Tiranía aeroportuaria
Por Walter Williams
Libertad Digital, Madrid
Han pasado al menos cinco años desde que dejé de utilizar aerolíneas comerciales, y por buenas razones: no deseo ser detenido por cuestionar las acciones de los empleados de la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA), que a menudo son arrogantes y groseros. Mi decisión se vio reforzada por los problemas de mi hija hace dos años al atravesar el control de seguridad del aeropuerto con sus tórtolas.
Habiendo mostrado su billete y su identificación al personal de seguridad, y mientras se dirigía al detector de metales, empezaron a gritarle: «Señorita, tendrá que sacar los pájaros de la jaula.» Yo miré estupefacto mientras se acercaba al detector. Afortunadamente, un empleado de la Administración cogió las jaulas y mi hija siguió sin más incidentes. De haber viajado yo con los pájaros, sin duda les habría dicho algo a los funcionarios que habría provocado mi inmediata detención.
James Bovard firma un artículo titulado «Política de Actitud Federal» en el Freedom Daily (junio de 2008), una publicación de la Future of Freedom Foundation radicada en Fairfax, Virginia. Según las normas federales de febrero del 2002, una persona puede ser detenida si actúa de manera que «distraiga o impida a un vigilante realizar sus deberes con eficacia (…) un vigilante que se encuentre en tal situación tendrá que abandonar sus deberes normales para tratar con el individuo problemático, lo cual podría afectar a la vigilancia de los demás». Eso quiere decir que cualquier «interferencia no física» que obligue al vigilante de la TSA a «apartar su atención» de lo que quiera que esté haciendo es un delito federal que puede conllevar una multa de hasta 1.500 dólares.
Lo que se entiende por interferencia no física queda exclusivamente al albur del vigilante, ya que este concepto no aparece definido en las regulaciones. Los agentes de la TSA pueden poner multas a un pasajero que discrepe con el comportamiento o la arrogancia de un vigilante. La agencia no ha realizado ningún esfuerzo por controlar el comportamiento del personal de vigilancia. Bovard informa que, en marzo de 2004, los pasajeros de aerolíneas presentaron casi 3.000 denuncias formales ante la Administración Federal a causa de la conducta de los vigilantes de la Agencia de la Seguridad del Transporte. Centenares han denunciado el carácter grosero de los vigilantes. Aún así, ninguna de las denuncias de estos pasajeros terminó en medidas disciplinarias. De hecho, los usuarios presentaron cuatro veces más denuncias contra la agencia que contra las aerolíneas.
La cosa va a empeorar. La agencia pretende desplegar 500 «funcionarios de detección del comportamiento» (BDO) en los aeropuertos antes de finales de este año. La labor del BDO consistirá en escuchar a los pasajeros en busca de «pistas en el lenguaje corporal y facial… de señales de malas intenciones.» Rastrean lo que los expertos llaman «micro-expresiones». El miedo o el enfado son las más importantes, dice Bovard, porque se asocian al engaño. Eso me convertiría en un candidato de excepción para el escrutinio y probablemente para los problemas, porque si alguna vez tuviera que atravesar los controles de la seguridad aeroportuaria, tendría esas «micro-expresiones» de disgusto y miedo a ser detenido.
En un artículo titulado Nuevos agentes de aeropuerto vigilan expresiones faciales del pasaje, McClatchy Newspapers informaba en agosto de 2007 de que Jay Cohen, subsecretario de Seguridad Nacional para Ciencia y Tecnología, «quiere automatizar la vigilancia del pasaje utilizando videocámaras y ordenadores para medir y analizar el ritmo cardiaco, la respiración, la temperatura corporal y las respuestas verbales, así como las micro-expresiones faciales».
Alguien que desee secuestrar o destruir un avión dedicará un tiempo y esfuerzo considerables a superar las políticas de detección del lenguaje corporal de la agencia. El grueso de las personas humilladas por estos y otros controles son norteamericanos que respetan la ley y que no tienen ninguna intención maligna, además de unas cuantas personas que viajan con drogas u otros artículos de contrabando. La Agencia de Seguridad del Transporte confisca rutinariamente alrededor de 15.000 objetos al día a los pasajeros, aparte de imponerles molestias varias y su grosería y arrogancia. Dados los costes impuestos a los viajeros, me gustaría que la agencia rindiera cuentas. En concreto, que nos dijera cuántos secuestros o atentados ha evitado, junto con las pruebas. Los estadounidenses han sido hasta la fecha demasiado sumisos, y eso le ha otorgado a la agencia carta blanca para tratar al pasaje como le plazca. Yo paso. La Agencia de Seguridad del Transporte tiene sus normas y Walter Williams las suyas, y una de las mías es evitar a los tiranos y a los idiotas.
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