La Cumbre de Líderes de Estados Unidos y África del mes pasado apuntó a competir con China, Rusia, Turquía, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y otras naciones por la «influencia» en África, un continente que está cobrando cada vez más protagonismo. Según el New York Times, China, que recientemente concedió la friolera de 60.000 millones de dólares (billones en inglés) en asistencia y préstamos a naciones africanas, está liderando la carrera por la influencia en ese continente emergente, mientras que los Estados Unidos se están quedando rezagados con las dádivas. Y en verdad, eso está muy bien.
Después de la Segunda Guerra Mundial, durante la Guerra Fría, y 150 años después de la Convención Constituyente, los Estados Unidos se apartaron de su política exterior tradicional de ser un participante renuente y tardío en las guerras de ultramar. El presidente Harry Truman, al optar por ayudar a los gobiernos autocráticos de Turquía y Grecia a defenderse de la influencia comunista en 1947, implicó a los Estados Unidos en una competencia por lograr el predominio en una Guerra Fría global con la Unión Soviética. En esos cuarenta y dos años de Guerra Fría, los Estados Unidos gastaron enormes cantidades de sangre y tesoros compitiendo reflexivamente en todo el mundo para contener, y en algunos casos hacer retroceder, al comunismo. Esto estableció una memoria muscular para ganar cada vez más «influencia» etérea en lugares recónditos del planeta. Cuando el Bloque del Este y la Unión Soviética colapsaron repentinamente y los Estados Unidos fueron percibidos como que habían «ganado» la Guerra Fría, lució como que ese intervencionismo estadounidense tan poco característico parecía tener validez. (En realidad, el imperio soviético se derrumbó porque su tambaleante economía ya no podía sostener su sobredimensionado imperio. Si los Estados Unidos no se hubieran disputado los entonces casos perdidos de Corea del Sur, Vietnam, Laos y Camboya y en su lugar hubiesen dejado que los soviéticos asumieran el costo de conquistarlos y administrarlos, quizá la Unión Soviética habría colapsado antes de lo que lo hizo).
Ahora que China está en ascenso, los medios de comunicación y los círculos de la política exterior estadounidenses se estrujan las manos ante la posibilidad de que los Estados Unidos salgan perdiendo frente a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) de China, que gana influencia mediante préstamos estatales a países en desarrollo para construir estrafalarios proyectos de infraestructura que no pueden solventar, acumulando así una deuda peligrosamente elevada para que la sobrelleven sus economías. África ha sido uno de los principales objetivos del proyecto de influencia de la BRI.
A medida que China se involucraba en el continente, otros actores, tales como Rusia, Japón, la Unión Europea, Turquía y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), deseaban entrar también en acción. Por ejemplo, Turquía y los EAU han construido proyectos de infraestructuras en el continente, y los rusos y los emiratíes han vendido armas a varias naciones africanas. Muchos países están tras los minerales de África para fabricar vehículos eléctricos y ven en la creciente población africana -que se duplicará en 2050 y representará el 25% de la población mundial- un enorme mercado para sus exportaciones.
La administración Trump, con su caótica e interesada política exterior, no se unió a la fiesta en África. Pero la administración Biden, con un presidente que recuerda bien la competencia de la Guerra Fría, quiere ponerse al día con el resto del rebaño. En diciembre, Biden celebró en la Casa Blanca una Cumbre de Líderes de Estados Unidos y África para repartir algunas golosinas propias. Para empezar, Biden se unirá al cortejo de los líderes africanos apoyando la representación de la Unión Africana en las cumbres del G-20, en organizaciones como el Fondo Monetario Internacional y otras. Además, Biden ha prometido 55.000 millones de dólares (billones en inglés) en nuevos gastos para África, incluidas iniciativas sobre educación en programación informática, ciberseguridad, y minerales de tierras raras, que se extraerán para construir baterías de vehículos eléctricos.
Está bien otorgar a las naciones y organizaciones africanas más representación en los foros internacionales, pero ¿debería el gobierno de los Estados Unidos unirse a la multitud de naciones al incrementar la generosidad gubernamental para con ese continente? Las empresas estadounidenses que compiten por un mercado africano en crecimiento ayudarán tanto a África como a los Estados Unidos. Por el contrario, cualquier programa gubernamental estadounidense de infraestructuras o subvenciones sería probablemente contraproducente para ambas partes, como ya ha demostrado el historial de la BRI.
