De la misma administración que utilizó la tragedia del 11 de septiembre para llevar a cabo una violenta e inconexa vendetta contra el Irak de Saddam Hussei, recibimos ahora el segundo “asalto”. Después de que un ciclón devastó partes de Birmania (a la que el despótico gobierno birmano ha rebautizado Myanmar) y mató a unas estimadas 100.000 personas, en vez de concentrarse en proporcionar ayuda, la administración Bush no pudo resistir congraciarse con el tema preferido de la Primera Dama Laura Bush—la tiranía de la junta militar birmana. La Sra. Bush, aparentemente el zar auto-ungido y experta en la política exterior de los EE.UU. hacia Birmania de la administración, se presentó ante los corresponsales en la Casa Blanca y arremetió contra el gobierno birmano por darle a sus ciudadanos una alerta insuficiente de la tormenta que se avecinaba. Un día después durante una ceremonia en la Casa Blanca que casualmente agasajaba a Aung San Suu Kyi, un vigoroso defensor de la democracia birmana que estuvo detenido en ese país, el propio presidente se sumó, primero al ofrecer la ayuda del gobierno de los EE.UU., y después al recriminar a los dictadores birmanos por las demoras en la aprobación de visas para los socorristas.

Sí, la junta birmana es solitaria y tiránica. Pero cuando cien mil inocentes pueden haber muerto en una catástrofe, y muchas más decenas de miles penden de un hilo, no es el momento adecuado para volver a un régimen, ya paranoico del mundo exterior, aun más miedoso de la interferencia externa—especialmente cuando Occidente está intentando hacer ingresar socorristas y suministros de ayuda en la restrictiva nación. (La administración ha cometido un error similar al blandir el sable contra el paranoico y armado nuclearmente régimen norcoreano). Cualquier critica de la administración a la junta debería haber esperado al menos hasta que el país fuese capaz de ponerse nuevamente de pie.

Una vez que el desastre ya había ocurrido, resultaba especialmente inútil que la Primera Dama se concentrase en la irrelevante cuestión de si el gobierno birmano había dado o no una advertencia con la adecuada anticipación. Además, la reservada junta era ya lenta en abrir el país a los socorristas y suministros externos, pero la critica pública del presidente estadounidense no iba a ayudar—y no lo hizo—en ese aspecto. No sorprende entonces que la demora de la junta sobre la admisión de los socorristas y las provisiones urgentemente necesitadas continuara. Como debería haberse aprendido durante la administración de Jimmy Carter, los regímenes autocráticos por lo general se enojan y retraen o se vuelven más obstinados cuando son públicamente criticados. Después de todo, las criticas de los gobiernos extranjeros no son conocidas por la mayor parte de sus oprimidas poblaciones, quitando de ese modo cualquier presión para que morigeren sus sistemas.

Incluso las agrupaciones birmanas disidentes criticaron la oportunidad de la embestida retórica de la administración contra la junta—declarando que hizo muchas difícil la obtención de una ayuda pronta por parte de quienes la precisaban con desesperación. Según el Washington Post, el exilado analista político birmano Aung Naing Oo calificó a la arenga verbal de Laura Bush como “total y absolutamente inapropiada. Está tratando de obtener réditos políticos del desastre del pueblo”. De manera similar, el periódico cita también a Thant Myint-U, un ex funcionario de las Naciones Unidas e historiador birmano sosteniendo que, “el problema es que todo, incluida la ayuda, ha sido politizado, con sospechas de todas las partes”. En respuesta al bombardeo verbal de la administración, un vocero del gobierno birmano defendió la alerta de tormenta de la junta, solicitó la ayuda internacional y el suministro de botes y helicópteros. Destacó que el gobierno había emitido una advertencia de ciclón dos días antes de la tormenta, y replicó que “...lo que estamos haciendo es mejor que la respuesta de la administración Bush a la tormenta Katrina en 2005, si usted compara los recursos de los dos países”. ¡Uy!

Por lo tanto, tal como con la política estadounidense respecto del Irak de Saddam Hussein, los intentos de la administración para sumar puntos en su campaña de democratización global contra los regímenes despóticos desgraciadamente es probable que resulten en grandes perdidas de vidas innecesarias.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.