La victoria de Mauricio Macri en la reciente elección presidencial de Argentina, y el abrumador apoyo que la oposición venezolana al parecer recibirá en los comicios legislativos del próximo domingo, confirman la ola de sentimiento anti-populista en América Latina. Qué lástima que pocos fuera de América Latina parecieran estar prestándole atención.
A diferencia de Estados Unidos, donde el populismo es visto como la antítesis del amiguismo y el elitismo, en Latinoamérica ha venido apuntalando a los políticamente poderosos durante décadas, engatusando a los pobres urbanos y rurales. Bajo diversos “caudillos”, hombres fuertes tanto militares como civiles, se han erosionado las instituciones democráticas y dado lugar a una masiva intervención gubernamental, concentrando el poder político y económico en manos de unos pocos. La última oleada, impulsada por caudillos de izquierda, se inició en 1999 con el ascenso de Hugo Chávez en Venezuela. Chávez fue seguido por el matrimonio Kirchner (Néstor primero, y luego su viuda Cristina) en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua.
Aunque el gobierno del Partido de los Trabajadores de Brasil—liderado por Lula da Silva entre 2003 y 2010 y desde entonces por Dilma Rousseff—no comparte la dimensión autoritaria común a los otros gobiernos, también ha sido, en términos económicos y de política exterior, un bastión del populismo latinoamericano.
Ahora, se están pagando las consecuencias. La economía de Brasil (la mayor de América Latina) se encuentra en caída libre, debido a la declinación de los precios de las materias primas y las políticas proteccionistas del país. La economía de Venezuela, dependiente de los precios de la energía, está con respirador artificial. Las economías de Argentina y de Ecuador están chisporroteando. Gracias al populismo de amigos en las principales zonas de la región, América Latina en su conjunto apenas crecerá este año. Y son los pobres, por supuesto, quienes sufrirán más, no las élites.
La gran noticia, una década y media después de que Chávez inaugurara esta era populista al sur del Río Grande, es que las personas están diciendo basta a la demagogia, el abuso de poder y los autoritarismos económicos.
La derrota del gobierno de Kirchner en Argentina fue la primera señal fuerte del nuevo espíritu de época latinoamericano. El próximo domingo los votantes venezolanos, nos dicen las encuestas, repudiarán enérgicamente el legado Hugo Chávez, aunque es probable el fraude electoral generalizado. El chavismo no se marchará en silencio.
Historias similares están surgiendo en otras partes. Apenas el 10 por ciento de los brasileños apoyan a la presidenta Rousseff, y procedimientos legales que comenzaron esta semana podrían dar lugar a su Juicio Político. Correa de Ecuador tuvo que suspender su intento de modificar las reglas electorales de modo tal de poder buscar la reelección permanente. Y así.
Se pone más interesante. No ha sido raro para los latinoamericanos desilusionados con gobiernos populistas de izquierdas recurrir a nuevas formas de populismo. En muchas de las protestas de la emergente clase media en el último par de años hemos oído pedidos a favor de una mayor radicalización, antes que un rechazo al populismo. Este ha sido un denominador común particularmente en algunas de las manifestaciones contra Rousseff.
No esta vez. Las recientes elecciones y las encuestas están contando una historia diferente: un claro desplazamiento hacia los mercados libres y un gobierno transparente, no la radicalización populista.
Independientemente de si los líderes son consistentes y se involucrarán en una verdadera reforma de libre empresa, está claro que la victoria de Macri en Argentina implicó un repudio al populismo de izquierdas, con sus favoritismos, controles de precios y nacionalizaciones, y un llamado a la liberalización económica.
Ese llamado está siendo oído también en otras partes. Los líderes más populares de Venezuela son políticos orientados al libre mercado, como Leopoldo López (quien está preso), María Corina Machado (que se encuentra impedida de viajar al exterior) y Antonio Ledezma, alcalde de Caracas (ahora bajo arresto domiciliario). Las encuestas en Brasil indican que Aécio Neves, un crítico manifiesto de las políticas proteccionistas de su país, reemplazaría a Rousseff si las elecciones se celebrasen hoy.
Estamos hablando de un cambio potencialmente trascendental hacia la libertad política y económica y la modernización en el hemisferio occidental, diez años después de que la Cuarta Cumbre de las Américas enterrase los planes para la libre circulación de capitales, bienes, servicios e ideas desde Alaska hasta Tierra del Fuego.
¿Quién sabe? Si al norte del Río Grande y en otras partes le prestasen atención, tal vez estas propuestas podrían resucitar.
