Chávez, modelo para armar
Por Marcos Aguinis
La Nación
Le han obsequiado puntuales calificativos, como “loco”, “papagayo tropical”, “guapo de barrio”. Pero no alcanzan para completar su voluminosa imagen. Controla Venezuela desde diciembre de 1998, se quiere transformar en el polo antinorteamericano del mundo, pretende influir en el destino de América latina e instaurar el socialismo del siglo XXI. Para conseguirlo no le repugnan bandejas llenas de alimañas reaccionarias, contradicciones flagrantes y haber hundido a su país en el pozo más corrupto de su corrupta historia. Pese a quienes le deben suntuosos favores, las noticias de los manejos que realiza con su billetera hinchada de petrodólares comienzan a provocar espanto.
Ganó la adhesión de su pueblo gracias a los profundos niveles de ineficiencia, irresponsabilidad y latrocinio en que había desembocado la dirigencia política venezolana. Chávez era un outsider , un ex coronel golpista que prometía la renovación radical, capaz de poner fin a la exclusión, la miseria y una desigualdad obscena. Respaldado por una granizada de votos, se aplicó a demoler las instituciones políticas, incluidas el Congreso, la Corte Suprema y el Tribunal Electoral, como era esperable de un golpista. A fines de 1999, esas instituciones fueron disueltas y sus miembros reemplazados por gente de su riñón. En una carta que envió a la Corte, en abril de ese año, la amenazó con la “represalia popular” si no le obedecía, “porque sólo el Presidente tiene autoridad en el manejo de los asuntos del Estado”. ¡Qué tal!
Para quienes saben algo de historia, entienden que “revolución bolivariana” no es una expresión caprichosa. Reconocemos que Simón Bolívar fue un hijo de la Ilustración, muy culto y fanático de la libertad, pero para que no se desmoronara la epopeya emancipadora por obra de caudillejos mezquinos, se autodesignó presidente vitalicio (dictador) y en Bolivia propuso nombrar al vicepresidente, también vitalicio, y que el Senado no sólo fuese vitalicio, sino hereditario, por lo cual cada hijo de esos legisladores debía ser educado para tan importante función.
Este modelo entusiasma a Chávez. Un primer tanteo fue promover a 33 militares de su confianza contra la voluntad del Senado y disposiciones constitucionales. Era el comienzo de la escalera que conduce a las nubes. Sin sonrojo se sentó arriba de la ley. Y así sigue. Vemos cómo maneja las elecciones, que ya son muchas y las gana todas.
Al haber transformado el Consejo Nacional Electoral en un lacayo y existir la sospecha de fraude, en diciembre de 2005, el 75% de los electores -cifras oficiales- se abstuvieron de votar. Fue un error de la ciudadanía, por cierto, ya que de esa forma no existe ahora la menor voz opositora en la Asamblea Nacional, pese a que en las últimas elecciones presidenciales la oposición logró unirse y obtener un 35% de los sufragios. Pero, ¿sólo 35%? El registro electoral fue alterado hasta sus raíces. En menos de dos años, millones de extranjeros obtuvieron los documentos que les permiten votar y los registros aumentaron diez veces más rápido de lo corriente.
Una investigación del experto uruguayo Gustavo Adolfo Fabregat probó varias irregularidades propias del realismo mágico. Son alucinantes. Por ejemplo, 39.000 ciudadanos tienen más de cien años de edad, un número equivalente al de los Estados Unidos, con una población once veces más numerosa. Uno de estos ancianos ya ha cumplido 175 años y ¡aún trabaja! Otro dato es que 19.000 electores nacieron en el mismo día y el mismo año en la misma provincia de Zulia. Además, millares de ciudadanos comparten su dirección. La impunidad es tan gruesa que ni siquiera se preocuparon de maquillar el fraude.
No es todo. La compañía a la que pertenecen las máquinas usadas en la elección pertenecen a la firma Smartmatic. Fue creada en el año 2000, y existen pistas que revelan que sus propietarios son Hugo Chávez y gente de su entorno. Esta compañía recibió, en 2004, un contrato gubernamental por 100 millones de dólares, justo pocos meses antes del plebiscito.
Vayamos ahora hacia otro aspecto, el más publicitado: la lucha por la transparencia de los asuntos públicos y el combate contra la corrupción económica. En los ocho años que Chávez lleva montado sobre el gobierno, se calcula que, después de restar los costos de la explotación petrolera, 130.000 millones de dólares ingresaron al Tesoro. Sin embargo, desde 2001 no hay más información fidedigna. Desde 2003, la información se ha convertido en silencio. Pese a semejantes ganancias (debemos agregar los provenientes de los impuestos), la deuda nacional se duplicó entre 1998 y 2005. Raro. Tanto Petróleos de Venezuela como el Banco Central debieron entregar grandes sumas a Fonden (un fondo de desarrollo) y a Bandes (un banco de desarrollo), ambos creados por Chávez, manejados por sus amigos y a cuya contabilidad sólo él tiene acceso. Estos fondos “reservados” se convirtieron en un presupuesto paralelo que maneja el Presidente a su arbitrio.
