Ataraxia y apocalipsis

Por Carlos Rodríguez Braun
ABC

Entre la serenidad de un Gobierno imperturbable y la alarma de una oposición catastrofista, aquí es difícil pensar. La polarización maniquea del discurso, vicio tradicional de la política, destaca en nuestra época mediática, y estalla en periodo electoral. En este rincón, por fortuna, analizamos la economía desde la higiénica perspectiva de quien no tiene que ganar voto alguno.

El Gobierno tiene razón en el sentido de que no hay aquí nada parecido a una recesión. Todavía. Y la oposición tiene razón en el sentido de que hay problemas económicos que no han sido correctamente abordados. Ni lo serán.

Entre las creencias erróneas del Gobierno cabe señalar las siguientes: los males no son graves, no son locales, no se deben a la política económica, y ésta contribuirá a mitigarlos gracias al superávit público. Lo cierto es que desconocemos la gravedad real de la situación, aunque sí sabemos que está peor de lo que se preveía. Y por supuesto que puede empeorar. La clave es que hay que estar preparados, y no lo estaremos si el Gobierno fantasea con que la culpa es ajena, y encima yerra el tiro, fijándose más en el petróleo o las «hipotecas subprime» que en los tipos de interés artificialmente bajos que desataron las mismas autoridades monetarias que ahora declaran gran «preocupación» por la inflación.

En ese contexto resultaba imprescindible una política fiscal contenida, y su ausencia es una irresponsabilidad, disfrazada una y otra vez con la excusa del superávit. Dijo Smiley: «La gran ventaja es que el Gobierno ha hecho muy bien las cosas y ha sabido ahorrar como ningún Gobierno de la democracia».

Con este falaz argumento, cada vez más extendido, no hay límite a la subida de impuestos y gastos.

En fin, una ironía histórica. Pedro Solbes se declaró satisfecho ante la crisis de la construcción, con el viejo argumento del ajuste de los sectores sobreinvertidos. Derramé una lágrima en memoria de los austriacos despellejados en los años treinta por decir lo mismo.