Festividad y fútbol. Eso es lo que viene a la mente de muchos de nosotros el Día de Acción de Gracias. La mayoría de las personas identifican al origen de la celebración con la primera cosecha abundante de los peregrinos. Pero pocas comprenden cómo los peregrinos en verdad resolvieron sus escaseces crónicas de alimentos.
Muchos creen que tras padecer un invierno severo, las carencias de alimentos de los peregrinos fueron resueltas en la primavera siguiente, cuando los estadounidenses nativos les enseñaron a sembrar maíz, dando así origen a la celebración del Día de Acción de Gracias. En verdad, los peregrinos continuaron enfrentando faltantes crónicos de alimentos durante tres años, hasta la cosecha de 1623. El mal tiempo o la falta de un conocimiento agrícola no fueron lo que provocaron esas carencias de los peregrinos. Los malos incentivos económicos fueron la causa.
En 1620 fue fundada la Plantación de Plymouth, con un sistema de derechos de propiedad comunes. Los alimentos y las provisiones eran detentadas en común y luego distribuidas en base a la “igualdad” y a la “necesidad” conforme lo determinaran los funcionarios de la Plantación. Los individuos recibían las mismas raciones ya sea que contribuyeran o no a la producción de los alimentos, y se les prohibía a los residentes producir su propia comida. El Gobernador William Bradford, en su historia de 1647, Of Plymouth Plantation, escribía que respecto de este sistema “se descubrió que traía mucha confusión y descontento y aplazaba una gran cantidad de trabajo que podría haber sido empleado para su beneficio y bienestar.” El problema era que “los jóvenes, quienes eran más aptos y capaces para el trabajo, se quejaban de que debían emplear su tiempo y esfuerzo en trabajar para las esposas e hijos de otros hombres sin recompensa alguna.” Debido a estos pobres incentivos, pocos alimentos eran producidos.
Enfrentada con una potencial hambruna durante la primavera de 1623, la colonia decidió implementar un nuevo sistema económico. A cada familia le fue asignada una parcela de tierra privada. Podían entonces conservar todo lo que cultivaran por sí mismas, pero ahora ellas solas eran las responsables de alimentarse. Si bien no era un sistema completo de propiedad privada, el alejamiento de la propiedad comunal tuvo resultados dramáticos.
Este cambio, escribió Bradford, “tuvo un éxito enorme, y convirtió a todas las manos en unas muy industriosas, y de esa forma fue plantado mucho más maíz del que hubiese sido cultivado de otra manera.” El ofrecer a los individuos incentivos económicos cambió su comportamiento. Una vez que el nuevo sistema de derechos de propiedad entró en vigencia, “las mujeres iban ahora deseosas al campo, y llevaban a sus pequeños con ellas para sembrar maíz; las mismas que antes hubiesen argüido debilidad e incapacidad.”
Una vez que los peregrinos en la Plantación de Plymouth abandonaron su sistema económico comunal y adoptaron uno con mayores derechos de propiedad individual, nunca más volvieron a padecer las hambrunas y los faltantes de alimentos de los primeros tres años. Fue solamente después de permitir mayores derechos de propiedad que pudieron celebrar sin preocuparse de que la carestía se encontraba apenas a la vuelta de la esquina.
Nosotros somos beneficiarios directos de las lecciones económicas que los peregrinos aprendieron en 1623. Hoy día poseemos un sistema de derechos de propiedad mucho mejor desarrollado y bien definido. Nuestro sistema económico nos ofrece incentivos-bajo la forma de precios y ganancias-para coordinar nuestro comportamiento individual para el beneficio mutuo de todos; aún de aquellos a los que no conocemos personalmente.
Es una tradición en muchas familias la de “agradecer a las manos que prepararon este banquete” durante la bendición de la cena de Acción de Gracias. Tal vez, deberíamos estar también agradecidos por los millones de otras manos que ayudaron a poner la cena en la mesa: el tendero que nos vendió el pavo, el conductor del camión que lo distribuyó a la tienda, y el granjero que lo crió, todos contribuyeron a nuestra cena de Acción de Gracias en virtud de que nuestro sistema económico los recompensa. Esa es la verdadera lección del Día de Acción de Gracias. Los incentivos económicos provistos por los mercados competitivos donde los individuos son dejados libres para tomar sus propias decisiones, hacen posible los banquetes abundantes.
