Por qué no soy neoliberal
Presentado en la reunión regional de la Mont Pelerin Society celebrada en Bretton Woods, New Hampshire en octubre de 2023. Revisado: 17 de febrero de 2024.
Resumen
En este ensayo, investigo la evolución histórica del término «neoliberalismo». Identifico dos interpretaciones distintivas de este concepto. A la primera, y por lejos la más común, la denomino «neoliberalismo peyorativo», haciendo referencia a una connotación negativa de las ideas económicas basadas en el liberalismo económico y el enfoque marginalista. Este término tiene sus raíces en los círculos de la extrema izquierda marxista y la extrema derecha nacionalsocialista de la Alemania de entreguerras, donde se utilizaba de modo despectivo para referirse a la Escuela Austriaca de Viena. A partir de la década de 1990, la extrema izquierda académica adoptó un uso prácticamente idéntico, empleándolo como una etiqueta peyorativa para cualquier postura a favor del libre mercado en el ámbito económico.
Al segundo uso lo denomino «neoliberalismo no irónico», el cual describe un intento posterior a 2010 de apelar al término como un apodo para un conjunto de creencias de políticas económicas moderadamente pro-mercado, aunque también vinculado a las intervenciones tecnocráticas del Estado en la economía. Esta versión tiene más en común con los teóricos de las «fallas de mercado» de centroizquierda a centroderecha de la profesión económica de mediados del siglo XX que con los críticos de las mismas teorías.
Concluyo argumentando que ninguno de los dos usos del término «neoliberal» tiene un valor explicativo relevante que ofrecer a la teoría económica liberal clásica.
Introducción
En un momento en cual muchos movimientos que se consideran la corriente intelectual dominante, tanto de izquierdas como de derechas, abogan por nuevos cercenamientos al intercambio económico libre y abierto, es probable que aquellos que valoran la interacción humana voluntaria se encuentren navegando en un desierto político. Por lo tanto, es natural que busquemos puntos en común con los defensores rotundos de un sistema de mercado libre y abierto, donde sea que se manifiesten. Aunque podríamos denominar a este precepto filosófico subyacente como «liberalismo de mercado», ciertas corrientes de su actual revival divergen del liberalismo en su sentido clásico.1 Yace un peligro en la confusa concepción que ve al liberalismo de mercado como un instrumento para llevar a cabo una supervisión tecnocrática de la vida socioeconómica, en la cual el comportamiento humano podría ser moldeado y ajustado posteriormente para «corregir» aquellos resultados no deseados del intercambio voluntario que atraen la atención crítica del tecnócrata.
Con esta preocupación en mente, dirijo mi atención al nebuloso concepto de «neoliberalismo», una etiqueta que, en más de una ocasión, me ha sido asignada involuntariamente, a pesar de que en mi trabajo aparezca un repudio explícito a esta denominación.2 Aunque se ha convertido en un rasgo omnipresente de la teorización política en las últimas décadas, la definición precisa de neoliberalismo sigue siendo difícil de alcanzar. Por lo tanto, evaluar el neoliberalismo requiere establecer una mayor claridad en torno al significado del concepto.
Para ello, comienzo delineando dos cepas características de lo que se denomina «neoliberalismo». Este peculiar término opera tanto como una especie de bête noire del progresismo académico como, en menor medida, una filosofía articulada por sí misma.
El primer uso, y el más común, es una especie de descriptor peyorativo general del propio liberalismo, generalmente ofrecido desde una posición de extrema hostilidad.3 Este concepto de «neoliberalismo» tiene sus raíces en la Alemania de entreguerras, aunque su rápida popularización en la literatura académica es un fenómeno más reciente, que se remonta al redescubrimiento del término entre los años noventa y la actualidad.4 Aunque este uso peyorativo se encuentra asociado principalmente con la izquierda política, recientemente ha sido adoptado por la extrema derecha anticapitalista.5 Esta doble apropiación por parte de facciones opuestas, como argumentaré, es una característica del concepto que se remonta a su origen en la década de 1920. Sin embargo, al igual que el propio término, los usos por parte de la extrema derecha del «neoliberalismo» entraron en letargo a mediados del siglo XX. Su resurgimiento se ha dado aproximadamente dos décadas después de un renacimiento similar por parte de la izquierda académica, probablemente derivado de una vuelta a la popularidad del término por parte del filósofo francés Michel Foucault.6
El segundo uso es un intento mucho menor, posterior a 2010, de reapropiarse del término «neoliberalismo» con la intención de convertirlo en una filosofía socioeconómica coherente, que se presenta entonces como un bien positivo. Esta variante tiene ciertas similitudes con la propuesta abortada del mismo término en el Coloquio Walter Lippmann de 1938, precursor a su vez de la actual Sociedad Mont Pelerin. No obstante, su uso está cronológicamente separado de la tradición ordoliberal que surgió de aquellas primeras conversaciones y, como argumentaré, sus propuestas y características particulares son casi totalmente distintas a las de nuestra época actual.
Sostengo que ninguna de las dos variantes es un concepto especialmente útil, aunque por razones diferentes. Consideraré cada una de ellas por separado.