Traducido por Gabriel Gasave
América Latina dice adiós a la izquierda populista
La victoria de Mauricio Macri en la reciente elección presidencial de Argentina, y el abrumador apoyo que la oposición venezolana al parecer recibirá en los comicios legislativos del próximo domingo, confirman la ola de sentimiento anti-populista en América Latina. Qué lástima que pocos fuera de América Latina parecieran estar prestándole atención.
A diferencia de Estados Unidos, donde el populismo es visto como la antítesis del amiguismo y el elitismo, en Latinoamérica ha venido apuntalando a los políticamente poderosos durante décadas, engatusando a los pobres urbanos y rurales. Bajo diversos “caudillos”, hombres fuertes tanto militares como civiles, se han erosionado las instituciones democráticas y dado lugar a una masiva intervención gubernamental, concentrando el poder político y económico en manos de unos pocos. La última oleada, impulsada por caudillos de izquierda, se inició en 1999 con el ascenso de Hugo Chávez en Venezuela. Chávez fue seguido por el matrimonio Kirchner (Néstor primero, y luego su viuda Cristina) en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua.
Aunque el gobierno del Partido de los Trabajadores de Brasil—liderado por Lula da Silva entre 2003 y 2010 y desde entonces por Dilma Rousseff—no comparte la dimensión autoritaria común a los otros gobiernos, también ha sido, en términos económicos y de política exterior, un bastión del populismo latinoamericano.
Ahora, se están pagando las consecuencias. La economía de Brasil (la mayor de América Latina) se encuentra en caída libre, debido a la declinación de los precios de las materias primas y las políticas proteccionistas del país. La economía de Venezuela, dependiente de los precios de la energía, está con respirador artificial. Las economías de Argentina y de Ecuador están chisporroteando. Gracias al populismo de amigos en las principales zonas de la región, América Latina en su conjunto apenas crecerá este año. Y son los pobres, por supuesto, quienes sufrirán más, no las élites.
La gran noticia, una década y media después de que Chávez inaugurara esta era populista al sur del Río Grande, es que las personas están diciendo basta a la demagogia, el abuso de poder y los autoritarismos económicos.
La derrota del gobierno de Kirchner en Argentina fue la primera señal fuerte del nuevo espíritu de época latinoamericano. El próximo domingo los votantes venezolanos, nos dicen las encuestas, repudiarán enérgicamente el legado Hugo Chávez, aunque es probable el fraude electoral generalizado. El chavismo no se marchará en silencio.
Historias similares están surgiendo en otras partes. Apenas el 10 por ciento de los brasileños apoyan a la presidenta Rousseff, y procedimientos legales que comenzaron esta semana podrían dar lugar a su Juicio Político. Correa de Ecuador tuvo que suspender su intento de modificar las reglas electorales de modo tal de poder buscar la reelección permanente. Y así.
Se pone más interesante. No ha sido raro para los latinoamericanos desilusionados con gobiernos populistas de izquierdas recurrir a nuevas formas de populismo. En muchas de las protestas de la emergente clase media en el último par de años hemos oído pedidos a favor de una mayor radicalización, antes que un rechazo al populismo. Este ha sido un denominador común particularmente en algunas de las manifestaciones contra Rousseff.
No esta vez. Las recientes elecciones y las encuestas están contando una historia diferente: un claro desplazamiento hacia los mercados libres y un gobierno transparente, no la radicalización populista.
Independientemente de si los líderes son consistentes y se involucrarán en una verdadera reforma de libre empresa, está claro que la victoria de Macri en Argentina implicó un repudio al populismo de izquierdas, con sus favoritismos, controles de precios y nacionalizaciones, y un llamado a la liberalización económica.
Ese llamado está siendo oído también en otras partes. Los líderes más populares de Venezuela son políticos orientados al libre mercado, como Leopoldo López (quien está preso), María Corina Machado (que se encuentra impedida de viajar al exterior) y Antonio Ledezma, alcalde de Caracas (ahora bajo arresto domiciliario). Las encuestas en Brasil indican que Aécio Neves, un crítico manifiesto de las políticas proteccionistas de su país, reemplazaría a Rousseff si las elecciones se celebrasen hoy.
Estamos hablando de un cambio potencialmente trascendental hacia la libertad política y económica y la modernización en el hemisferio occidental, diez años después de que la Cuarta Cumbre de las Américas enterrase los planes para la libre circulación de capitales, bienes, servicios e ideas desde Alaska hasta Tierra del Fuego.
¿Quién sabe? Si al norte del Río Grande y en otras partes le prestasen atención, tal vez estas propuestas podrían resucitar.
Traducido por Gabriel Gasave
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