Traducido por Gabriel Gasave
La verdadera lección de los peregrinos en el Día de Acción de Gracias
Jean Leon Gerome Ferris / Wikimedia Commons
Festividad y fútbol. Eso es lo que viene a la mente de muchos de nosotros el Día de Acción de Gracias. La mayoría de las personas identifican al origen de la celebración con la primera cosecha abundante de los peregrinos. Pero pocas comprenden cómo los peregrinos en verdad resolvieron sus escaseces crónicas de alimentos.
Muchos creen que tras padecer un invierno severo, las carencias de alimentos de los peregrinos fueron resueltas en la primavera siguiente, cuando los estadounidenses nativos les enseñaron a sembrar maíz, dando así origen a la celebración del Día de Acción de Gracias. En verdad, los peregrinos continuaron enfrentando faltantes crónicos de alimentos durante tres años, hasta la cosecha de 1623. El mal tiempo o la falta de un conocimiento agrícola no fueron lo que provocaron esas carencias de los peregrinos. Los malos incentivos económicos fueron la causa.
En 1620 fue fundada la Plantación de Plymouth, con un sistema de derechos de propiedad comunes. Los alimentos y las provisiones eran detentadas en común y luego distribuidas en base a la “igualdad” y a la “necesidad” conforme lo determinaran los funcionarios de la Plantación. Los individuos recibían las mismas raciones ya sea que contribuyeran o no a la producción de los alimentos, y se les prohibía a los residentes producir su propia comida. El Gobernador William Bradford, en su historia de 1647, Of Plymouth Plantation, escribía que respecto de este sistema “se descubrió que traía mucha confusión y descontento y aplazaba una gran cantidad de trabajo que podría haber sido empleado para su beneficio y bienestar.” El problema era que “los jóvenes, quienes eran más aptos y capaces para el trabajo, se quejaban de que debían emplear su tiempo y esfuerzo en trabajar para las esposas e hijos de otros hombres sin recompensa alguna.” Debido a estos pobres incentivos, pocos alimentos eran producidos.
Enfrentada con una potencial hambruna durante la primavera de 1623, la colonia decidió implementar un nuevo sistema económico. A cada familia le fue asignada una parcela de tierra privada. Podían entonces conservar todo lo que cultivaran por sí mismas, pero ahora ellas solas eran las responsables de alimentarse. Si bien no era un sistema completo de propiedad privada, el alejamiento de la propiedad comunal tuvo resultados dramáticos.
Este cambio, escribió Bradford, “tuvo un éxito enorme, y convirtió a todas las manos en unas muy industriosas, y de esa forma fue plantado mucho más maíz del que hubiese sido cultivado de otra manera.” El ofrecer a los individuos incentivos económicos cambió su comportamiento. Una vez que el nuevo sistema de derechos de propiedad entró en vigencia, “las mujeres iban ahora deseosas al campo, y llevaban a sus pequeños con ellas para sembrar maíz; las mismas que antes hubiesen argüido debilidad e incapacidad.”
Una vez que los peregrinos en la Plantación de Plymouth abandonaron su sistema económico comunal y adoptaron uno con mayores derechos de propiedad individual, nunca más volvieron a padecer las hambrunas y los faltantes de alimentos de los primeros tres años. Fue solamente después de permitir mayores derechos de propiedad que pudieron celebrar sin preocuparse de que la carestía se encontraba apenas a la vuelta de la esquina.
Nosotros somos beneficiarios directos de las lecciones económicas que los peregrinos aprendieron en 1623. Hoy día poseemos un sistema de derechos de propiedad mucho mejor desarrollado y bien definido. Nuestro sistema económico nos ofrece incentivos-bajo la forma de precios y ganancias-para coordinar nuestro comportamiento individual para el beneficio mutuo de todos; aún de aquellos a los que no conocemos personalmente.
Es una tradición en muchas familias la de “agradecer a las manos que prepararon este banquete” durante la bendición de la cena de Acción de Gracias. Tal vez, deberíamos estar también agradecidos por los millones de otras manos que ayudaron a poner la cena en la mesa: el tendero que nos vendió el pavo, el conductor del camión que lo distribuyó a la tienda, y el granjero que lo crió, todos contribuyeron a nuestra cena de Acción de Gracias en virtud de que nuestro sistema económico los recompensa. Esa es la verdadera lección del Día de Acción de Gracias. Los incentivos económicos provistos por los mercados competitivos donde los individuos son dejados libres para tomar sus propias decisiones, hacen posible los banquetes abundantes.
Traducido por Gabriel Gasave
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