El neoliberal peyorativo
En su uso más común, «neoliberalismo» opera funcionalmente como un término amorfo para referirse a alguien con ideas económicas desagradables. Se lo define principalmente por su relación de oposición a un punto de vista económico de extrema izquierda, con esta última presumiblemente axiomáticamente considerada y también normativamente presentada como un sistema ético y económico superior. Ser designado como «neoliberal» significa entonces estar en contra del anticapitalismo normativo y ser culpable por esa postura.7
La mayoría de los intentos por definir con precisión el término son infructuosos. «Neoliberal» opera como un término sustitutivo deliberadamente vago, abarcando la economía de libre mercado, las ciencias económicas en general, el conservadurismo, el libertarianismo, el anarquismo, el autoritarismo, el militarismo, los partidarios de la mercantilización, el progresismo de centro-izquierda o pro-mercado, el globalismo, las socialdemocracias del Estado del bienestar, las posturas a favor o en contra de la inmigración, así como cualquier otro conjunto de creencias políticas que desagraden a quien utilice el término.
Entre las figuras intelectuales que han sido etiquetadas como «neoliberales» se encuentran Milton Friedman, Ayn Rand, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, James M. Buchanan y todos los miembros de la Sociedad Mont Pelerin. Sin embargo, de esta distinguida lista, solo una persona adoptó brevemente el término como auto descriptivo. Como escribió Friedman en 1951, «el neoliberalismo aceptaría el énfasis liberal del siglo XIX en la importancia fundamental del individuo, pero sustituiría el objetivo del laissez faire como medio para este fin, el objetivo del orden competitivo».8 Posteriormente, abandonó el término y, según mi conocimiento, nunca lo volvió a mencionar en su extensa obra. De hecho, su ensayo, publicado en la revista noruega Farmand, pareció pasar desapercibido durante medio siglo. No recibió citas significativas en la literatura académica hasta principios del siglo XXI, cuando fue redescubierto e integrado en el creciente campo de los estudios sobre el «neoliberalismo» dentro de la izquierda académica.9
En la época en que Friedman escribió su obra, aquellos en la corriente del libre mercado asociaban casi con certeza el término con las columnas de Raymond Moley en los periódicos quien utilizaba el mote para resumir la «mezcla de socialismo, política, promesas y mala economía» encarnada en el New Deal. El «neoliberalismo» de Moley había «robado la buena palabra »»liberal»» de un pasado honroso» y ahora «la utilizaba como fachada para el mismo tipo de políticas contra las que el liberalismo real protestaba fuertemente».10 Es importante destacar que ninguna de las dos definiciones generó más que unas pocas menciones al pasar. A principios de la década de 1960, el concepto de «neoliberalismo», cualquiera que fuera su significado, no tenía una definición clara dentro del mundo liberal clásico debido a que su empleo se había desvanecido.
La confusión continúa en la era moderna, sobre todo porque se han multiplicado los usos peyorativos. Los «neoliberales» recientes tienen una inclinación política más característica, y entre las personas que han recibido el apodo se incluyen figuras tales como Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Bill Clinton, Donald Trump, Tony Blair, Joe Biden, el Tea Party y la coalición de Obama que se opuso a él casi simultáneamente, y, sobre todo, Augusto Pinochet. Voy a plantear que el apodo es lo suficientemente amplio en sus usos modernos como para describir a casi cualquier persona situada a la derecha política de José Stalin, o a la izquierda de una de las diversas filosofías medievalistas que actualmente experimentan un renacer y son tendencia en la extrema derecha antiliberal. Tal concepto es funcionalmente inútil más allá de usarse como un término comodín en tono burlón.
En este ambiente confuso, los atributos puramente descriptivos de lo que constituye un neoliberal siguen siendo escasos. Para identificar un conjunto cohesivo de características, debemos remontarnos a la historia de su uso. Más allá del mito popular que erróneamente atribuye el término «neoliberalismo» a una etiqueta autoasignada en una reunión académica sobre el libre mercado celebrada en París en 1938, la verdadera historia del término se puede rastrear sin ambigüedades hasta los debates en idioma alemán de entreguerras sobre los campos de pensamiento económico en competencia.11 «Neoliberalismus» se convirtió en el apelativo favorito para describir una filosofía económica liberal de mercado, presentada en aquel momento como un complemento metodológicamente individualista a los sistemas económicos contendientes de izquierda y derecha. Para los escritores de la década de 1920, la adición del prefijo «neo» buscaba capturar la incorporación del análisis marginal y, en particular, de una teoría marginal del valor a la doctrina económica liberal, distinguiéndola así de la corriente liberal del pensamiento económico clásico de mediados del siglo XIX.
El origen peculiar de este neologismo proviene de los orígenes de su acuñación. Aunque nunca fue realmente adoptado por los propios marginalistas económicos de mentalidad liberal, tuvo un uso casi simultáneo en la literatura económica en lengua alemana tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha. Su primer uso con una conexión discernible con los empleos modernos del término se remonta a una serie de panfletos marxistas de entreguerras escritos por Max Adler (1922) y Alfred Meusel (1924).12 Escribiendo desde una perspectiva abiertamente socialista, estos teóricos veían lo que llamaban «neoliberalismo» como un intento de rehabilitar al liberalismo económico individualista tras las amplias críticas de Marx al capitalismo. Habitaban un universo epistémico alternativo en el que la doctrina marxista no solo sobrevivió a las críticas marginalistas de finales del siglo XIX, sino que supuestamente triunfó.
