Paraguay: La política de la “preeminencia de lo social”

ABC Digital

La población paraguaya está experimentando una disminución marcada del incentivo para la productividad por varias razones:  

En primer lugar, debemos recordar que provenimos de una cultura protectora, llena de límites, en donde las personas tendían en no asumir responsabilidades por sus propias vidas ni tampoco de la proyección social de las mismas. La libertad, la autodeterminación y la independencia personal asustan a quienes han vivido toda su vida en sociedades tuteladas como la nuestra.   

Por otro lado, vivimos tiempos en que el individuo no quiere exigirse para nada y es más proclive al facilismo cuando aparentemente goza de una mayor libertad, pero paradójicamente cada vez cree menos en su capacidad de asumirla responsablemente. Con ese temor de asumir la responsabilidad de su propio destino y la pérdida de la confianza, se abre una enorme brecha emocional difícil de cruzar para muchos, pero fácilmente utilizable por los gobernantes de turno para volverlas cada vez más dependientes del Estado. Basta con desarrollar políticas gubernamentales que fomenten este estado de dependencia en vez de desalentarlas. Por eso, hasta las migajas que probablemente serán cedidas como una concesión graciable por el Gobierno del Brasil a través de un posible aumento de los royalties de Itaipú pueden ser insuficientes para los repartidores de los recursos del Estado. Esperemos  que el incremento de los posibles beneficios no sea para perpetuar esta industria de la dependencia; aunque muy bien sé que esta dependencia se fomenta bajo el pretexto hipócrita de la preeminencia de lo social, cuando en realidad existe un enorme abismo cada vez mayor entre el discurso ético y la realidad de las poblaciones cada vez más empobrecidas bajo las prácticas regidas por el populismo del presente.   

La polarización social en nuestro país actualmente no solo es debido a la marginalización y exclusión de amplias masas de pequeños productores cada vez más empobrecidos, si no principalmente porque existen pequeños grupos radicalizados que fomentan la lucha de clases, y tratan de enemistar al que tiene contra el que no tiene, al que produce contra el que no produce, al pobre contra el rico o al sector público contra el privado; sin tener absolutamente en cuenta que la clave para reconciliar el crecimiento económico con el desarrollo social reside en el ámbito de las políticas, en la habilidad de darle al proceso de desarrollo la guía necesaria, bajo la forma de un proceso desarrollado democráticamente y no a través de la dictadura del proletariado.   

Es imposible la armonización de las metas social, ambiental y económica sin la promoción de una estrecha asociación entre los agentes del proceso de desarrollo que son los ciudadanos, las organizaciones de la sociedad civil, el mundo empresarial y un Estado eficiente. Es también bien sabido que sin la autodeterminación, la confianza y cierto nivel de optimismo, disminuye la productividad del individuo y sin un aumento de la productividad de los mismos no hay posibilidad de un verdadero desarrollo económico y social.   

Si el Gobierno no da preeminencia a las consideraciones de la eficiencia económica y sigue con el discurso de la supuesta preeminencia de lo social y del cambio, los discursos solamente no se traducirán en acciones para que todos podamos vivir mejor y terminarán en una mayor polarización de nuestra sociedad; sin poder obtener jamás la necesaria armonización colectiva para mejorar la productividad. Al contrario, tendrá un efecto perverso que solo servirá para encubrir acciones criminales de mayor violencia por parte de los que incitan a la lucha de clases y que crean enemigos con quienes no se debe armonizar, sino a quienes se debe destruir.   

El autor es Médico Especialista Diplomado del Consejo Americano de Psiquiatría y Neurología