Argentina: Señal de alarma para la oposición
"Es extraño, pero está ocurriendo. No sé si llamarlo cambio de tendencia?". Mi amigo, uno de los más confiables consultores políticos del país, acaba de revisar sus propias encuestas y de cotejarlas con las de otros colegas. Una conclusión, si bien numéricamente aún modesta, es insoslayable. "El Gobierno repunta, mes a mes, mejorando lentamente su imagen, mientras el conjunto de la oposición se encuentra estancado, e incluso en baja. Todavía el rechazo a la política oficial es bastante superior a su aceptación, pero las diferencias escandalosas que siguieron a la elección (de mitad de mandato) de 2009 se han estrechado. Y se desvanecen los motivos para brindar, desde ahora, por una fácil y automática victoria opositora en 2011."
¿Por qué se califica de "extraño" este ligero vaivén de la opinión pública, cuando en cualquier sociedad democrática se trata de movimientos naturales? Tal vez porque sean raras las circunstancias en medio de las cuales se produce, y que no parecerían contribuir al embellecimiento de la imagen oficial.
En primer término, un contexto inflacionario deteriora cualquier gestión. Después, el Gobierno no ha hecho caso a ninguna crítica, y ha conservado sus decisiones y sus estilos más sometidos a juicio y condenados. El Indec sigue manipulando cifras lo más campante, los casos de corrupción crecen como mala hierba, el capitalismo de amigos está a la orden del día, no se advierten políticas de Estado de largo plazo y el oficialismo ha tratado de convertir en realidad, a sabiendas o no, las teorías de antagonismo y confrontación de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, eligiendo como enemigos a grandes medios de comunicación y a los años 90, en su momento celebrados en la preparatoria santacruceña.
En cuanto al estilo discursivo y a la deseable modestia republicana, poco para exhibir. La Presidenta se ha autocalificado de "Sarmiento del siglo XXI" y de "ícono de la libertad de expresión". El ex presidente, después de repetir, por milésima vez, que la oposición (en el pasado) se escapó en helicóptero, y que (hoy) es una máquina de impedir, terminó afirmando que este gobierno "era el mejor de toda la historia patria".
El jefe de Gabinete, por lo menos más pintoresco y creativo con su vocabulario, gratificó a sus adversarios con motes como "traidor", "mamarracho" y "cachivache", sin olvidarnos del desalineamiento de los patitos. Algún concienzudo semiólogo sabrá comparar, como tarea académica, estos retazos de lenguaje con los densos manifiestos de los intelectuales de Carta Abierta. Cada uno a lo suyo.
Sin embargo, no toda la verdad está contenida en los foros críticos al Gobierno. Si se procede con un poco de objetividad, se advertirá que los cambios en las encuestas no deberían resultar tan extraños.
La política y el arte de gobernar no consisten sólo en un plausible discurso republicano y democrático. También residen en medidas concretas a favor de la población, o -más probablemente- de algunos de sus sectores.
En este sentido, pueden mencionarse, como mínimo, aparte de la relativamente manejable situación económica, dos acciones que han permitido al Gobierno retomar la iniciativa, movilizando los aparatos (las cajas) estatales: una, la transmisión del fútbol por televisión abierta, de dudosa transparencia pero de eficaz repercusión popular, y, otra más importante, la asignación universal a la niñez, que aunque no sea del todo universal, constituye un instrumento idóneo de igualamiento social.
La lucha entablada en el ámbito parlamentario por reservas, designaciones, coparticipaciones y otros asuntos se derivó, finalmente, a un segundo plano, y se bloqueó con la confusión sembrada por los bloques oficialistas, que instalaron, con cierto éxito, la causa de la ineptitud y pura acción formalista del Congreso y sus integrantes.
Una mención aparte merece el esfuerzo realizado por el Gobierno en el campo de la comunicación, que seguirá durante las próximas semanas. Déjense de lado, por un instante, los obsesivos encontronazos con el mayor multimedio de la Argentina, en los que se juega la voluntad del kirchnerismo, no tanto por destruir un monopolio privado, como por edificar uno propio. Hay que mencionar, como mayor logro político oficial, hasta capaz de promover movilizaciones masivas, al astuto programa 6, 7, 8 , de Canal 7, especializado en su permanente denuncia, en clave satírica, de comunicadores no oficialistas. La paradoja es que se trata de un producto éticamente horrible con un buen formato televisivo. En cambio, sigue ganándose aplausos, a pesar de su frecuente sesgo ideológico, el canal de cable Encuentro , del Ministerio de Educación, que podría constituir un adecuado modelo para tantos canales de aire o cables comerciales, enganchados con los muertos y malheridos del último asalto, o fascinados con las confesiones imbéciles, en lucha desigual contra el idioma, de enigmáticos personajes que trabajan en ese mismo canal.