La teoría marginalista del valor chocó directamente con el concepto marxista de plusvalía, que se deriva del trabajo empleado en mejorar un producto y que es presentada como la base sobre la cual los dueños del capital explotan a las clases trabajadoras. Si se elimina la teoría del valor trabajo, el sistema marxista colapsa. Este era el consenso económico predominante antes de 1917, cuando Lenin rescató a Marx de una relativa oscuridad, convirtiéndolo en la doctrina política de su coup d»»état.13 Sin embargo, desde la perspectiva marxista, siempre fueron los marginalistas los que reaccionaron ante sus propios descubrimientos autodenominados «científicos». Para los exponentes marxistas, el «neoliberalismo» imbuido de marginalismo intentaba revivir el antiguo liberalismo a partir de lo que percibían como su propio golpe de gracia contra un modo anterior de pensamiento económico.
La extrema derecha germanoparlante adoptó casi simultáneamente el término por razones similares, aunque en su caso con una tendencia a considerar el «neoliberalismo» como un desafío al bien económico colectivo de un pueblo, una etnia y un Estado unificados, desde una perspectiva individualista. El individualismo liberal, según esta visión, introducía discordia en el bienestar colectivo del pueblo alemán, amenazando con desviar lo que la extrema derecha veía como una marcha inexorable hacia el ascenso nacional, que perseguían con el mismo fervor político con el que la extrema izquierda marxista perseguía un socialismo supuestamente inevitable. El académico protofascista Othmar Spann se convirtió así en el principal crítico del «neoliberalismo» desde la derecha política, después de incorporar el término en la edición de 1926 de la taxonomía de diversas escuelas de pensamiento económico en su libro de texto de economía.14
Por razones fácilmente entendibles, la literatura de extrema derecha en Alemania sobre el «neoliberalismo» prácticamente desapareció del debate académico después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la variante de extrema izquierda, que es estrechamente similar, todavía puede rastrearse, aunque de manera subconsciente, hasta su uso actual, tras haber experimentado un espectacular resurgimiento de su utilización en la literatura académica desde la década de 1990 hasta la actualidad, como resultado de su «redescubrimiento» por Foucault, como se mencionó anteriormente.15 Aunque a veces está menos vinculada a la teorización doctrinaria marxista que sus usos anteriores, todavía conserva en su núcleo un rechazo a la valoración subjetiva y al individualismo metodológico.
De esta manera, se hace evidente cómo, al menos entre aquellos que utilizan el término «neoliberalismo» de manera peyorativa, éste puede aplicarse libremente a lo que parece ser un conjunto variado e inconexo de creencias económicas, que van desde el no intervencionismo radical del laissez-faire hasta un Estado de bienestar socialdemócrata de centroizquierda favorable al mercado. Estas posturas no necesariamente comparten doctrinas prescriptivas comunes, ya que el simple hecho de operar dentro de un paradigma intelectual basado en el mercado, y por ende, al margen del colectivismo de extrema izquierda, califica a alguien como «neoliberal» y, en la mayoría de los casos, como blanco de desprecio por parte de quienes usan el término. No es sorprendente, por lo tanto, que las críticas más vehementes al «neoliberalismo» provengan hoy en día del ámbito de la teoría crítica.16 Este concepto de «neoliberalismo» se ajusta cabalmente a las consecuencias de la disparidad de poder de la Teoría Tradicional en el sentido horkheimeriano, y es en sí mismo un objetivo perfecto, y perfectamente infalsificable, para aquellos que desean derribarlo.
La connotación peyorativa es en sí misma un rasgo del apodo y surge del convencimiento de quien lo emplea de que está luchando por la causa colectiva de la justicia económica y política, frustrada únicamente por los intereses egoístas del adversario neoliberal. Desde esta perspectiva, incluso las instituciones de mercado más comunes parecen ser diseñadas de manera consciente para consolidar la injusticia y mantener un status quo económico de distribución desigual. Las restricciones a la intervención estatal en asuntos económicos se interpretan como estrategias manipuladoras para «encadenar a la democracia», donde el único resultado democrático aceptable parece ser algo sospechosamente similar a un conjunto predeterminado de preferencias políticas promovidas en nombre de la «justicia social». Para estos críticos, la noción misma de propiedad privada en este contexto no es más que una construcción de los poderosos para mantener ventajas materiales sobre los menos privilegiados y expropiarlos injustamente. Solo un reequilibrio material se consideraría verdaderamente «democrático», independientemente de si se logra mediante procesos electorales democráticos o no.
