La globalización digital y sus desafíos
La globalización de estos días ya no es (como explica Richard Baldwin) la de las empresas que envían sus productos en los barcos, sino -ahora- la de las personas deviniendo globales en sus vidas.
Lo que es posible -como explica Olivier Marchon- porque la internet del siglo XXI (que es bien diferente de la anterior), en la que transitan 5.000 millones de personas, es un nuevo espacio “geográfico-virtual”, supranacional, en el que -sin importar desde qué lugar y contactándonos por afinidades- aprendemos, nos asistimos, discutimos, trabajamos, contratamos, opinamos, nos entretenemos. Es un nuevo gigantesco continente deslocalizado. Una nueva geografía digital según “con quién” estamos y no ya “dónde” estamos.
El mundo es cada vez menos una plataforma de colectivos (naciones, razas, idiomas) y cada vez más un conjunto de vínculos entre personas diferentes (como reclamaba Borges).
Un ejemplo es la consolidación de ámbitos en los que -más que países desarrollados o subdesarrollados- prevalecen personas desarrolladas o subdesarrolladas: los enclaves que las multinacionales y sus ecosistemas de valor generan en países pobres y los guetos que muchos inmigrantes crean en países ricos son un testimonio. Lo que, además, también crea fricciones.
Dentro de aquel nuevo gran continente emerge una nueva categoría: los nómadas digitales. Personas de movilidad sistémica múltiple que viven sin una localización geográfica permanente y se desplazan, a través de internet, para sus trabajos, vida social o vida personal.
Son grupos que experimentan una profunda transformación, una inédita mutación antropológica: cambian el sedentarismo (que el hombre adoptó hace diez mil años en Oriente Medio favoreciendo el inicio de la civilización) por el nuevo nomadismo digital.
En EE.UU. el número de nómadas digitales creció 130% desde el momento en que se inició la pandemia de Covid-19 (según MBO Partners). Lo significativo es que esos nómadas digitales acreditan una hiperformación: el 59% cuenta con un título universitario o superior (frente al 35% de los adultos estadounidenses) y el 26% exhibe un título avanzado (frente al 13% de los adultos estadounidenses).
El fenómeno se expande mundialmente: 44 países ofrecen ya visas de nómada digital para recibir trabajadores remotos. La mayoría, europeos (incluidos Malta, Grecia, Portugal y España). Y muchos otros están ya desarrollando políticas para favorecer o sacar provecho del fenómeno.
El potencial de aceleración de la tendencia es grande: MOB muestra que la satisfacción profesional de estas personas es 20% mayor que en los trabajadores convencionales. Y la pandemia ayudó a mostrar que se puede: según Hooper y Banton ya en 2018 el 8% de toda la fuerza laboral del planeta trabajaba desde su casa (frente a 4% en 2016) mientras en 2020 llegó a casi 18% en el planeta.
Gartner predice, hoy, para fin de este año, que 43% de los trabajadores de la industria del conocimiento en el mundo serán remotos.
En un reciente trabajo, Nick Dreher y Anna Triandafyllidou (Toronto Metropolitan University) expresan que es imposible saber cuántos son en el mundo (por la naturaleza informal del fenómeno) pero que se comprende la dimensión cualitativa del asunto ante una noticia impactante: se ha creado la Digital Nomads Nation, una comunidad online que se define como la primer nación digital de trabajadores. Y que ya tiene 155.000 miembros. Formada por comunitarios que además de ser nómadas basan su oferta en la alta calificación (Illescu los llama “knowmads”).
Pero los nómadas son muchos más que los ya identificados. Y serán aún más. Solo recordemos que hay 1.500 millones de trabajadores que se conectan a internet desde sus trabajos diariamente en el globo. Poco antes del COVID, P. Levels calculó que en 2035 el mundo tendrá 1.000 millones de nómadas digitales.
Una cuestión relevante es que estas personas ocupan un lugar crecientemente influyente en tendencias de producción, trabajo y comercio (donde sea que estén). Son “wavemakers”. Y las normas y la política, la organización de las empresas, la cultura y la infraestructura deben ya prever cómo convivir con el fenómeno.
Por supuesto que estas personas no componen la mayoría de la población mundial (ni mucho menos) pero son una porción inevitable para acompañar el desarrollo de la economía del conocimiento, la innovación tecnológica y el desarrollo del capital intelectual.
Eh aquí algo significativo para la Argentina -que no logra salir de la discusión “sigloveintista”-. Por este y otros fenómenos, tendremos que permitir flexibilidades regulativas, mucho mayor apertura internacional, grandes avances en la formación de personas y la provisión de condiciones económicas o sociales para ser elegibles (o, al menos, que los mejores de los nuestros no nos abandonen en masa).
Y también alentar la presencia y el crecimiento de empresas innovativas: ellas no solo crean oportunidades profesionales sino son las que mejor preparan, forman y entrenan a estas personas (la instrucción de alta calidad es cada vez más corporativa).
Y hasta habrá que considerar este gran grupo global en nuevas “relaciones internacionales”: hay ya nuevas comunidades sin unidad terrestre y hay un nuevo “mercado” para exportación (dicho sea de paso; los “mercados” son cada vez menos nacionales y cada vez más “categorías” formadas por personas dispersas en el globo).
Podríamos tomar nota: de no engrosar la lista de asuntos en la agenda pública los argentinos corremos riesgos de quedarnos fuera de una frenética evolución por nuestro tradicional ombliguismo retrovisor.
El autor es s Chairman del Comité Argentino de la International Chamber of Commerce (ICC) y Director de la Maestría en Dirección Estratégico Tecnológica en el ITBA.
- 31 de octubre, 2006
- 23 de enero, 2009
- 1 de octubre, 2024
- 14 de enero, 2013
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