El riesgo moral, el dinero fácil y el crédito barato nunca han resultado en nada bueno. La historia se encuentra plagada de ejemplos de desastres financieros generados por la manipulación monetaria que realizan los bancos centrales y que luego se esparce por otras partes del sistema. Uno pensaría que la crisis crediticia de 2007/08, cuyos efectos no han se han desvanecido del todo, le enseñaría a los políticos, banqueros, corporaciones y consumidores algo acerca de las contracciones y colapsos crediticios.
Piense de nuevo. Los cuatro bancos centrales más grandes del mundo han bombeado más de 9 billones (trillones en inglés) de dólares en el sistema desde la última crisis financiera y provocaron un mundo de tasas de interés absurdamente bajas y hasta negativas. Los incentivos generados por estas políticas y sus efectos—riesgo moral, dinero fácil, crédito barato—conducirán, en algún momento, a la explosión de nuevas burbujas.
¿Cuáles? Nunca resulta fácil decirlo, pero los Estados Unidos han visto un crecimiento malsano del crédito de alto riesgo (subprime), y del crédito en general, en tres mercados—tarjetas de crédito, préstamos automotores y préstamos estudiantiles. No sorprendería si uno de ellos provocase la próxima contracción crediticia.
La deuda total por tarjetas de crédito ha superado la marca del billón (trillón en inglés) de dólares por primera vez desde 2009, los préstamos estudiantiles ascienden en la actualidad a un total de 1,4 billones (trillones en inglés), y los préstamos automotores no están lejos de los 1,2 billones (trillones en inglés) de dólares—una suma que empequeñece al pico alcanzado con anterioridad a la crisis financiera.
Durante los últimos cinco años, las empresas estadounidenses han emitido más de 7 billones (trillones en inglés) de dólares en concepto de deuda nueva, evidenciando que los incentivos creados por estas tasas de interés perversamente bajas se extienden más allá de los mercados mencionados anteriormente.
No obstante, los mercados de créditos para el consumo son los que ya están dando muestras de dificultades, así que mejor prestémosle atención. Capital One, un gran prestamista a tomadores de créditos “subprime” (particularmente a través de tarjetas de crédito y préstamos para automóviles), ha tenido últimamente que envíar a pérdidas gran parte de su deuda—para un total de más del 5 por ciento de sus préstamos sin saldar, nivel que generalmente es considerado las puertas de un territorio muy peligroso.
El sector de los préstamos para vehículos es especialmente alarmante. Las ventas de autos se duplicaron en los últimos siete años y actualmente se encuentran en un nivel sin precedentes. Como aconteció con los préstamos hipotecarios antes de la debacle de 2007/08, el dinero fue inyectado bajo la forma de préstamos automotores sin pago de anticipo y plazos prolongados. Como era de esperarse, la industria está ahora enfrentando incumplimientos (la morosidad se encuentra en su punto más alto desde 2009).
El resultado ha sido un fuerte incremento de la oferta de vehículos usados que ha hecho bajar sus precios. Gran parte de la industria automotriz, incluyendo los fabricantes que prestan dinero a compradores y empresas de alquiler de autos, dependen de la venta de títulos valores respaldados por automóviles usados a efectos de financiar sus operaciones. Las empresas de alquiler de autos también dependen de la venta de vehículos usados para poder adquirir nuevos.
Estos síntomas apuntan a riesgos que no difieren en cuanto a su naturaleza a lo que venía aconteciendo antes de la debacle financiera relacionada con la vivienda. Los bancos están empezando a reducir la cuantía de los préstamos a las empresas aún impagos por primera vez desde esa crisis—los préstamos totales en los 15 mayores bancos regionales estadounidenses en el primer trimestre de 2017 fueron 10 mil millones (billones en inglés) por debajo del trimestre anterior, un cambio muy significativo de la tendencia.
Standard & Poor’s bajó la calificación de 1.088 empresas en los Estados Unidos el año pasado y los analistas están prediciendo una oleada de incumplimientos de deuda basura, que tal vez involucre a una de cada cuatro empresas emisoras de deuda de alto rendimiento.