En sus formas más extremas, los teóricos críticos del neoliberalismo peyorativo adoptan un enfoque abiertamente conspirativo y paranoico. Desde esta perspectiva, se asume que las instituciones liberales de mercado sirven a designios nefastos como la especulación y la acumulación de riqueza. En lugar de operar de manera directa, se sostiene que los teóricos del neoliberalismo son partidarios esotéricos de diseños autoritarios, élites antidemocráticas, o incluso simpatizantes secretos de regímenes como el de Pinochet, o encubiertamente fascistas que han disfrazado sus verdaderas intenciones bajo el discurso de la democracia liberal de mercado.17 Estas acusaciones resultan irrefutables precisamente porque no son formuladas por los supuestos «neoliberales», sino que solo pueden ser inferidas mediante el análisis textual de sus obras, utilizando las herramientas y la formación acroamática de la teoría crítica. Las normas de evidencia no necesitan ser respetadas cuando las intenciones maliciosas pueden ser inferidas a través de especulaciones no falsables.18
En la práctica, este enfoque conduce a una suerte de psicologización superficial que intenta detectar el «neoliberalismo» incluso entre aquellos de nosotros que rechazamos explícitamente esa etiqueta. Este uso persiste porque el propósito principal del término «neoliberal» se ha convertido en un medio para desestimar una amplia gama de ideas, argumentos y evidencias que, de otro modo, desafiarían los preceptos ideológicos de quienes utilizan el término de manera peyorativa.
En resumen, el término «neoliberalismo» utilizado de manera peyorativa se ha convertido en una táctica para desacreditar a un interlocutor sin abordar los detalles de su argumento. Por lo tanto, puede ser desestimado en el momento en que se lo utiliza de manera improcedente, a pesar de su frecuente uso.
¿Neoliberalismo reivindicado?
Una sensación de banalidad ideológica poco rigurosa, y a veces incluso de vacuidad intelectual, se percibe en gran parte de la literatura académica moderna sobre el «neoliberalismo», a pesar de su volumen creciente. Sin embargo, cabe preguntarse si el neoliberalismo ofrece una comprensión más sofisticada como sistema cohesivo de pensamiento, aspecto que los enfoques peyorativos pasan por alto al centrarse en su demonización y culpabilidad.
Impulsados por la creciente adopción académica del término peyorativo, un pequeño grupo de escritores vinculados al mundo de los »»think tanks»» lanzaron iniciativas interrelacionadas a mediados de la década de 2010 para reclamar esencialmente la etiqueta neoliberal como una alternativa con visión de futuro para no solo contrarrestar las creencias económicas de la extrema izquierda, sino también a un liberalismo de laissez-faire más doctrinario. A diferencia de las caricaturas del uso peyorativo predominante, esta reapropiación no irónica del término neoliberal pretende presentar un sistema filosófico positivo que combina una orientación económica hacia el libre mercado y las herramientas políticas que la acompañan, con una mayor tolerancia hacia la intervención estatal en los asuntos económicos, especialmente en lo que respecta a la equidad e imparcialidad. En consecuencia, podemos ubicar a este pequeño pero ruidoso grupo de seguidores del autodenominado «neoliberalismo» en la actualidad dentro de un ámbito intelectual liberal más amplio, una afirmación que no podía hacerse hace tan sólo una década, cuando los usos positivos y auto aplicados del término eran prácticamente inexistentes.19
Esta nueva forma de neoliberalismo, desprovista de ironía, tiene varios antecedentes, aunque sólo con una conexión o conciencia pasajeras de sus precursores. Así, por ejemplo, estuvo presente en la mencionada conferencia de París de 1938, en la cual los participantes debatieron la propuesta de flexibilizar los preceptos del laissez faire para permitir una respuesta gubernamental más enérgica frente a la Gran Depresión mundial. Aunque el Coloquio Walter Lippmann concluyó sin llegar a una conclusión definitiva sobre este asunto, algunos de sus participantes, como Ludwig von Mises, rechazaron firmemente la sugerencia. No obstante, la facción menos conocida dentro de la reunión, con una postura más «neoliberal», ha perdurado de una forma u otra desde entonces, manteniendo una filosofía que favorece al mercado bajo un cierto paraguas ideológico.
Los herederos directos de la conferencia de 1938 se reunieron nuevamente después de la Segunda Guerra Mundial para establecer las bases políticas del ordoliberalismo, una corriente de pensamiento arraigada en Alemania en la mitad del siglo XX, que buscaba combinar políticas orientadas al mercado, como el libre comercio y la disciplina fiscal, con un Estado de bienestar que incluyera redes de seguridad y sólidos pilares institucionales para respaldarlas. Sin embargo, los ordoliberales, que aún están presentes, son más bien primos que antecesores de los esfuerzos posteriores a 2010 para reivindicar el neoliberalismo. Los neoliberales actuales presentan su programa como una propuesta innovadora, e incluso como una tercera vía, diseñada para superar la brecha entre los principios más doctrinarios del libre mercado y la preocupación de la izquierda por los sectores menos favorecidos.
Entonces, ¿cuáles son las creencias de estos predicadores neoliberales? Su plataforma es menos amorfa que el apelativo peyorativo y rechazan la subrepticia malevolencia que el despliegue anticapitalista del término suele asignar a sus designios. Su enfoque es flexible en otros aspectos, lo suficientemente amplio como para abarcar lo que podría considerarse como la centroderecha y la centroizquierda económicas dentro del espectro político convencional. También se asemeja a usos más antiguos en su combinación de ciertos programas de redes de seguridad socialdemócratas y una creencia profesada en políticas favorables al mercado, como el libre comercio y la inmigración abierta.