En cuanto a la seguridad, los Estados Unidos deberían dejar que los europeos se ocupen más de proveer seguridad en el continente si así se les solicita. En términos más generales, los Estados Unidos precisan hacer hincapié en la autosuficiencia africana en el ámbito de la seguridad. Los Estados Unidos debe aceptar por fin la realidad de que el mundo multipolar ya está aquí, impulsando la ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU, añadiendo como miembros permanentes no sólo a la Unión Africana, sino también a India, Japón, Alemania y Brasil. Cada una de estas grandes potencias podría gestionar exclusivamente su propia esfera de influencia en el mundo, tal y como previó originalmente el presidente Franklin D. Roosevelt en su visión de los «Cuatro Policías» para la seguridad posterior a la Segunda Guerra Mundial. Los nuevos miembros permanentes del Consejo de Seguridad podrían ocuparse de cualquier conflicto fronterizo o cuestiones transfronterizas -por ejemplo, el cambio climático- que surgiera en su esfera.
Un marco así permitiría el rejuvenecimiento económico estadounidense al posibilitar a los Estados Unidos recortar sustancialmente el gasto en seguridad, retirando así parte de su monstruosa deuda nacional de 30 billones de dólares (trillones en inglés) y reduciendo la sobre extensión imperial estadounidense causada por la carga económica de vigilar el mundo entero en favor de otras naciones ricas, lo que permite a esos aprovechados desviar recursos hacia la consecución de una ventaja competitiva en los mercados comerciales. En la actualidad, los Estados Unidos sólo representan el 13,6% del PBI mundial, pero la friolera del 38% del gasto mundial en defensa, lo que ha creado un lastre competitivo para la economía estadounidense que debe ser reducido. Washington puede hacerlo negándose a ejercer de policía mundial unilateral o a perseguir una competencia de suma cero con China por el dominio militar, político y económico.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Precisan los Estados Unidos contener a China en África?
U.S. Department of State / Flickr
La Cumbre de Líderes de Estados Unidos y África del mes pasado apuntó a competir con China, Rusia, Turquía, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y otras naciones por la «influencia» en África, un continente que está cobrando cada vez más protagonismo. Según el New York Times, China, que recientemente concedió la friolera de 60.000 millones de dólares (billones en inglés) en asistencia y préstamos a naciones africanas, está liderando la carrera por la influencia en ese continente emergente, mientras que los Estados Unidos se están quedando rezagados con las dádivas. Y en verdad, eso está muy bien.
Después de la Segunda Guerra Mundial, durante la Guerra Fría, y 150 años después de la Convención Constituyente, los Estados Unidos se apartaron de su política exterior tradicional de ser un participante renuente y tardío en las guerras de ultramar. El presidente Harry Truman, al optar por ayudar a los gobiernos autocráticos de Turquía y Grecia a defenderse de la influencia comunista en 1947, implicó a los Estados Unidos en una competencia por lograr el predominio en una Guerra Fría global con la Unión Soviética. En esos cuarenta y dos años de Guerra Fría, los Estados Unidos gastaron enormes cantidades de sangre y tesoros compitiendo reflexivamente en todo el mundo para contener, y en algunos casos hacer retroceder, al comunismo. Esto estableció una memoria muscular para ganar cada vez más «influencia» etérea en lugares recónditos del planeta. Cuando el Bloque del Este y la Unión Soviética colapsaron repentinamente y los Estados Unidos fueron percibidos como que habían «ganado» la Guerra Fría, lució como que ese intervencionismo estadounidense tan poco característico parecía tener validez. (En realidad, el imperio soviético se derrumbó porque su tambaleante economía ya no podía sostener su sobredimensionado imperio. Si los Estados Unidos no se hubieran disputado los entonces casos perdidos de Corea del Sur, Vietnam, Laos y Camboya y en su lugar hubiesen dejado que los soviéticos asumieran el costo de conquistarlos y administrarlos, quizá la Unión Soviética habría colapsado antes de lo que lo hizo).
