientos petrolíferos sauditas una vez que se haya cumplido el trabajo en Irak.
Los Estados Unidos deberían tomar un punto medio entre el enfoque de la confrontación defendido por los neoconservadores y la política de la administración Bush de apaciguar al régimen saudita. El gobierno saudita es un régimen medieval y despótico con unos abismales antecedentes en materia de derechos humanos al igual que Irak. Los Estados Unidos deberían quitarle al régimen el apoyo político y retirar paulatinamente a las fuerzas militares estadounidenses estacionadas en territorio saudita para protegerlo.
Los Estados Unidos no deberían tener pelos en la lengua para presionar diplomáticamente a la monarquía saudita respecto de sus pobres antecedentes en el plano de los derechos humanos, de sus programas para adquirir armas de destrucción masiva y de su apoyo indirecto al terrorismo. Esencialmente, tal como los autoritarios «estados truhanes» (Irak, Irán, Siria, Libia, Sudán, Cuba y Corea del Norte), Arabia Saudita debería ser tratada con suspicacia, no con amistad. Al mismo tiempo, no debería ser apuntada para ataques militares estadounidenses a menos que fuese hallada directamente culpable de patrocinar un ataque terrorista contra un objetivo estadounidense.
Traducido por Gabriel Gasave
Sauditas: ¿Los tratamos como amigos, enemigos o no los tratamos?
Pese a que la administración Bush se ha distanciado formalmente de un informe dirigido a un panel consultivo del Pentágono por parte de un analista del Instituto RAND, el cual sostenía que Washington debería exigirle a Arabia Saudita que cese de apoyar al terrorismo o haga frente a la confiscación de sus yacimientos de petróleo y de sus activos financieros en los Estados Unidos, un número creciente de neoconservadore, dentro y fuera de la administración Bush, suscriben al parecer las opiniones expresadas en la presentación.
Los civiles senior del Pentágono y los miembros del staff del Vicepresidente Cheney, según se informa, ven a Arabia Saudita como un enemigo. De hecho, algunos neoconservadores consideran que una invasión estadounidense de Irak y la instalación de un gobierno iraquí democrático y pro-estadounidense, el cual se convertiría en un importante exportador de petróleo a Occidente, permitiría que los Estados Unidos solucionaran un problema aún mayor: el apoyo saudita a los terroristas islámicos radicales. La reducida dependencia de los EE.UU. con respecto al petróleo saudita como resultado de la conquista de Irak, permitiría que los Estados Unidos finalmente hagan frente a los sauditas sobre la cuestión del terrorismo, argumentan los neoconservadores.
No obstante, la posición oficial de la administración Bush se encuentra en el otro extremo del espectro: la misma es la de que el régimen saudita es un amigo. Según la portavoz del Pentágono Victoria Clarke, «Arabia Saudita es un amigo y un aliado de muchos años de los Estados Unidos. Los sauditas cooperan plenamente en la guerra global contra el terrorismo.» Pero esta posición se desvía de las declaraciones privadas de los funcionarios de la administración según las cuales, los esfuerzos del gobierno saudita contra el terrorismo han sido menos ambiciosos que los de otros países.
Tanto las posiciones oficiales como las neoconservadoras son simplistas y erróneas. El gobierno saudita miró para otro lado durante demasiado tiempo mientras organizaciones en Arabia Saudita financiaban y apoyaban a al Qaeda. Además, el gobierno saudita apoyó abiertamente al régimen del Talibán, el cual cobijó a al Qaeda, y a las escuelas islámicas fundamentalistas en Pakistán que resultaron ser terroristas. La administración Bush, en una equivocación garrafal respecto del modo en que funciona el mercado petrolero, está incurriendo en un error al mirar hacia otro lado acerca de tan cuestionables actividades sauditas y al mimar al régimen para asegurarse su petróleo.
La administración, la comunidad de la seguridad nacional de los EE.UU., los medios, y gran parte del público están fascinados con el mito de que el petróleo barato es de alguna manera vital para la economía estadounidense. El mercado del petróleo es global y ningún país–ni siquiera uno con grandes reservas petrolíferas, tal como Arabia Saudita–puede influir mucho sobre el precio en el largo plazo. Cuando más petróleo ingresa al mercado de cualquier fuente, el precio baja; cuando el petróleo es retirado del mercado–por ejemplo, debido a la inestabilidad o a una guerra en los países productores de petróleo–el precio se eleva.
Don Losman, un economista de la National Defense University, demuestra que el incremento de los precios del petróleo por si solo no perjudicará a una economía moderna. Observa que desde finales de 1998 hasta fines de 2000, Alemania experimentó un incremento del 211 por ciento en los precios del petróleo, pero el desarrollo económico–con una inflación y un desempleo descendentes–continuó. Además, desde la «crisis del petróleo» de los años 70, la economía de los Estados Unidos han reducido su gasto en petróleo del nueve al tres por ciento del PBI y se ha vuelto más flexibles a los cambios entre distintos tipos de fuentes de combustible.
El plan neoconservador de humillar a Irak para presionar a Arabia Saudita en materia de terrorismo presenta un problema importante. Cualquier invasión de Irak requeriría de la ayuda de las naciones vecinas. Los neoconservadores creen ingenuamente que el gobierno saudita, renuente a ayudar a los Estados Unidos a lanzar un ataque no provocado contra Irak–incluso antes de que el pensamiento neoconservador se hiciera público–proporcionaría ahora alegremente bases y apoyo logístico para que las fuerzas estadounidenses invadan Irak cuando incluso algunos miembros de la administración Bush quisieran llevar la guerra de los EE.UU. contra el terrorismo a los yacimientos petrolíferos sauditas una vez que se haya cumplido el trabajo en Irak.
Los Estados Unidos deberían tomar un punto medio entre el enfoque de la confrontación defendido por los neoconservadores y la política de la administración Bush de apaciguar al régimen saudita. El gobierno saudita es un régimen medieval y despótico con unos abismales antecedentes en materia de derechos humanos al igual que Irak. Los Estados Unidos deberían quitarle al régimen el apoyo político y retirar paulatinamente a las fuerzas militares estadounidenses estacionadas en territorio saudita para protegerlo.
Los Estados Unidos no deberían tener pelos en la lengua para presionar diplomáticamente a la monarquía saudita respecto de sus pobres antecedentes en el plano de los derechos humanos, de sus programas para adquirir armas de destrucción masiva y de su apoyo indirecto al terrorismo. Esencialmente, tal como los autoritarios «estados truhanes» (Irak, Irán, Siria, Libia, Sudán, Cuba y Corea del Norte), Arabia Saudita debería ser tratada con suspicacia, no con amistad. Al mismo tiempo, no debería ser apuntada para ataques militares estadounidenses a menos que fuese hallada directamente culpable de patrocinar un ataque terrorista contra un objetivo estadounidense.
Traducido por Gabriel Gasave
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