Anti-valores
Por Francisco J. Quevedo
2001
La noticia estremeció a los vecinos. A la señora de la casa, la mató el jardinero, un colombiano llegado hace un par de años a Venezuela, seguramente cedulado ya. Las primeras versiones decían que el hombre se molestó por el reclamo que le hizo la ama de casa, pero las investigaciones apuntan al robo de una fuerte suma de dinero y bienes de la casa donde laboraba. El allanamiento de la morada del asesino encontró lo robado y un arma, lo cual dice mucho. La ahorcaron con un cable o una manguera de jardín y la lanzaron por unos matorrales. La mujer metió al Diablo en su casa.
Venezuela sufre una grave crisis de valores. Desde aquella pregunta en cadena nacional, “¿Usted no robaría, ministro, si su familia estuviera pasando hambre?”, y el sumiso silencio del general trisoleado, el mensaje que recibe el Pueblo es este, “ser rico es malo”. En efecto, un lector nos escribió “los ricos son malos” en reacción a un artículo nuestro sobre el tema. Y es que así lo interpretan muchos. Ya el nuevo Código Penal propuso la figura del hurto famélico, quien tenga hambre que robe, y de allí cualquier vivo lo extiende a la estafa famélica, como mi jefe gana tanto y me paga tan poquito, lo robo. ¿Y qué hay del atraco, el secuestro o el asesinato famélico? Como los oligarcas, lacayos del Imperio, son culpables de todos nuestros males, hay que invadirlos, como pasa, hay que saquearlos, como ha pasado, y definitivamente, hay que odiarlos, como viene pasando. ¿Acaso alguien pinta una raya para separar la culpa de la condena, sentencia que en esta oportunidad significó la muerte? Para algunos, ese jardinero hizo justicia, tras 500 años de opresión. ¿Odio reprimido? A veces si, a veces no.
La llamada lucha de clases ha sido llevada a la confrontación racial. Hasta los curas son maldecidos. Hay que invadir el Este, han clamado voces radicales. Se ha estigmatizado a la clase media. “¡Manos arriba, escuálido!” Así se escucha. ¿Retaliación? Odio genera odio. En un país donde no se hablaba de razas y donde se le canta a negras, morenas y mulatas, ahora parece que el negro odia al blanco tanto como el blanco aprende a despreciar al negro. Lástima da que la crisis de valores que vivimos nos divida y que se refleje en nuestra conducta. No hay cultivo de valores sino de anti-valores.
“Ordem e progresso” dice la propia bandera de Brasil. “Cortesía y respeto son las bases de nuestra cultura” señalan letreros en las paradas de autobús de Aruba. Mientras tanto, los venezolanos vivimos bajo un gobierno anárquico, anarquista y anarquizante. Y lo reflejamos a diario. No son solo los pobres, los ricos también llevan su guayuco bien puesto en la cabeza. Y los boliburgueses convierten la retaliación social en un arte. He allí las denuncias sobre las fincas de testaferros de la familia real de Barinas. Cuando el río suena, piedras trae. En esta revolución de las Hummer y de los guisos, ahora le toca al Pueblo (¿!).
Venezuela está sedienta de valores: Ética de trabajo en lugar de flojera, excelencia en lugar de viveza, orgullo en lugar de envidia, respeto en lugar de abuso, ganar-ganar, no explotar, estética urbana en lugar de basura y ranchos, mérito en lugar de arribismo y jalabolismo. Nuestra autoestima está por el piso. Hay un masivo complejo de inferioridad que se refleja en ese odio a los gringos, a los ricos y sobre todo, en odio al éxito. Entre tanto fracaso, triunfar no se perdona. Tan vivos y tan pendejos. En lugar de construir un país y una cultura, la estamos destruyendo.
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