No existe una única declaración filosófica que defina este tipo de neoliberalismo no irónico. Sin embargo, el binomio mencionado anteriormente es la idea central de una lista de principios publicada por el «Proyecto Neoliberal», una red informal de autores de »»think tanks»» con sede principalmente en Estados Unidos.20 Por otro lado, en 2016, un grupo de »»think tanks»» de derecha en el Reino Unido emitió una declaración separada estableciendo posiciones similares, abogando por los mercados libres, el comercio y los derechos de propiedad, aunque también respaldando un programa político proactivo para implementar de adopción de medidas más sólidas de asistencia a los pobres.21
Ambas declaraciones enfatizan un enfoque arraigado en el empirismo y el rigor científico. En cuanto a específicas propuestas políticas, los defensores modernos del neoliberalismo suelen expresar interés en los principios anteriormente mencionados de derechos de propiedad, comercio e inmigración más abierta, pero también por programas de bienestar social como un sistema de Renta Básica Universal o UBI por su sigla en inglés, (ofrecido como sustituto del menos eficiente Estado del bienestar), un conjunto agresivo de intervenciones para hacer frente al calentamiento global (normalmente ofrecido como un impuesto al carbono o un sistema de tarificación del carbono) y cierto grado de redistribución de la renta. Un tema dominante es la creencia de que los mercados pueden ir acompañados de una serie de políticas para mejorarlos cuando se supone que fallan o no cumplen la prescripción normativa deseada en aras de una mayor equidad. Las externalidades se convierten en una preocupación central para el neoliberal no irónico, y el Estado existe principalmente para corregir estas «fallas del mercado» a través de la acción colectiva guiada científicamente que pretende ajustar las operaciones del mercado y mantener la maquinaria en funcionamiento.
Al explorar estas características, rápidamente se hace evidente que el neoliberalismo no irónico de hoy en día no representa tanto un giro novedoso como una amalgama reempaquetada de herramientas conocidas: la teoría samuelsoniana sobre las fallas del mercado de mediados del siglo XX, una versión centrista o ligeramente inclinada hacia la derecha de la gestión macroeconómica keynesiana mediante instrumentos fiscales, así como una disposición a implementar reformas de gestión eficientes y austeridad en el gasto público a gran escala.
Los problemas inherentes a este enfoque son tan conocidos como las versiones más antiguas, y se tornan más evidentes al considerar que las decisiones políticas sobre la asignación de recursos públicos y los mandatos sociales asociados a través del sector público son naturalmente susceptibles a la manipulación y la influencia por parte de grupos de interés. La realidad es que tales políticas rara vez se implementan de manera eficiente bajo la dirección de expertos. Más bien, las presiones políticas tienden a llevar a un aumento constante del gasto público con recompensas políticas a corto plazo, y una escasa capacidad para modificar o eliminar aquellos programas que fracasan o incluso los que no rinden lo suficiente.22 En términos económicos, la acción colectiva pone las rentas para ser aprovechadas, y una vez disponibles, se las busca de maneras que generan grupos políticos que procuran proteger y expandir sus intereses. Este proceso de búsqueda de rentas conduce a una parálisis política, lo que dificulta los ajustes necesarios que un sistema político basado en la adaptación requeriría. Una vez que se asigna un beneficio o un gasto a través del sector público, resulta extremadamente difícil eliminarlo hasta que su valor se desvanezca por debajo del nivel de presión política necesario para mantenerlo.23 Y en la mayoría de los casos, el esfuerzo de los grupos de presión para perpetuarse va en dirección contraria.
Consideremos las implicaciones para el programa central preferido de los neoliberales no irónicos, la Renta Básica Universal (UBI). Su premisa tiene un gran atractivo desde el punto de vista tecnocrático. Reconociendo las ineficiencias burocráticas de los mecanismos de asignación y los costos administrativos del actual Estado del bienestar, los defensores de la UBI presentan su programa como un sustituto racionalizado y económicamente eficiente, que proporcionaría una mayor porción de los beneficios del programa a los destinatarios previstos. Sin embargo, esta visión optimista descansa en la suposición poco realista de una implementación sin problemas en un sistema gubernamental idealizado, libre de las tendencias de la búsqueda de rentas que caracterizan al sistema político actual. La realidad política más probable en el caso de la implementación de la UBI es que no se produzca un intercambio real, sino más bien un incremento en el costo total del Estado de bienestar al adicionar el nuevo pago de la UBI a los programas ya existentes de redes de seguridad social. Estos programas seguirían en su lugar y completamente financiados, principalmente porque sería políticamente inviable eliminarlos sin enfrentarse a la oposición de aquellos grupos de interés arraigados que se benefician de dichos programas existentes.