Según en Banco Central, 22.500 millones fueron transferidos a cuentas en el exterior para pagar lealtades políticas en la región o comprar armas o conseguir el frustrado sueño de una silla en el Consejo de Seguridad. La Asociación de Militares Democráticos, que resisten los desaguisados de la “revolución bolivariana”, denunciaron el masivo transporte de oro, proveniente de las reservas del Banco Central, al Fuerte Tiuma, una poderosa e inexpugnable fortaleza de Chávez. Como si fuera poco, en junio de 2005 la genuflexa Asamblea Nacional autorizó que el gobierno se apropiase del “exceso de reservas”, sobre los que no debe rendir cuentas.
Para seducir a las fuerzas armadas, Chávez inventó el programa Bolívar 2000, para obras sociales realizadas por los militares (una forma de permitirles ganar dinerillos extra). Le inyectó una catarata de dólares y puso a su cabeza al comandante Víctor Cruz Weffer. Pero a los militares “chavistas” se les fue la mano. El abultado déficit que provocó la firma de contratos con compañías inexistentes desembocó en un escándalo demasiado ruidoso y se cambió esa iniciativa por otra: el Fondo Unico Social, dirigido por el comandante Fariñas. Pronto se supo que Fariñas otorgó 500.000 dólares a una organización de la que era propietaria la esposa de su chofer. Otro grotesco fue la compra del avión presidencial. En 2001 Chávez viajó en un Airbus 319 de un miembro de la familia real de Qatar. Tanto le gustó que dispuso adquirir uno idéntico para su uso personal, pese a que no había asignaciones presupuestarias para ese gasto. No obstante, la compra se hizo por la bagatela de 65 millones. Un líder socialista del siglo XXI no puede a desplazarse en cualquier cosa.
El abuso del poder político expandió la corrupción como lava de volcán. A cada minuto se violan leyes, normas y regulaciones. Abundan la extorsión, el soborno, el robo de fondo públicos, el nepotismo, el amiguismo. Según Transparencia Internacional, el 95% de los contratos se realizan sin licitaciones. Como Chávez admira la longevidad dictatorial de Castro y la complicidad de tantos imbéciles con su opresiva “revolución”, en octubre de 2000 firmó, en La Habana, el compromiso de proveerle hidrocarburos por tres lustros. Empezó con 53 mil barriles diarios y cuatro años después ya llegaba a casi el doble. Cuba no tiene parque automotor ni industrias para usar esa cantidad, por lo cual reexporta los excedentes para cubrir algunos de los abismales déficit generados por su estéril esclavitud de medio siglo.
Se ha enfebrecido la llamada “corrupción doméstica” en Venezuela, que entusiasma a funcionarios, burócratas y empresarios. Intercambian sobornos, extorsiones, regalos y apropiaciones ilegales que no disminuyen la inequidad social, como se declama, sino que la ha hecho más horrible. Pero surgieron nuevos ricos; una nomenklatura compuesta por la nueva especie de los “revolucionarios”. A esa refulgente franja la integran militares, políticos y bucaneros que regalan joyas espléndidas a sus esposas y amantes. La “revolución bolivariana” y “el socialismo del siglo XXI” han sido exitosos durante estos ocho años, porque han creado una burguesía que, además de lujos y poder, puede sacar pecho de progresista junto a dinosaurios comunistas, teócratas fundamentalistas y dictadores manchados de sangre. Esta nueva clase, sin embargo, carece de olfato, porque jamás percibe el hedor que la rodea.
Mientras, el ciudadano de a pie debe rendir examen de lealtad al régimen para conseguir trabajo, obtener documentación o alguna modesta beca de estudio para su hijo. La prensa vive bajo amenaza y ahora el Gobierno pretende cancelar un canal de TV porque es “golpista”. Se entiende: para el gobierno criticar y denunciar es hacer golpes de Estado, en cambio lo que pretendió el coronel Chávez al frente de militares amotinados era democracia.
Los problemas de infraestructura siguen como siempre, en especial, en materia de caminos, puentes y electricidad. Los crímenes aumentaron 128% desde que se estableció la “revolución”, según Latinobarómetro. El analfabetismo sigue, pese a la resonante propaganda oficial. ¿Importa? No a muchos. Se afirma que reina la democracia porque se vota. Pero el mundo ahora descubre que votar es sólo el primer peldaño de una democracia. ¿Cómo puede hablarse de democracia si el pueblo es privado de tener información diferente a la oficial? ¿Cómo puede haber democracia sin control de los gastos públicos? ¿Cómo puede continuar la democracia si se quiere imponer el partido único, propio de los totalitarismos de izquierda y derecha? ¿Cómo armonizar con la democracia el gesto de mayor indignidad que puede exhibir la Suprema Corte de Justicia si, en enero de 2006, sus ministros, vestidos con ropa oficial cantaron de pie: “Uuh há, Chávez no se va”? ¿Risas? ¿susto? ¡Qué modelo!
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