Washington, DC—La visita del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva a Camp David durante el fin de semana selló lo que se conoce como “la alianza del etanol” entre el gigante sudamericano y los Estados Unidos. Ignoro si el etanol cumplirá, finalmente, la grandilocuente promesa de facilitarnos un medio ambiente limpio y arruinar a los déspotas bañados en petróleo que hoy chantajean a las naciones libres. Pero sí sé que existe un gran desfase entre los objetivos que persigue la alianza del etanol y las políticas actuales.
Si Estados Unidos quiere estimular el consumo del etanol y reducir la dependencia petrolera, debe tomar una decisión sencilla: eliminar su arancel de 54 centavos por galón. Los expertos nos dicen que el etanol fabricado en base al maíz, es decir el tipo que se produce en los Estados Unidos, es ocho veces menos eficiente que el etanol que se fabrica en Brasil a partir de la caña de azúcar. Alessandro Texeira, el estratega brasileño de los biocombustibles, insiste en que “somos los líderes mundiales y si la gente quiere beneficiarse con nuestra industria del etanol, tiene que adoptarla en la práctica, no en la teoría”.
Precisamente debido a que el maíz es mucho menos eficiente que la caña de azúcar, Estados Unidos sólo ha podido reemplazar alrededor de un 3 por ciento del consumo de petróleo a pesar de su oneroso programa estatal.
Otra forma en que las políticas actuales neutralizan los objetivos de la alianza del etanol tiene que ver con Hugo Chávez y Fidel Castro. Es evidente que la Administración estadounidense quiere tentar a los países centroamericanos y caribeños, actualmente beneficiados por el subsidio petrolero venezolano, para que adopten biocombustibles que los ayuden a independizarse de Caracas. La idea consiste en alentar a Brasil para que exporte su tecnología y ayude a esos países a construir destilerías —como la construida en Jamaica no hace mucho— para producir etanol. Pero hay un gato encerrado: debido a los diferentes acuerdos comerciales preferenciales, los países caribeños y centroamericanos no se ven afectados por los aranceles que actualmente perjudican a las exportaciones brasileñas. Por lo tanto, aunque Brasil pueda sentir cierto orgullo al exportar su tecnología y eventualmente reciba algunos incentivos crematísticos por parte de Washington para ayudar a la cuenca del Caribe a liberarse de Hugo Chávez, el verdadero interés de Lula da Silva radica en exportar al mercado estadounidense y al mercado europeo, que en la actualidad están protegidos.
Dicho sea de paso, no hay duda de que el etanol está poniendo nerviosos a Chávez y Castro. Una prueba de ello es el histérico artículo publicado por Castro en “Granma”, el periódico oficial de Cuba, fustigando a quienes pretenden “convertir alimentos en combustibles” y acusándolos de querer condenar a la “muerte prematura y sed” a “más 3 mil millones de personas en el mundo”. A pesar de que el artículo estaba dirigido contra el Presidente George W. Bush, su verdadero blanco era Lula da Silva, quien estaba por embarcarse a Washington DC apenas unas semanas después de que Bush lo visitara en Brasilia.
Sin embargo, a menos que haya un cambio de política, Castro no tiene mucho de qué preocuparse. Para que el actual programa estadounidense relacionado con el etanol logre algo parecido a lo que ha conseguido Brasil —reemplazar un 40 por ciento del consumo de petróleo—, los norteamericanos tendrían que habilitar masivas cantidades de nuevas tierras para cultivar maíz adicional y, dado lo ineficiente que resulta ese cultivo como fuente de energía, desperdiciar colosales sumas de capital para transformarlo. Es cierto: Estados Unidos podría iniciar una industria del etanol en base a caña de azúcar en la Florida, pero la protegería de la competencia brasileña, lo que no haría, precisamente, que Planalto reviente cohetes de alegría.
Una advertencia final. Es difícil que la nueva alianza del etanol motorice, como algunos creen, las conversaciones sobre el comercio mundial de la Ronda de Doha. El principal escollo es el hecho de que los países atrasados están utilizando el proteccionismo estadounidense y europeo como excusa para mantener sus propias barreras en áreas como los servicios. El programa estatal estadounidense relacionado con el etanol ha provocado un incremento artificial en el precio de los cereales, proporcionando nuevos argumentos a las naciones subdesarrolladas que culpan a Washington por su empobrecimiento.