Problemas similares afectan al impuesto al carbono, que muchos neoliberales no irónicos promueven como una forma de mejorar la eficiencia en la lucha contra el cambio climático. De hecho, esto también se aplica a la mayoría de los intentos de acciones colectivas para abordar las externalidades a través del sistema político. Ronald Coase, quizás el principal teórico de las externalidades del siglo pasado señaló esto en un perspicaz comentario sobre la tributación pigouviana, de la cual los impuestos al carbono son un ejemplo:
«Es fácil demostrar que la mera existencia de »»externalidades»» no proporciona, en sí misma, ninguna justificación para la intervención gubernamental. En verdad, el hecho de que existan costos de transacción y que estos sean altos implica que muchos efectos de las acciones de las personas no serán internalizados por el mercado. Por lo tanto, las »»externalidades»» serán generalizadas. Además, el hecho de que la intervención gubernamental también conlleve sus propios costos hace muy probable que, para maximizar el valor de la producción, se deba permitir que la mayoría de las »»externalidades»» continúen. Esta conclusión se fortalece si consideramos que el gobierno no es como el ideal de Pigou, sino más bien como una entidad pública normal: ignorante, sujeta a presiones y corrupta».24
Y aquí encontramos el talón de Aquiles del neoliberalismo no irónico Las correcciones de las fallas del mercado que buscan mejorar la eficiencia pueden parecer una solución clara y ordenada en teoría. Sin embargo, en la práctica, su implementación puede convertirse en un terreno complicado en el ámbito de la elección pública. Estas correcciones se convierten en oportunidades a gran escala para la extracción de rentas políticas del erario, con pocas o ninguna salvaguarda efectiva para prevenir que la medida deseada se convierta en una lucha política por obtener ventajas y en una fuente común para los típicos favores que acompañan a cualquier medida de «estímulo» a gran escala o legislación presupuestaria amplia.
La conciencia de este problema llevó a los ordoliberales de mediados de siglo a buscar sólidos diseños institucionales como una supuesta salvaguarda contra los problemas de elección pública que sabían que sus políticas podrían desencadenar. Si tuvieron éxito en otros países está más allá del alcance de este ensayo, aunque sugiero que la trayectoria del gasto deficitario en Estados Unidos durante el último medio siglo es un testimonio de la dificultad de frenar, incluso ligeramente, el crecimiento del Leviatán mediante el diseño institucional.
Sin embargo, a pesar de todos los desafíos teóricos que esta cuestión puede plantear, está en gran medida ausente en nuestro movimiento neoliberal moderno no irónico. En su lugar, los partidarios de impuestos al carbono, la UBI y los teóricos de las fallas del mercado parecen adoptar una actitud de indiferencia, sugiriendo que sus políticas se implementarán con éxito y se ejecutarán sin problemas siempre que la sociedad simplemente lo desee. Cuando la pretensión de una ejecución científica eficiente se enfrenta a los obstáculos políticos de una planificación social ingenua, los neoliberales no tienen más respuesta que apelar a sus supuestas habilidades tecnocráticas.
Como ejemplo reciente, basta con observar los desastrosos intentos de planificación centralizada para abordar el brote mundial de coronavirus. A pesar de décadas de conocimiento científico sobre pandemias y el sentido común básico sobre las limitaciones de la asignación política a través de mandatos y restricciones gubernamentales, se optó por un enfoque hiper tecnocrático basado en la epistocracia científica y en modelos epidemiológicos teóricos no probados.25 Los científicos cuyas recomendaciones fueron seguidas acumularon una serie de predicciones fallidas y errores garrafales. El principal modelo que guiaba la respuesta política fracasó catastróficamente. Las cuarentenas ineficaces y las intervenciones no farmacéuticas (NPI en inglés) esclerotizó, dado que dos semanas para aplanar la curva se convirtieron en dos meses, luego en seis meses, luego en un año – todo ello a pesar de ningún efecto discernible en la mitigación de la pandemia aparte de variaciones aleatorias en las estadísticas. Mientras tanto, varios tecnócratas del libre mercado, que forman parte del movimiento neoliberal no irónico, respaldaron estas políticas fallidas y criticaron los intentos de relajar los cierres. Al mismo tiempo, se intensificaron estrategias marginales disfrazadas de «ciencia», como el movimiento ZeroCovid. 26
Una situación análoga puede observarse en el actual interés «neoliberal» hacia el movimiento del Altruismo Eficaz (EA por sus siglas en inglés), una perspectiva filantrópica que aparentemente busca mejorar su eficacia al recurrir a expertos tecnócratas para priorizar las donaciones benéficas. Aunque no son comunidades idénticas, comparten varios puntos en común y prioridades políticas.27
En su forma más básica, el Altruismo Eficaz podría entenderse como una nueva aproximación al antiguo dilema de determinar si una iniciativa filantrópica realmente cumple su promesa de brindar algo bueno. Las versiones más avanzadas del EA abrazan esquemas abrumadores y técnicamente sofisticados para abordar la preservación de la humanidad frente a eventos de extinción, desastres apocalípticos, pandemias masivas y otras amenazas existenciales. Enmarcada en apelaciones filosóficas al «largoplacismo», en el que la comunidad de la EA despliega su experiencia para identificar y resolver estas amenazas mediante inversiones tecnológicas a gran escala, la idea misma se inclina instintivamente hacia la creación colectiva de un orden planificado. Sin embargo, esta vertiente de la EA elabora planes para el futuro de la humanidad en medio de una incertidumbre extrema, aunque con muchas oportunidades para extraer rentas. La pregunta siempre presente de «¿comparado con qué?» expone las tendencias de desviación de recursos de estos amplios esquemas planificados, de manera similar a cómo el personaje de la Sra. Jellyby de Dickens dirigía sus esfuerzos filantrópicos hacia colonias distantes mientras su propio hogar se derrumbaba.28 Sin embargo, el enfoque de la EA a menudo resulta aún más inverosímil, ya que el proyecto de Borrioboola-Gha de la protagonista ha sido reemplazado por un mundo de fantasía de ingeniería climática global, descarbonización, modelado de pandemias globales y escenarios apocalípticos propios de películas de ciencia ficción sobre Inteligencia Artificial. Al explorar esta literatura, uno no puede evitar tener la clara impresión de que sus practicantes aspiran a niveles extremadamente altos de conocimiento, no solo en lo que respecta a lo que imaginan que pueden diseñar, sino también en la creencia de que pueden ejecutar estos diseños a la perfección sin caer víctimas de los patrones históricos de esquemas Ponzi (o estafas relacionadas con criptomonedas) que tienden a afectar a la abundancia filantrópica con una gestión deficiente.
