La batalla por el busto de Churchill en la Casa Blanca

NUEVA YORK. – La elección del próximo presidente de los Estados Unidos es, sin duda, la contienda electoral más importante en el mundo democrático. No obstante, los temas debatidos en dicha elección pueden ser terriblemente triviales. Consideremos, por ejemplo, el tema relativo al busto de Churchill.
Una escultura de bronce del primer ministro británico estuvo en la Oficina Oval de la Casa Blanca desde la década de 1960. Cuando asumió la presidencia, Barack Obama, sustituyó dicho busto con uno busto de Abraham Lincoln. Mitt Romney, su rival republicano en las elecciones de noviembre, se ha comprometido a restablecerlo en dicho lugar, en caso de ganar las elecciones. Posteriormente, un portavoz de la Casa Blanca dijo que el busto se encontraba aún en los predios, sólo que en una habitación distinta; dicha declaración hizo que la historia cambie una vez más: al parecer, existen dos bustos de Churchill, uno que permanece aún en la Casa Blanca, y otro que Obama devolvió a la embajada británica.
¿Por qué debería alguien preocuparse por esto? Dos de los consejeros de Mitt Romney proporcionaron una respuesta, ellos indicaron que su candidato valoraba de manera particular la “relación especial” con Gran Bretaña debido al “patrimonio anglosajón” que comparten. Este patrimonio, según las declaraciones de dichos consejeros, no fue suficientemente “apreciado” por el actual presidente.
Cuando esta extraña declaración, junto con sus connotaciones racistas subyacentes, amenazaba con convertirse en un escándalo, Romney se distanció rápidamente de la misma. No quiso que se lo percibiera como racista. Sin embargo, ¿de qué otra forma se puede entender su peculiar nostalgia por el busto de Churchill?
En los hechos, el apelativo “anglosajón” ya no se oye a menudo en los EE.UU., donde la mayoría de la población no ha sido de origen anglosajón desde hace ya bastante tiempo (lo que también es cierto en el caso de las ciudades más grandes de Gran Bretaña). Cuando los estadounidenses utilizan el término, por lo general, lo hacen para diferenciar a los estadounidenses blancos del resto; hoy en día, esto no es algo que la mayoría de los estadounidenses optaría por hacer de forma pública, y mucho menos aún los candidatos presidenciales.
Los franceses son quienes usan el término “anglosajón” en un sentido negativo con más frecuencia, como por ejemplo cuando se refieren a los “banqueros anglosajones” o a las “conspiraciones anglosajonas” (conspiraciones para mantener a los franceses en una posición inferior). Justo recientemente el periódico Le Monde publicó un titular maravilloso: “[Presidente] Hollande defiende al foie gras francés frente a grupos de cabildeo anglosajones” (se refería a la prohibición relacionada al foie gras en California en virtud de las leyes contra la crueldad animal).
Incluso el propio Churchill no habló mucho de los anglosajones. Habló acerca de la “raza británica” o de los “pueblos de habla inglesa”. La denominada “relación especial” entre Gran Bretaña y los EE.UU., ciertamente apreciada por Churchill, fue menos racial y más un producto de la Segunda Guerra Mundial, y por ello fue una relación bastante complicada.
Durante la guerra, Churchill y Roosevelt compartían la idea de que una vez que Alemania y Japón fueran derrotados, las fuerzas militares británicas y estadounidenses tenían que actuar como policías mundiales. Creían que el mundo estaría a salvo de futuros Hitlers si estaba, por lo menos por algún tiempo, bajo el iluminado liderazgo de los pueblos democráticos de habla inglesa.
Al final de la guerra, sin embargo, Gran Bretaña estaba demasiado exhausta para vigilar al mundo. El país estaba en bancarrota y los súbditos coloniales de Su Majestad estaban cada vez más inquietos. El futuro pertenecía a los EE.UU. y a la Unión Soviética, ninguno de los cuales tenía sentimientos de apego con el Imperio Británico, y muchos menos con los “anglosajones”.
Sin embargo, la élite británica, completamente consciente de la declinación de su país, tomó la “relación especial” con los EE.UU. muy en serio, puesto que era la única manera en la que Gran Bretaña podía sentirse como si aún fuera una gran potencia, en contraste con Francia, por ejemplo. Estas élites aún toman dicha relación muy en serio. Churchill ciertamente vio la relación de esa manera, como también lo hizo Tony Blair, quien obsequió al Presidente George W. Bush un segundo busto de Churchill.
Los estadounidenses, en general, tienen mucho menos interés que los británicos en la llamada “relación especial”. No obstante, a menudo se ponen sentimentales cuando se habla de Churchill. Él es el hombre a quien muchos presidentes estadounidenses desearían emular, no debido a que tienen afinidades raciales, sino por encantadora prestancia como líder en tiempos de guerra. EE.UU. es la mayor potencia militar del mundo, tal como lo fue Gran Bretaña durante la juventud de Churchill. Y, al igual que lo hicieron los constructores del imperio británico en el pasado, las élites estadounidenses a menudo aseveran que una de sus misiones morales es reconstruir el mundo a imagen y semejanza de los Estados Unidos.
Churchill, en otras palabras, se convirtió en un símbolo de arrogancia presidencial en los EE.UU., inclusive cuando dicha “relación especial” es vista como un símbolo de la declinación británica. Las personas tienen a olvidar que el famoso poema de Rudyard Kipling acerca de “la carga del hombre blanco” no fue una oda al Imperio Británico, sino al emprendimiento colonial estadounidense en las Filipinas.
Como todos sabemos, el exceso de poder corrompe. Los presidentes arrogantes que contemplan el busto de Churchill en su oficina tienen la propensión de creer que han sido llamados a ser “presidentes de tiempos de guerra”, que ellos, tal como ocurrió con Churchill en el año 1940, deben enfrentarse al próximo Hitler. Este llamado, cual si fuese el irresistible cántico de una sirena, condujo a los EE.UU. hacia Vietnam, Afganistán e Irak.
Pero ahora Romney desea que el busto retorne. Dejando de lado todo lo que pudiese ser, Romney no se vislumbra como un líder de guerra convincente. Los hombres dedicados a los negocios rara vez lo son. No obstante, a él le gusta mostrarse como un patriota hecho y derecho, y mostrar a Obama como un antiestadounidense asustadizo.
Quizás Romney desea otra guerra, en la cual él pueda desempeñar el papel de Churchill. O, quizás sus dos consejeros dijeron la verdad. Es posible que Romney realmente sienta nostalgia por el “patrimonio anglosajón”, incluso en tiempos en los que el poder asiático está en crecimiento. Si es así, sentir nostalgia por Churchill a duras penas podría considerarse como una señal de vitalidad estadounidense, ya que es más una señal de que se está librando una batalla romántica en la retaguardia, que es la clase de batalla que típicamente se lleva a cabo un país en declinación.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
Ian Buruma es profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College, y autor de autor de Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents (“Domar a los dioses: religión y democracia en tres continentes”).
Copyright: Project Syndicate, 2012.
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