Hasta aquí hemos tratado de despejar la extrañeza de nuestro amigo consultor atribuyendo el ascenso del Gobierno en las encuestas a sus propios méritos e iniciativas, y poniendo de relieve, tácitamente, el escaso interés institucional de buena parte de la población.
Ahora corresponde averiguar cuánto tiene que ver la propia oposición, carente de liderazgos consentidos y programas creíbles, en el gradual cambio de escenario.
El problema del liderazgo tiene tanta relevancia en los regímenes autoritarios como en las democracias. El oficialismo tiene un líder que (para usar la terminología weberiana) combina altas dosis de patrimonialismo y una pizca de carisma. Sea como fuere, Néstor Kirchner ejerce su liderazgo sujetando, a la vez, el aparato del Estado y los sistemas clientelistas del espacio social. No se sabe hasta cuándo podrá hacerlo, pero, por el momento, el peronismo disidente y los piqueteros contestatarios son rivales inquietantes pero débiles.
Dentro de la oposición, no hay nada parecido. Cuando en medio de la fragmentación asoman muchos liderazgos, es como si no hubiera ninguno. Otra consecuencia es que la multiplicación de pequeños líderes implica, puntualmente, el inevitable brote de otros tantos precandidatos presidenciales.
Esta eventual multitud a la hora de votar alienta el sueño de Kirchner de ganar en la primera vuelta, ya que la segunda le está y le estará vedada. Julio Cobos, Elisa Carrió, Eduardo Duhalde, Mauricio Macri, Ricardo Alfonsín, Felipe Solá, Francisco de Narváez, Ernesto Sanz, Hermes Binner, Mario Das Neves, pese a todo Carlos Reutemann? Pocos están dispuestos a ceder lo que todavía no han conseguido. Se habla de la unidad de la boca para afuera, pero nadie se aviene al primer renunciamiento. Puede mencionarse, como inicial paso positivo, la reciente reunión convocada en Mar del Plata por Margarita Stolbizer.
La verborrea legislativa tampoco ayudó a la oposición, desconcertada frente a la contundencia de las decisiones del Ejecutivo. Frente a una población poco propicia a largos debates sobre matices reglamentarios y discutibles ilegalidades, los bloques oficialistas sacaron provecho de la situación y simularon, en la práctica, haber ganado ellos las elecciones de 2009. En el mejor de los casos, el cansancio y la poca credibilidad alcanzaron por igual a oficialismo y oposición.
Por fin, está la cuestión programática. Si obtiene el gobierno en 2011, ¿qué hará el candidato de la oposición que gane para mejorar lo hecho por el kirchnerismo? No alcanzará con los buenos modales ni con pronunciar las palabras democracia y consenso diez veces por día. Parece necesario un acuerdo o pacto de Estado, con cuatro o cinco puntos básicos, en el que coincidan tanto los sectores de centroderecha como los de centroizquierda, y que permita por lo menos un período presidencial de gestión tranquila, con apoyo parlamentario y contención de mafias y corporaciones.
Afortunadamente, la contienda política está abierta. La oposición sigue siendo favorita para ganar en 2011, pero el oficialismo se ha ido recuperando y ofrecerá dura batalla. Admítase que tiene todavía muchas cartas para jugar antes de las elecciones. Quienes sostengan que hay tiempo para hablar de candidatos, liderazgos, coaliciones y programas, se equivocarán gravemente. La voz de alarma ha sonado, y exige inteligencia, responsabilidad y creatividad. La oposición sólo merecerá imponerse si demuestra, desde hoy mismo, que sus candidatos y programas son los mejores. No hay otra manera de gobernar en el sistema democrático, salvo fraudes o manipulaciones.
Mi amigo el consultor asiente con la cabeza. Y con un poco de escepticismo.
© LA NACION
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