Al ofrecer estas contundentes críticas, no estoy cuestionando la sinceridad de los neoliberales no irónicos. Tampoco estoy culpando su preferencia declarada por el pensamiento económico en la formulación de políticas, en comparación con alternativas que carecen de ello. Simplemente estoy observando una confianza unificadora en la planificación, una inclinación hacia una arquitectura política diseñada y ajustada por expertos, que subyace a esta versión del «neoliberalismo». Si consideramos los obstáculos epistémicos insuperables para lograr este tipo de diseño político, o los desafíos de elección pública para su implementación y ejecución, el neoliberalismo no irónico no es más sostenible que el keynesianismo hidráulico de mediados de siglo o el estado administrativo «científico» del progresismo wilsoniano.
Unificando a los diferentes neoliberales
Con cierta ironía, los anticapitalistas que utilizan el término peyorativo «neoliberal» pueden tener más similitudes con los autodenominados «neoliberales» de lo que ninguno de los dos grupos estaría dispuesto a admitir. En general, ambos grupos tienen preferencias políticas normativas que favorecen la acción colectiva basada en el Estado como solución a problemas como la pobreza, el cambio climático, las pandemias y la distribución económica, entre otros temas. Aunque difieren en las estrategias específicas para lograr estos objetivos, claramente han aceptado que son áreas apropiadas y propias del gobierno.
Curiosamente, una crítica planteada por los críticos del neoliberalismo peyorativo parece ser válida cuando se aplica a sí misma. A pesar de toda la retórica sobre las normas y valores democráticos liberales, ambos grupos han demostrado estar dispuestos a sacrificar las prácticas democráticas en favor de la tecnocracia planificada cuando ambas colisionan entre sí. Para la izquierda anticapitalista, el ideal de la planificación económica centralizada nunca ha sido realmente abandonado, a pesar de la evidencia de su fracaso en la práctica. Para el neoliberal no irónico, el ideal de diseños políticos que mejoran la eficiencia parece existir en un vacío donde no se aplican las normas políticas habituales.
Lo que vemos emerger de ambos enfoques es un patrón de convergencia: uno impulsado por la tecnocracia y el otro motivado por un objetivo ideológico deseado, pero ambos arriban a un resultado similar. Ya sea que lo denominemos neoliberalismo o lo describamos de otra manera, ya sea que aceptemos su autodescripción de manera literal o la caricatura que ofrecen sus críticos, el resultado es el mismo y antiliberal. Si eso es lo que se entiende por neoliberalismo en acción, entonces no, no me considero neoliberal. Tampoco tengo ningún interés en las recetas que ellos o sus críticos afines proponen.
Notas:
1 Este ensayo se presenta como un homenaje deliberado a la obra de F.A. Hayek (1960). “Why I am not a conservative.” The Constitution of Liberty. University of Chicago Press. Una versión anterior se encuentra aquí.
2 David Sessions, “How College Became a Commodity,” Chronicle of Higher Education, January 14, 2020; Brennan, J., & Magness, P. (2019). Cracks in the ivory tower: The moral mess of higher education. Oxford University Press.
3 Boas, T. C., & Gans-Morse, J. (2009). Neoliberalism: From new liberal philosophy to anti-liberal slogan. Studies in comparative international development, 44(2), 137-161.
4 Magness, P. W. (2021). Coining Neoliberalism: Interwar Germany and the Neglected Origins of a Pejorative Moniker. Journal of Contextual Economics–Schmollers Jahrbuch, 141(3), 189-214.
5 Véase, p. ej. Sohrab Ahmari (2023). Tyranny, Inc. Forum Books.
6 Foucault, M., Davidson, A. I., & Burchell, G. (2008). The birth of biopolitics: lectures at the Collège de France, 1978- 1979. Springer.