Uno nunca puede decir exactamente cuándo una burbuja estallará o qué rincón del sistema financiero será el epicentro del terremoto. Pero cuando estas burbujas que se avecinan exploten, el gran culpable serán las políticas irresponsables que se suponía debían evitar futuras burbujas y que crearon nuevamente la tormenta perfecta de riesgo moral, dinero fácil y crédito barato.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Otra burbuja financiera por delante? Las estadísticas sugieren que podría suceder
El riesgo moral, el dinero fácil y el crédito barato nunca han resultado en nada bueno. La historia se encuentra plagada de ejemplos de desastres financieros generados por la manipulación monetaria que realizan los bancos centrales y que luego se esparce por otras partes del sistema. Uno pensaría que la crisis crediticia de 2007/08, cuyos efectos no han se han desvanecido del todo, le enseñaría a los políticos, banqueros, corporaciones y consumidores algo acerca de las contracciones y colapsos crediticios.
Piense de nuevo. Los cuatro bancos centrales más grandes del mundo han bombeado más de 9 billones (trillones en inglés) de dólares en el sistema desde la última crisis financiera y provocaron un mundo de tasas de interés absurdamente bajas y hasta negativas. Los incentivos generados por estas políticas y sus efectos—riesgo moral, dinero fácil, crédito barato—conducirán, en algún momento, a la explosión de nuevas burbujas.
¿Cuáles? Nunca resulta fácil decirlo, pero los Estados Unidos han visto un crecimiento malsano del crédito de alto riesgo (subprime), y del crédito en general, en tres mercados—tarjetas de crédito, préstamos automotores y préstamos estudiantiles. No sorprendería si uno de ellos provocase la próxima contracción crediticia.
La deuda total por tarjetas de crédito ha superado la marca del billón (trillón en inglés) de dólares por primera vez desde 2009, los préstamos estudiantiles ascienden en la actualidad a un total de 1,4 billones (trillones en inglés), y los préstamos automotores no están lejos de los 1,2 billones (trillones en inglés) de dólares—una suma que empequeñece al pico alcanzado con anterioridad a la crisis financiera.
Durante los últimos cinco años, las empresas estadounidenses han emitido más de 7 billones (trillones en inglés) de dólares en concepto de deuda nueva, evidenciando que los incentivos creados por estas tasas de interés perversamente bajas se extienden más allá de los mercados mencionados anteriormente.
No obstante, los mercados de créditos para el consumo son los que ya están dando muestras de dificultades, así que mejor prestémosle atención. Capital One, un gran prestamista a tomadores de créditos “subprime” (particularmente a través de tarjetas de crédito y préstamos para automóviles), ha tenido últimamente que envíar a pérdidas gran parte de su deuda—para un total de más del 5 por ciento de sus préstamos sin saldar, nivel que generalmente es considerado las puertas de un territorio muy peligroso.
El sector de los préstamos para vehículos es especialmente alarmante. Las ventas de autos se duplicaron en los últimos siete años y actualmente se encuentran en un nivel sin precedentes. Como aconteció con los préstamos hipotecarios antes de la debacle de 2007/08, el dinero fue inyectado bajo la forma de préstamos automotores sin pago de anticipo y plazos prolongados. Como era de esperarse, la industria está ahora enfrentando incumplimientos (la morosidad se encuentra en su punto más alto desde 2009).
El resultado ha sido un fuerte incremento de la oferta de vehículos usados que ha hecho bajar sus precios. Gran parte de la industria automotriz, incluyendo los fabricantes que prestan dinero a compradores y empresas de alquiler de autos, dependen de la venta de títulos valores respaldados por automóviles usados a efectos de financiar sus operaciones. Las empresas de alquiler de autos también dependen de la venta de vehículos usados para poder adquirir nuevos.
Estos síntomas apuntan a riesgos que no difieren en cuanto a su naturaleza a lo que venía aconteciendo antes de la debacle financiera relacionada con la vivienda. Los bancos están empezando a reducir la cuantía de los préstamos a las empresas aún impagos por primera vez desde esa crisis—los préstamos totales en los 15 mayores bancos regionales estadounidenses en el primer trimestre de 2017 fueron 10 mil millones (billones en inglés) por debajo del trimestre anterior, un cambio muy significativo de la tendencia.
Standard & Poor’s bajó la calificación de 1.088 empresas en los Estados Unidos el año pasado y los analistas están prediciendo una oleada de incumplimientos de deuda basura, que tal vez involucre a una de cada cuatro empresas emisoras de deuda de alto rendimiento.
Uno nunca puede decir exactamente cuándo una burbuja estallará o qué rincón del sistema financiero será el epicentro del terremoto. Pero cuando estas burbujas que se avecinan exploten, el gran culpable serán las políticas irresponsables que se suponía debían evitar futuras burbujas y que crearon nuevamente la tormenta perfecta de riesgo moral, dinero fácil y crédito barato.
Traducido por Gabriel Gasave
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