Argentina: Estafa inflacionaria y recetas cosméticas
Lamentablemente no hemos aprendido nada. Seguimos a las andadas. Como el gobierno no puede resolver la estafa inflacionaria, se decide por aplicar recetas que disimulan transitoriamente el problema. Prefieren la cosmética. Como la parla de control de precios es a esta altura inconveniente dados los rotundos fracasos de esa política, se piensa que puede camuflarse con otras denominaciones, por ejemplo, con el fascista “acuerdo de precios y salarios” inaugurado por Mussolini y en nuestras latitudes continuado por gobiernos peronistas, imitados por casi todos los demás desde hace siete décadas y siempre con los mismos resultados bochornosos.
Sin embargo, es importante insistir que los precios no constituyen un simulacro o números que pueden manipularse en distintas direcciones según los deseos de políticos, empresarios o sindicalistas. Se trata de un mecanismo delicado de información de constante prueba y error al efecto de encontrar el nivel que hace oferta y demanda iguales. No es un proceso estático sino eminentemente dinámico que no puede anticiparse puesto que es el resultado de valorizaciones cruzadas en las millones de transacciones diarias en el momento.
Sea a través del control directo de precios o vía el subterfugio del mencionado “acuerdo”, cuando esos indicadores se establecen a niveles inferiores a los estipulados en un proceso abierto de mercado, inexorablemente (desde Dioclesiano a la fecha) se suscitan cuatro efectos centrales, muy dañinos.
Primero, se expande la demanda. Segundo, en el instante inicial, por el hecho de que la demanda se incrementa no aparece una mayor oferta, por tanto se produce un faltante artificial. Tercero, los productores marginales -los menos eficientes- al reducirse su margen operativo desaparecen del mercado, con lo que se agudiza el referido faltante. Y cuarto, al alterarse los precios relativos y consecuentemente los diversos márgenes operativos, artificialmente surgen otros reglones como más atractivos y, por ende, se invierte en áreas que en verdad no son prioritarias, lo cual se traduce en derroche de capital que, a su vez afecta salarios e ingresos en términos reales.
Si en verdad se quiere disminuir la pobreza, lo peor es trastocar las únicas señales con que cuentan los participantes en el mercado a los efectos de guiar sus ocupaciones. Indicadores falseados indefectiblemente conducen al despilfarro y, consiguientemente a la contracción de salarios puesto que estos dependen exclusivamente de las tasas de capitalización.
No se gana nada con la cosmética en base a la idea de obtener algunos votos circunstanciales puesto que el problema se agudiza a la vuelta de la esquina.
Una vez más repetimos que el gasto estatal elefantiásico succiona recursos para financiarse a través de presiones tributarias exorbitantes y colosales deudas gubernamentales. Este no es el camino por más que momentáneamente pueda disfrazarse la situación con divisas producto de la estacionalidad.
- 31 de octubre, 2006
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