La política estadounidense sobre Irak al descubierto

11 de February, 2004

Solamente en los EE.UU. puede el espectáculo del entretiempo del Super Bowl causar más escándalo público que los dificultosos intentos del presidente para justificar lograr que más de 500 soldados estadounidenses fuesen asesinados y más de 3.000 heridos en una innecesaria invasión y ocupación al otro lado del globo. Si el pueblo estadounidense realmente hubiese prestado atención a las observaciones del Presidente en el programa televisivo Meet the Press de esta semana, la verdad desnuda sobre la política respecto de Irak de la administración Bush se tornaría más expuesta que Janet Jackson.

Pese a que en el pasado el presidente ha admitido que no existía conexión alguna entre los ataques del 11 de septiembre y Saddam Hussein, él y otros funcionarios de la administración, incluido el vicepresidente Cheney, han sugerido reiteradamente tal vínculo al asociar a la invasión de Irak con la “guerra contra el terror.” Continuó con su comportamiento propagandístico al estilo Goebbels durante el programa. El presidente señaló: “Tomé la decisión [de invadir Irak] sobre la base de esa inteligencia en el contexto de la guerra contra el terror. En otras palabras, fuimos atacados, y por ende cada amenaza tuvo que ser reanalizada. . . . Cada perjuicio potencial para los Estados Unidos tuvo que ser juzgado en el contexto de esta guerra contra el terror.” Más específicamente, el presidente dijo más tarde de Saddam Hussein que “poseía la capacidad de producir armas [de destrucción masiva], y la de dejar luego que las armas cayesen en manos de una oscura red terrorista.” Sobre el tema de mayor importancia (realmente el único) de las armas de destrucción masiva, sostuvo que Hussein “podría haber desarrollado un arma nuclear con el tiempo—no estoy diciendo en lo inmediato, sino con el tiempo.”

Primero, según el ex Secretario del Tesoro Paul O’Neill, la decisión de la administración Bush de ir tras Irak fue tomada al poco tiempo de que la administración asumiera a comienzos de 2001—mucho antes de los ataques del 11 de septiembre.

Segundo, tener la capacidad de producir amas de destrucción masiva no es lo mismo que poseer las armas listas para su utilización. Como una justificación para la guerra, el presidente y varios otros funcionarios de la administración enfatizaron repetidamente que la amenaza iraquí era inminente. De hecho, el presidente había dicho: “El régimen iraquí es una amenaza de urgencia excepcional. Saddam Hussein es una amenaza con la que debemos lidiar tan rápidamente como sea posible.” Además, en 2002, el vicepresidente Cheney había declarado: “Sobre la cuestión nuclear, muchos de nosotros estamos convencidos de que Saddam adquirirá dichas armas medianamente pronto.” Aún a pesar de que Saddam Hussein se encontraba cooperando con los inspectores internacionales de armas a los que les permitió el regreso a Irak y de que los Estados Unidos habían exitosamente contenido al dictador por más de una década, la amenaza repentinamente se volvió urgente en el verano de 2002 y la política de contención fue abandonada en la premura por la guerra.

Tercero, el presidente distorsionó las consideraciones de David Kay, su propio inspector de armas. En efecto, Kay no pareció estar muy impresionado con los esfuerzos iraquíes para reconstituir sus programas de armas. De hecho, es evidente ahora, que las inspecciones internacionales de armas han disuadido a Irak de reiniciar la investigación, el desarrollo, y la producción de armas biológicas, químicas y nucleares a gran-escala.

Cuarto, nadie mencionó jamás que Saddam Hussein apoyaba solamente a grupos terroristas que no focalizan sus ataques contra blancos estadounidenses. El colaboraba con grupos que atacaban a Irán e Israel. Y Hussein hubiese tenido poco incentivo para entregarles super-armas, las cuales son costosas de producir, a grupos impredecibles que podían ponerlo en aprietos con la colosal superpotencia. Saddam Hussein puede haber sido un dictador despiadado y brutal (hay muchos en el mundo), pero muy pocos expertos lo han caracterizado como el “loco” retratado por el Presidente Bush. Como el atuendo de Janet Jackson, la amenaza pre-guerra de Irak se está desintegrando ante nuestros ojos.

En la actualidad, en una aparentemente coordinada línea de conducta para justificar el invadir al no nuclear Irak en lugar de a la mucho más peligrosa Corea del Norte, el presidente Bush, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y las voces que simpatizan con ellos en los medios—por ejemplo, Brit Hume de Fox News—están sosteniendo que las negociaciones con Hussein—a diferencia de aquellas con Corea del Norte—habían seguido su curso de manera no exitosa. Pero Hussein nunca admitió el hecho de reconstituir armas prohibidas (probablemente debido a que nunca lo hizo) y permitió que los inspectores internacionales de armas retornaran a Irak. En cambio, Corea del Norte ha alardeado acerca de violar un acuerdo con los Estados Unidos para congelar los programas de armas norcoreanos, se retiró de sus compromisos bajo el Tratado de No Proliferación Nuclear y expulsó a los inspectores internacionales de armas.

A diferencia de la hábil maquinación de Janet Jackson y Justin Timberlake para generar un chismorreo en toda la nación, el cual tuvo éxito de manera brillante, la marcha atrás y la tramoya del Presidente Bush para justificar una guerra innecesaria y una ciénaga será improbable que detenga a los comentarios vergonzosos durante y después de las elecciones de este año.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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