Ahora que China está en ascenso, los medios de comunicación y los círculos de la política exterior estadounidenses se estrujan las manos ante la posibilidad de que los Estados Unidos salgan perdiendo frente a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) de China, que gana influencia mediante préstamos estatales a países en desarrollo para construir estrafalarios proyectos de infraestructura que no pueden solventar, acumulando así una deuda peligrosamente elevada para que la sobrelleven sus economías. África ha sido uno de los principales objetivos del proyecto de influencia de la BRI.
A medida que China se involucraba en el continente, otros actores, tales como Rusia, Japón, la Unión Europea, Turquía y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), deseaban entrar también en acción. Por ejemplo, Turquía y los EAU han construido proyectos de infraestructuras en el continente, y los rusos y los emiratíes han vendido armas a varias naciones africanas. Muchos países están tras los minerales de África para fabricar vehículos eléctricos y ven en la creciente población africana -que se duplicará en 2050 y representará el 25% de la población mundial- un enorme mercado para sus exportaciones.
La administración Trump, con su caótica e interesada política exterior, no se unió a la fiesta en África. Pero la administración Biden, con un presidente que recuerda bien la competencia de la Guerra Fría, quiere ponerse al día con el resto del rebaño. En diciembre, Biden celebró en la Casa Blanca una Cumbre de Líderes de Estados Unidos y África para repartir algunas golosinas propias. Para empezar, Biden se unirá al cortejo de los líderes africanos apoyando la representación de la Unión Africana en las cumbres del G-20, en organizaciones como el Fondo Monetario Internacional y otras. Además, Biden ha prometido 55.000 millones de dólares (billones en inglés) en nuevos gastos para África, incluidas iniciativas sobre educación en programación informática, ciberseguridad, y minerales de tierras raras, que se extraerán para construir baterías de vehículos eléctricos.
Está bien otorgar a las naciones y organizaciones africanas más representación en los foros internacionales, pero ¿debería el gobierno de los Estados Unidos unirse a la multitud de naciones al incrementar la generosidad gubernamental para con ese continente? Las empresas estadounidenses que compiten por un mercado africano en crecimiento ayudarán tanto a África como a los Estados Unidos. Por el contrario, cualquier programa gubernamental estadounidense de infraestructuras o subvenciones sería probablemente contraproducente para ambas partes, como ya ha demostrado el historial de la BRI.
En cuanto a la seguridad, los Estados Unidos deberían dejar que los europeos se ocupen más de proveer seguridad en el continente si así se les solicita. En términos más generales, los Estados Unidos precisan hacer hincapié en la autosuficiencia africana en el ámbito de la seguridad. Los Estados Unidos debe aceptar por fin la realidad de que el mundo multipolar ya está aquí, impulsando la ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU, añadiendo como miembros permanentes no sólo a la Unión Africana, sino también a India, Japón, Alemania y Brasil. Cada una de estas grandes potencias podría gestionar exclusivamente su propia esfera de influencia en el mundo, tal y como previó originalmente el presidente Franklin D. Roosevelt en su visión de los «Cuatro Policías» para la seguridad posterior a la Segunda Guerra Mundial. Los nuevos miembros permanentes del Consejo de Seguridad podrían ocuparse de cualquier conflicto fronterizo o cuestiones transfronterizas -por ejemplo, el cambio climático- que surgiera en su esfera.
Un marco así permitiría el rejuvenecimiento económico estadounidense al posibilitar a los Estados Unidos recortar sustancialmente el gasto en seguridad, retirando así parte de su monstruosa deuda nacional de 30 billones de dólares (trillones en inglés) y reduciendo la sobre extensión imperial estadounidense causada por la carga económica de vigilar el mundo entero en favor de otras naciones ricas, lo que permite a esos aprovechados desviar recursos hacia la consecución de una ventaja competitiva en los mercados comerciales. En la actualidad, los Estados Unidos sólo representan el 13,6% del PBI mundial, pero la friolera del 38% del gasto mundial en defensa, lo que ha creado un lastre competitivo para la economía estadounidense que debe ser reducido. Washington puede hacerlo negándose a ejercer de policía mundial unilateral o a perseguir una competencia de suma cero con China por el dominio militar, político y económico.
Traducido por Gabriel Gasave
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