Uno pensaría, al observar las imágenes de millones de franceses en las calles de Paris portando carteles que rezan “jamás nos rendiremos”, que Francia está al borde de sufrir una invasión. Y sin embargo la masiva movilización se debe exclusivamente a una ley que hubiera permitido a las empresas despedir a aquellos trabajadores menores de 26 años dentro de un plazo de dos años a partir de su contratación.
Grandes protestas han tenido lugar durante semanas por todo el país. Muchas de ellas han sido extremadamente violentas debido a la infiltración por parte de los “casseurs” (matones que se especializan en generar disturbios) y a ellas ha adherido un amplio espectro de la sociedad que siente que algo valioso está en peligro. No resulta sorprendente que la prensa europea le haya prestado gran atención a esta agitación social durante las últimas cuatro semanas. Es aun más significativo que incluso la prensa estadounidense, usualmente no demasiado interesada en cuestiones foráneas a menos que guarden una relación directa con los intereses de los Estados Unidos, haya considerado el tema lo suficientemente importante como para brindarle una amplia cobertura.
Lo que en verdad está aconteciendo en Francia es el quiebre de una ilusión cultural. Por décadas, los franceses han vivido bajo la simulación de que su parasitario modelo social podría durar para siempre. Se trata básicamente de un modelo en el cual un pequeño segmento de la sociedad genera riqueza y un segmento mucho más grande vive de esa riqueza a través de un vasto sistema de transferencias gubernamentales que millones han pasado a dar por sentado. En las recientes manifestaciones, una de las palabras que con mayor frecuencia se empleaba era “seguridad”. Para la mayoría de los manifestantes, “seguridad” significa la continuidad de un modelo social en el cual usted trabaja para el gobierno o se desempeña en un empleo privado que está fuertemente protegido por el Estado mientras recibe una abundancia de servicios sociales y beneficios que se extienden desde la cuna a la tumba y a los que se accede muy fácilmente.
Este modelo se originó en la plataforma política y social de la “Résistance”, el movimiento de la resistencia subterránea contra la ocupación Nazi, que estuvo muy fuertemente influenciado por el partido comunista. En los años 50 y 60, el periodo de fuerte industrialización, este modelo de bienestar pudo solventarse debido a la gran expansión de la economía de Francia en un contexto europeo dinámico. Pero las “tres décadas gloriosas”, como se las denominó, llegaron a su fin en los años 80. Desde entonces, Francia ha estado viviendo una fantástica ilusión. En la actualidad, hay cerca de cuatro millones de personas sin empleo y la desocupación entre los jóvenes alcanza al 25 por ciento. En los vecindarios más humildes alrededor de las grandes ciudades el desempleo alcanza el 45 por ciento. La deuda pública ha pasado de ser el 20 por ciento del PBI de la nación al 66 por ciento en apenas quince años. A pesar de que las grandes corporaciones siguen siendo exitosas a nivel mundial, millones de pequeñas y medianas empresas–aquellas que generan empleos en una economía–viven asfixiadas bajo un laberíntico sistema reglamentario y una montaña de impuestos.
En los años recientes, han existido varios signos de que la ilusión estaba por romperse. Las manifestaciones en los “banlieues” franceses el año pasado fueron uno de esos síntomas. Las masivas protestas de estos días son otro. Lo que estos acontecimientos significan es que la primera victima del modelo social francés es la “seguridad”—el mismo concepto que aquellos que desesperadamente desean aferrarse a él esgrimen en sus manifestaciones. En una sociedad con un genuino sentido de la seguridad, una tímida medida reformista como la tomada por el gobierno francés no hubiese provocado tanto revuelo.
El problema que enfrentan los aspirantes a reformadores es doble: generaciones enteras han sido educadas en la creencia de que su modelo era intocable y, como siempre, los beneficios de la situación actual están más concentrados que los costos, razón por la cual aquellos que se sienten amenazados por un intento de reforma son más rápidos a la hora de organizarse y ganar las calles que aquellos que están produciendo la riqueza que el sistema está malgastando.
No queda claro en este punto sí el gobierno seguirá con las reformas o sí, como el Presidente Chirac lo ha insinuado, las autoridades atenuarán sus cláusulas más importantes o incluso retirarán el proyecto. En última instancia, Francia debería tener el mismo conjunto de reglas para todos sin necesidad de crear una ley especial para los trabajadores jóvenes. Pero el nivel de resistencia a cualquier reforma es tal que tiene sentido comenzar por alguna parte. Esta reforma ofrecerá en verdad mucha más “seguridad” a los jóvenes franceses porque otorga a las empresas un incentivo para contratar a más trabajadores jóvenes. Eso podría reducir la actual tasa promedio de desocupación, que actualmente se encuentra en el 10%.
“Quiero comprar cosas a crédito; deseo ser capaz de alquilar una buena casa; quiero un contrato indefinido a fin de llevar una vida tranquila y segura”, dijo una joven de 18 años durante una de las manifestaciones, según el diario español El País. Eso, precisamente, es lo que le niega el modelo social que defiende con fervor.