7 Monbiot, George. “Neoliberalism: The Ideology at the Root of All Our Problems.” The Guardian. April 15, 2016.
8 Friedman, Milton. “Neo-Liberalism and its Prospects” Farmand, 17 February 1951.
9 En el año 2023, casi todas las citas conocidas del ensayo de Friedman de 1951 son posteriores al año 2000, y más del 95% de ellas son posteriores al año 2010. Hasta donde he podido identificar, la única cita del ensayo de Friedman de 1951 se publicó en el año 2000. Véase Walpen, Bernhard. “Von Igeln und Hasen oder: Ein Blick auf den Neoliberalismus.”
10 Raymond Moley, “Neo-Liberalism” (syndicated column), January 13, 1950.
11 Magness (2021)
12 Adler, Max. 1922. Die Staatsauffassung des Marxismus. Vienna: Wiener Volksbuchhandlung; Meusel, Alfred. 1924. «Zur Buergerlichen Sozialkritik der Gegenwart: Der Neu-Libralismus (Ludwig Mises)» Die Gesellschaft, Vol. 1- 4: 372-383.
13 Magness, P. W., & Makovi, M. (2023). The Mainstreaming of Marx: Measuring the effect of the Russian Revolution on Karl Marx’s influence. Journal of Political Economy, 131 (6).
14 Othmar Spann. 1931 [1926]. Types of Economic Theory. London: George Allen and Unwin. See also Spann 1931. «Fluch und Segen der Wirtschaft im Urteile der verschiedenen Lehrbegriffe.» Jahrbücher für Nationalökonomie und Statistik/Journal of Economics and Statistics 79 (4): 656-672
15 A pesar de que varios autores contemporáneos han sugerido que Foucault atribuyó el origen del término neoliberalismo al Coloquio Lippmann de 1938, basándose en su análisis de las transcripciones de dicho evento, Foucault nunca hizo tal afirmación explícita y dejó el origen de esta versión del «neoliberalismo» en un estado de ambigüedad.
16 Véase, p. ej. Brown, W. (2019). In the ruins of neoliberalism: The rise of antidemocratic politics in the West. Columbia University Press; Crenshaw, K. W. (Ed.). (2019). Seeing race again: Countering colorblindness across the disciplines. Univ of California Press.
17 Para un ejemplo de este género, véase Quinn Slobodian (2023). Crack Up Capitalism: Market Radicals and the Dream of a World Without Democracy. Macmillan-Palgrave
18 Para un análisis de este marco epistémico y sus defectos, véase Martin, Adam. «The new egalitarianism.» The Independent Review 22.1 (2017): 15-25.
19 Vale la pena señalar que el número de individuos no irónicos que se autodenominan neoliberales es minúsculo, especialmente en comparación con el uso generalizado y peyorativo del término en la escritura académica desde la década de 1990 hasta la actualidad. No existen estudios exhaustivos sobre estos neoliberales no irónicos, aunque parecen ser un grupo de unas pocas docenas de personas en el sector de los »»think tanks»» de Estados Unidos y el Reino Unido, así como en cuentas de redes sociales relacionadas que específicamente declaran su intención de adoptar el término.
20 Véase la declaración de principios. Aunque no tiene una institución central claramente definida, las diversas variantes del «Proyecto Neoliberal» han estado afiliadas de distinto modo con el Progressive Policy Institute de centro-izquierda, el Institute for New Liberalism independiente, y el Institute for Progress basado en el altruismo eficaz.
21 Sam Bowman. “I’m a Neoliberal. Maybe You Are Too”
22 Buchanan, J. M., & Wagner, R. E. (1977). Democracy in Deficit: The political legacy of Lord Keynes.
23 Peltzman, S., Levine, M. E., & Noll, R. G. (1989). The economic theory of regulation after a decade of deregulation. Brookings papers on economic activity. Microeconomics, 1989, 1-59.
24 Coase, R. H. (2012). The firm, the market, and the law. University of Chicago press.
25 Magness, P. (2021). The Failures of Pandemic Central Planning. Available at SSRN 3934452.
26 Ilustrativo de este patrón es el hecho de que varios neoliberales no irónicos defendieron enérgicamente el influyente modelo de la pandemia de Covid del equipo de Neil Ferguson en el Imperial College de Londres, a pesar de su pésimo historial de sobreestimar severamente las tasas de mortalidad previstas en ausencia de cuarentenas. Véase Magness, Phillip. «The Failures of Pandemic Central Planning.» Available at SSRN 3934452 (2021). Las defensas neoliberales no irónicas de este ejercicio fallido de modelización continuaron hasta bien entrado 2021, incluso después de que las predicciones de fatalidad de Ferguson para el verano de 2020 resultaran ser erróneas. Véase, p. ej. Bowman, Sam, et al. “Claim: Cases were falling anyway – lockdowns don»»t work” CovidFAQ.co, January 2021.
27 Para este fin, los mencionados emanados del «Proyecto Neoliberal», el Center for New Liberalism y el Institute for Progress, mantienen ambos intereses de investigación en el altruismo eficaz.
28 Véase Michael Thomas and Anthony Gill, “Efficiency or Compassion?” Law and Liberty (June 2023)
Traducido por Gabriel Gasave
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