Me pone muy nervioso que sean los gobiernos, en vez de los inversores y los consumidores, quienes decidan en qué debemos invertir y qué debemos consumir. Pero si los socios del etanol desean que sus grandiosos proyectos tengan alguna probabilidad de éxito, deben al menos comenzar por ser consistentes. De otro modo, el próximo editorial del tirano de Cuba se titulará: “¡Te lo dije!”.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
La alianza del etanol
Washington, DC—La visita del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva a Camp David durante el fin de semana selló lo que se conoce como “la alianza del etanol” entre el gigante sudamericano y los Estados Unidos. Ignoro si el etanol cumplirá, finalmente, la grandilocuente promesa de facilitarnos un medio ambiente limpio y arruinar a los déspotas bañados en petróleo que hoy chantajean a las naciones libres. Pero sí sé que existe un gran desfase entre los objetivos que persigue la alianza del etanol y las políticas actuales.
Si Estados Unidos quiere estimular el consumo del etanol y reducir la dependencia petrolera, debe tomar una decisión sencilla: eliminar su arancel de 54 centavos por galón. Los expertos nos dicen que el etanol fabricado en base al maíz, es decir el tipo que se produce en los Estados Unidos, es ocho veces menos eficiente que el etanol que se fabrica en Brasil a partir de la caña de azúcar. Alessandro Texeira, el estratega brasileño de los biocombustibles, insiste en que “somos los líderes mundiales y si la gente quiere beneficiarse con nuestra industria del etanol, tiene que adoptarla en la práctica, no en la teoría”.
Precisamente debido a que el maíz es mucho menos eficiente que la caña de azúcar, Estados Unidos sólo ha podido reemplazar alrededor de un 3 por ciento del consumo de petróleo a pesar de su oneroso programa estatal.
Otra forma en que las políticas actuales neutralizan los objetivos de la alianza del etanol tiene que ver con Hugo Chávez y Fidel Castro. Es evidente que la Administración estadounidense quiere tentar a los países centroamericanos y caribeños, actualmente beneficiados por el subsidio petrolero venezolano, para que adopten biocombustibles que los ayuden a independizarse de Caracas. La idea consiste en alentar a Brasil para que exporte su tecnología y ayude a esos países a construir destilerías —como la construida en Jamaica no hace mucho— para producir etanol. Pero hay un gato encerrado: debido a los diferentes acuerdos comerciales preferenciales, los países caribeños y centroamericanos no se ven afectados por los aranceles que actualmente perjudican a las exportaciones brasileñas. Por lo tanto, aunque Brasil pueda sentir cierto orgullo al exportar su tecnología y eventualmente reciba algunos incentivos crematísticos por parte de Washington para ayudar a la cuenca del Caribe a liberarse de Hugo Chávez, el verdadero interés de Lula da Silva radica en exportar al mercado estadounidense y al mercado europeo, que en la actualidad están protegidos.
Dicho sea de paso, no hay duda de que el etanol está poniendo nerviosos a Chávez y Castro. Una prueba de ello es el histérico artículo publicado por Castro en “Granma”, el periódico oficial de Cuba, fustigando a quienes pretenden “convertir alimentos en combustibles” y acusándolos de querer condenar a la “muerte prematura y sed” a “más 3 mil millones de personas en el mundo”. A pesar de que el artículo estaba dirigido contra el Presidente George W. Bush, su verdadero blanco era Lula da Silva, quien estaba por embarcarse a Washington DC apenas unas semanas después de que Bush lo visitara en Brasilia.
Sin embargo, a menos que haya un cambio de política, Castro no tiene mucho de qué preocuparse. Para que el actual programa estadounidense relacionado con el etanol logre algo parecido a lo que ha conseguido Brasil —reemplazar un 40 por ciento del consumo de petróleo—, los norteamericanos tendrían que habilitar masivas cantidades de nuevas tierras para cultivar maíz adicional y, dado lo ineficiente que resulta ese cultivo como fuente de energía, desperdiciar colosales sumas de capital para transformarlo. Es cierto: Estados Unidos podría iniciar una industria del etanol en base a caña de azúcar en la Florida, pero la protegería de la competencia brasileña, lo que no haría, precisamente, que Planalto reviente cohetes de alegría.
Una advertencia final. Es difícil que la nueva alianza del etanol motorice, como algunos creen, las conversaciones sobre el comercio mundial de la Ronda de Doha. El principal escollo es el hecho de que los países atrasados están utilizando el proteccionismo estadounidense y europeo como excusa para mantener sus propias barreras en áreas como los servicios. El programa estatal estadounidense relacionado con el etanol ha provocado un incremento artificial en el precio de los cereales, proporcionando nuevos argumentos a las naciones subdesarrolladas que culpan a Washington por su empobrecimiento.
Me pone muy nervioso que sean los gobiernos, en vez de los inversores y los consumidores, quienes decidan en qué debemos invertir y qué debemos consumir. Pero si los socios del etanol desean que sus grandiosos proyectos tengan alguna probabilidad de éxito, deben al menos comenzar por ser consistentes. De otro modo, el próximo editorial del tirano de Cuba se titulará: “¡Te lo dije!”.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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