La ilusión francesa
Uno pensaría, al observar las imágenes de millones de franceses en las calles de Paris portando carteles que rezan “jamás nos rendiremos”, que Francia está al borde de sufrir una invasión. Y sin embargo la masiva movilización se debe exclusivamente a una ley que hubiera permitido a las empresas despedir a aquellos trabajadores menores de 26 años dentro de un plazo de dos años a partir de su contratación.
Grandes protestas han tenido lugar durante semanas por todo el país. Muchas de ellas han sido extremadamente violentas debido a la infiltración por parte de los “casseurs” (matones que se especializan en generar disturbios) y a ellas ha adherido un amplio espectro de la sociedad que siente que algo valioso está en peligro. No resulta sorprendente que la prensa europea le haya prestado gran atención a esta agitación social durante las últimas cuatro semanas. Es aun más significativo que incluso la prensa estadounidense, usualmente no demasiado interesada en cuestiones foráneas a menos que guarden una relación directa con los intereses de los Estados Unidos, haya considerado el tema lo suficientemente importante como para brindarle una amplia cobertura.
Lo que en verdad está aconteciendo en Francia es el quiebre de una ilusión cultural. Por décadas, los franceses han vivido bajo la simulación de que su parasitario modelo social podría durar para siempre. Se trata básicamente de un modelo en el cual un pequeño segmento de la sociedad genera riqueza y un segmento mucho más grande vive de esa riqueza a través de un vasto sistema de transferencias gubernamentales que millones han pasado a dar por sentado. En las recientes manifestaciones, una de las palabras que con mayor frecuencia se empleaba era “seguridad”. Para la mayoría de los manifestantes, “seguridad” significa la continuidad de un modelo social en el cual usted trabaja para el gobierno o se desempeña en un empleo privado que está fuertemente protegido por el Estado mientras recibe una abundancia de servicios sociales y beneficios que se extienden desde la cuna a la tumba y a los que se accede muy fácilmente.
Este modelo se originó en la plataforma política y social de la “Résistance”, el movimiento de la resistencia subterránea contra la ocupación Nazi, que estuvo muy fuertemente influenciado por el partido comunista. En los años 50 y 60, el periodo de fuerte industrialización, este modelo de bienestar pudo solventarse debido a la gran expansión de la economía de Francia en un contexto europeo dinámico. Pero las “tres décadas gloriosas”, como se las denominó, llegaron a su fin en los años 80. Desde entonces, Francia ha estado viviendo una fantástica ilusión. En la actualidad, hay cerca de cuatro millones de personas sin empleo y la desocupación entre los jóvenes alcanza al 25 por ciento. En los vecindarios más humildes alrededor de las grandes ciudades el desempleo alcanza el 45 por ciento. La deuda pública ha pasado de ser el 20 por ciento del PBI de la nación al 66 por ciento en apenas quince años. A pesar de que las grandes corporaciones siguen siendo exitosas a nivel mundial, millones de pequeñas y medianas empresas–aquellas que generan empleos en una economía–viven asfixiadas bajo un laberíntico sistema reglamentario y una montaña de impuestos.
En los años recientes, han existido varios signos de que la ilusión estaba por romperse. Las manifestaciones en los “banlieues” franceses el año pasado fueron uno de esos síntomas. Las masivas protestas de estos días son otro. Lo que estos acontecimientos significan es que la primera victima del modelo social francés es la “seguridad”—el mismo concepto que aquellos que desesperadamente desean aferrarse a él esgrimen en sus manifestaciones. En una sociedad con un genuino sentido de la seguridad, una tímida medida reformista como la tomada por el gobierno francés no hubiese provocado tanto revuelo.
El problema que enfrentan los aspirantes a reformadores es doble: generaciones enteras han sido educadas en la creencia de que su modelo era intocable y, como siempre, los beneficios de la situación actual están más concentrados que los costos, razón por la cual aquellos que se sienten amenazados por un intento de reforma son más rápidos a la hora de organizarse y ganar las calles que aquellos que están produciendo la riqueza que el sistema está malgastando.
No queda claro en este punto sí el gobierno seguirá con las reformas o sí, como el Presidente Chirac lo ha insinuado, las autoridades atenuarán sus cláusulas más importantes o incluso retirarán el proyecto. En última instancia, Francia debería tener el mismo conjunto de reglas para todos sin necesidad de crear una ley especial para los trabajadores jóvenes. Pero el nivel de resistencia a cualquier reforma es tal que tiene sentido comenzar por alguna parte. Esta reforma ofrecerá en verdad mucha más “seguridad” a los jóvenes franceses porque otorga a las empresas un incentivo para contratar a más trabajadores jóvenes. Eso podría reducir la actual tasa promedio de desocupación, que actualmente se encuentra en el 10%.
“Quiero comprar cosas a crédito; deseo ser capaz de alquilar una buena casa; quiero un contrato indefinido a fin de llevar una vida tranquila y segura”, dijo una joven de 18 años durante una de las manifestaciones, según el diario español El País. Eso, precisamente, es lo que le niega el modelo social que defiende con fervor.
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